Las emociones se pueden definir
como sustancias químicas que refuerzan neurológicamente una experiencia;
moléculas que tienen la particularidad de actuar en dos planos: como onda, pues
poseen un aspecto vibracional; y como partícula, pues rigen la fisiología
humana.
Cada emoción
produce una sustancia química específica que es captada por los receptores de
cada célula, produciendo cambios en ella. Si cada célula tiene receptores para
cada sustancia y cada sustancia es creada por una emoción, ¿no está claro que podemos
cambiar nuestro cuerpo, cambiando de emoción?...
El cuerpo
reacciona a los cambios físicos que esa emoción ha producido en nosotros. Por
ejemplo, el miedo nos hará aumentar los latidos cardiacos, nos subirá la
tensión arterial, puede producir sudores fríos o erizar nuestra piel… Estos
cambios corporales los asimilará el cerebro y lo traducirá a lo que conocemos
como sentimientos, para así
racionalizar lo que sucede.
Así que, la emoción
actúa a nivel inconsciente generando en nosotros cambios corporales y, segundos
después, llegar a la mente consciente que genere el sentimiento.
No hay emociones malas ni buenas. Todas son imprescindibles para nuestra
supervivencia. Lo que ocurre en ocasiones, es que hemos tergiversado la
situación que vivimos y hacemos saltar las alarmas de emociones básicas que, en
otras circunstancias, serían muy útiles. El miedo es muy útil cuando queremos
huir de un león que quiere convertirnos en su presa. Pero no nos es muy eficaz
si el miedo aparece cuando queremos dejar un trabajo y no lo hacemos porque
pensamos que no encontraremos otro.
Las respuestas
emocionales son una herencia de nuestra
evolución y se refuerzan con los aprendizajes. Por eso, ante las mismas
circunstancias, las personas tienen respuestas totalmente diferentes.
La forma de
gestionar las emociones es totalmente personal y única en función de creencias,
patrones aprendidos, opiniones, pensamientos...
Si los aspectos
más importantes de nuestras vidas van unidos a una emoción concreta, es obvio
que no se puede cambiar sin cambiar la emoción que estaba unida a esa
experiencia.
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