Después de un
año, que parece una centuria, comprendo lo efímero y lo eterno. Gracias a la
vida, gracias a la presencia que siempre me acompaña y que me abraza cuando
menos lo espero y más lo necesito.
Hoy hace un año
que supe lo efímera que es la carne, capaz de perder la vida en segundos. Y también
comprendí la grandeza de lo eterno, el alma que permanece siempre formando
parte del ciclo del universo, más viejo y sabio que nosotros...
Hoy hace un año
que comprendí lo que significaba la palabra soltar para dejar ir a pesar del
dolor. Porque aquella tarde el guion ya estaba escrito y solo necesitaba que los
actores hicieran bien su papel.
Y era tanto el
amor, que venció al apego. No había marcha atrás. Ya había decidido su destino
y solo me quedaba contemplar cómo su alma por fin recobraba la grandeza que le
correspondía. Solo podía asistir a la metamorfosis que se estaba produciendo en
aquel escenario.
Nada fue
casualidad. Y hoy, un año después, puedo vivir aquel momento como si fuese el
presente. Y recuerdo mis “te quieros”
susurrados entre sus latidos de despedida, ambas en paz, pues en aquel pasillo
solo se respiraba amor, todo aquel que me enseñó recordándome que yo también puedo
amar de forma plena.
Hace un año que
sentí cómo se iba parte de mi alma a otra dimensión, arrancando un pedazo de lo
que soy que aun duele y me hace sentir vacía.
Pero cuando la
recuerdo es amor lo que emana de mi corazón. Cierro entonces mis ojos y la veo
de frente, con sus ojos de miel, sonriendo, abriendo los brazos para acogerme,
para consolar el dolor de una herida abierta que aún sangra. Para recordarme
que el cuerpo es efímero y perecedero, pero el alma siempre será. Para alentarme
a ver que continuar la vida no es un olvido hacia ella, sino una muestra de
todo el amor que compartimos. Para dar al mundo todo lo que soy, que no es más
que amor expresado en sus diversas manifestaciones.
No puedo dejar
de estar triste cuando la recuerdo sin poder verla, abrazarla, sentirla. Aunque
la tristeza también es efímera, como la carne, y si estoy en mí puedo conectar
con lo que es ella ahora a través de la consciencia. Así me hace sonreír, me
recuerda que la muerte no existe, charlamos de todo lo que vivo yo aquí y ella
allí, siento como me atraviesa para fundirse con mi alma, para que no caiga en
el olvido del sueño, donde todo es oscuridad, para que siga brillando, para que
siga amando…
Entonces abro
los ojos y sonrío a la vida. Pues comprendo que ya no tenía nada más que hacer aquí
en la Tierra. El traje humano que eligió se le había quedado pequeño y lo único
que podía hacer era volar, transformarse en mariposa, sacudir sus alas y experimentar
la libertad de no estar anclada a la materia.
Solo puedo agradecerle
a la vida lo afortunada que he sido por haberla encontrado, pues no todos descubren
el verdadero amor. Bendigo sus pasos llenos de luz, su sabiduría de anciana, su
inocencia de niña y su amor del alma pura que es.
Yo compartiré en
la Tierra desde mi cuerpo efímero, mientras nuestras almas esperan
pacientemente el reencuentro, el don eterno que me ha mostrado: ofrecer el amor que todo lo sana.
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