El amor propio no tiene que ver con estar continuamente
alabándonos y diciéndonos lo fantásticos que somos, sino con querer al
verdadero yo, el yo humano; a la persona que tiene los pies de arcilla, a la que
le afectan las críticas y que a veces falla y decepciona a los demás. Tiene que
ver con mantener un compromiso personal para estar de nuestro lado aunque nadie
más lo esté.
No podemos amar al
prójimo como a nosotros mismos si no nos queremos primero.
Cuanto más nos queramos a nosotros mismos, más amor tendremos
para dárselos a otros, porque el amor crece exponencialmente...
Cuando brilla el sol nos llega una luz cegadora, un calor
glorioso que nos envuelve completamente con su resplandor. Es incondicional,
pues el sol no elige a quien darle su
calor o su luz, simplemente está ahí. Cuando sales de la cueva y te expones
a él, todo el mundo obtiene su calor. El sol nunca deja de brillar. No lo vemos
todo el tiempo debido a la rotación de la tierra, pero nunca desaparece. Cuando
nosotros estamos lejos del sol, otras personas del otro lado de la tierra lo
están recibiendo.
La Luz de una luciérnaga, por otro lado, tiene menos poder,
menos intensidad y es más selectiva, más condicional. Tienes que estar en
la línea de visión de la luciérnaga para ver su luz. Es algo bello también,
pero muy reducido si lo comparamos con el sol. Hay que centrarse totalmente en
la luciérnaga, esforzarse por seguir sus revoloteos si se quiere seguir viendo
su luz. Esa es la diferencia del amor
terrenal y el amor incondicional.
El verdadero amor
incondicional empieza con uno mismo. Si los valores de las personas que queremos van en contra de
los nuestros, necesitamos querernos lo suficiente para dejar la relación sin
resentimiento ni animosidad, en vez de quedarnos para continuar con algo que
puede resultar destructivo para el alma. Necesitamos dejar libres a nuestras
parejas para que sean quienes son, no esperar a que se adapten para encajar en
nuestras ideas de quienes queremos que sean. La verdadera prueba es
preguntarnos: ¿esta relación fomenta la
libertad o las ataduras? Las relaciones que se basan en el amor
incondicional son liberadoras. Esas parejas están juntas porque eligen estarlo,
no porque se sientan atrapadas.
En una relación madura hay una aceptación pura de los dos
por ambas partes. Y paradójicamente, cuando hay aceptación, normalmente no hay
razón para dejar una relación, ni siquiera aunque las dos partes no compartan
los mismos valores.
Los problemas surgen
cuando uno de los dos, o ambos, intentan imponerle al otro sus valores y sus
preferencias y lo
juzga negativamente. En muchas relaciones una parte de la pareja tiene miedo
porque piensa que si pierde el control que cree tener sobre la relación,
perderá también a su pareja, así que se aferra con todas sus fuerzas y utiliza
la manipulación y el control. En este tipo de relación no hay amor y,
previsiblemente, la persona que necesita controlar acabará apartando a su
compañero.
En una relación basada en el amor incondicional, dos
personas están juntas porque quieren estarlo, no porque sienten que tienen que
hacerlo.
En los tiempos actuales muchas parejas
permanecen juntas porque hay un contrato matrimonial, una hipoteca o hijos de
por medio. Quizá algún día seamos lo bastante maduros para mantener relaciones
solo por elección, no por miedo, obligación o manipulación.
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