viernes, 9 de septiembre de 2016

Tu enfermedad como mi metamorfosis: La Historia 22, La Resiliencia

"No existe ningún problema que no te aporte simultáneamente un don"
Richard Bach



Pocos días de la consulta en el hospital, Nazaret tuvo un fuerte dolor en la zona del “mioma”. Le duró pocos segundos, pero la dejó engarrotada, sin aire y sin poder moverse. Aquella imperfección en su cuerpo ya cicatrizado desde el esternón al ombligo parecía querer crecer, sin respetar el periodo de transición que necesitábamos. El respiro que anhelábamos. Nos concedió tardes de cafés,  disfraces ochentenos y despedidas victoriosas, junto con noches de boda en la falda del mediterráneo. No le dimos más importancia hasta dos o tres semanas después, en las cuales los dolores habían aumentado en frecuencia y se palpaba el “mioma” más grande...


A pesar de que ese crecimiento pudiera estar dentro de lo habitual como nos habían explicado, la manera en la que afloraba el dolor en Nazaret te ponía alerta. Muchas veces me preguntaba si eran exageraciones mías, si debido a la mochila que había cargado, no quería ni que le rozase el aire. No recuerdo a Nazaret quejarse de esa manera, ni cuando estaba recién llegada a casa tras el primer ingreso, donde tenía que elegir entre hablar o permanecer despierta del gran esfuerzo que le requería esta acción. Los analgésicos tampoco calmaban el dolor.

Volvimos a consultar y lo único que les llamaba la atención es que había crecido bastante durante poco tiempo. Pero en la ecografía no se apreciaba nada más preocupante. De nuevo, nos tranquilizaron, ahora a ambas, porque mis sospechas comenzaron por aquellos entonces, aunque nunca jamás imaginaría lo que en realidad se diagnosticó. Eso no cabía en mi mente racional. Nos empezaron a comentar la posibilidad de cirugía viendo el tamaño que estaba alcanzando, aunque todavía era relativamente pronto.

Yo la mimaba todo lo que podía, aunque muchas veces también la pinchaba para que no se dejase llevar por la comodidad y la desidia, que era en raras ocasiones. La alentaba a que fuese autónoma con la mira puesta en todo el potencial que podía mejorar. Le hacía sus recetas, hablaba con todos los especialistas que necesitaba: ginecólogo, hematólogo, médico de familia, cirujano vascular, radiólogo, internista, nefrólogo, neumólogo… Le llevaba la flauta para que la tocase como parte de sus ejercicios respiratorios, para que hiciera música de las caídas, de los tropiezos, con la melodía de sus alveolos recaptados, funcionantes de nuevo, más incentivador y halagüeño que soplar tres tristes bolitas como te mandan para la fisioterapia respiratoria.

Vivíamos desde el amor y la esperanza del que empieza. Ya habíamos comenzado muchas veces distintas etapas en esta media vida juntas. Habíamos vivido millares de aventuras desde el amor. Pues ama el que se arriesga, el que da un salto de fe con miles de dudas, como cuando nos conocimos, el que prefiere pagar el precio de cientos de delicadas lágrimas deramadas a no haber entregado el corazón por lo que sentía. Y es que amar es cosa de valientes. Decir te amo puede conventirse en un reto, porque el verdadero amor, es el verbo más difícil de llevar a cabo. Y hasta que no se experimenta en carne propia como nos ocurrió en este último año, no se comprende. Quien ama de manera real, como Nazaret consiguió, ilumina su vida y la de los demás. El que ama se lleva consigo la paz tan buscada por todos y no necesita, no quiere nada más. Amar, es cosa de valientes, sí, es encender el alma cuando todo lo demás se apaga. Por eso permítete ser tú mismo, seas quien seas, y abraza lo que te haga sentir vivo. No importa si estoy teniendo un mal día o una mala racha, lo realmente importante es cómo me siento conmigo misma mientras estoy afrontando ese momento. La clave reside en confiar en el proceso, dejar fluir y no tener miedo de sentir ansiedad, tristeza o el propio miedo. No hay que reprimir estas emociones hasta que desaparezcan. Porque seguirán estando allí de forma inconsciente, dejando huellas físicas en forma de nuevas angustias, nuevos miedos, nuevas enfermedades...Puede que exteriormente seamos personas templadas a quien no les tiembla el pulso, sin alterarnos ni parecer que vivamos entre conflictos. Sin embargo, no hay peor enemigo que nosotros mismos, los más críticos y duros con nosotros que nadie más. Según te hables, te trates a ti mismo, te aceptes, podrás experimentar la gracia del permitir y dejar fluir, podrás llegar a tu verdadero ser. Cuando somos y hacemos aquello que nos proporciona felicidad, que despierta nuestra pasión y hace aflorar lo mejor de nosotros, cuando sentimos que todo está alineado para que ocurra lo mejor para nuestra evolución, la vida se llena de emociones y descubrimos que se multiplican las sincronicidades a nuestro alrededor. 

Tanto su madre, quien se volvió parte más de la familia que habíamos creado años atrás, como yo, permanecíamos cargadas de la energía que impulsa, de aquella que brilla sin quemar, aunando nuestras ilusiones, nuestros deseos y esperanzas en un mismo objetivo. Llevábamos tres ingresos en menos de dos meses y no estaba dispuesta a que esta cifra siguiera aumentando. Qué ilusa…

Si hubiese dependido de mí… Si por mí hubiese sido… Sólo hubiera ingresado una vez, porque me hubiese cambiado por ella. Lo difícil es quedarse. Las circunstancias por las que pasamos me habían llevado al límite, me habían hecho cuestionarme si tenía la fuerza y voluntad suficiente para continuar adelante. En esos momentos teníamos dos opciones: dejarnos vencer y sentir que hemos fracasado o sobreponernos y salir fortalecidos, apostar por la resiliencia. Un concepto aplicado en nuestras vidas antes de conocerlo. La resiliencia es la fortaleza que tenemos intrínseca para seguir adelante a pesar del sufrimiento y las adversidades. Esto no significa ignorar el dolor, sino utilizarlo a tu favor para seguir creciendo, para transformarte.

Nazaret no sabía que, al igual que sus pequeñas mariposas, ella se estaba convirtiendo en crisálida, y comenzaba a nutrirse de ella misma. Conocía sus emociones, las aceptaba y las guiaba hacia un proceso óptimo y curativo que lograba fortalecerla. Sabía cómo se sentía en cada momento, primer paso para conocernos profundamente. Era consciente de que no existe una vida dura, sino momentos difíciles, pues después de la tormenta llega la calma. Vivíamos de tal forma que las personas que se cruzaban con nosotros se preguntaban cómo era posible que, después de todo lo que había pasado y estaba pasando, pudiéramos afrontar la vida con una sonrisa en los labios.


A veces vemos solamente nubes negras azotando nuestro horizonte, haciéndonos desesperar. Pero debemos estar en calma pues de las nubes negras siempre llueve agua pura llena de nueva vida. Y así, cuando enviamos amor en respuesta al odio, nos convertimos en alquimistas espirituales. Ya lo decía Charles Darwin: “las especies que sobreviven no son las más fuertes, ni las más rápidas, ni las más inteligentes; sino aquellas que se adaptan mejor al cambio”. Experimentar la resiliencia nos transformó en una expresión de nuestra propia esencia única.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por participar en esta página