Déjalo ir y será tuyo
para siempre pues solo
perdemos aquello a lo que nos aferramos.
La personalidad estable no descansa en la perfección moral
sino en la aceptación de nuestras actitudes reprimidas.
El conocimiento de nuestra sombra personal constituye el
requisito fundamental de cualquier acción responsable y, consecuentemente,
resulta imprescindible para tratar de atenuar la oscuridad moral del
mundo.
Cuantos más nos liberemos de los principios rígidos e
inmutables y cuanto más dispuestos nos hallemos a sacrificar la voluntad del
ego, más oportunidades tendremos de vernos conmovidos por algo superior al ego...
El hecho de abrir la puerta a todos los contenidos
negativos de nuestra sombra, por más indignos que puedan parecernos, puede
ayudarnos a ablandar nuestro corazón hacia nosotros mismos y hacia nuestros
semejantes, a ser más comprensivos con las flaquezas humanas y a ser más
cuidadosos para no proyectar nuestra
sombra sobre los demás ni sobre nosotros mismos.
Para construir hay que
destruir, para organizar hay que desorganizar. Si el peso de la culpa y el sufrimiento es excesivo
seremos incapaces de superarlos y nos veremos obligados a seguir creyendo que
la destructividad no existe y, por tanto, nuestra capacidad de amar, crear y
afirmar la vida se verá seriamente perjudicada.
También es necesario que reconozcamos y asumamos nuestra
propia capacidad destructiva ya que, aunque no alberguemos ningún tipo de
hostilidad, nuestras acciones a veces resultan dolorosas para nuestros
semejantes. Un ejemplo que lo puede demostrar está a la orden del día de la
cotidianidad. En muchas de nuestras profesiones podemos obligarnos a despedir a
personas honradas pero incompetentes, dañando su autoestima y aspiraciones;
nuestra relación de pareja puede enfriarse, perder todo el sentido y llevarnos
a terminar la relación a pesar del abandono y traición que puede experimentar
nuestra pareja. No existe ninguna acción
que sea totalmente inofensiva y debemos ser muy conscientes de que, a pesar
de querer hacer el bien, necesariamente haremos daño y, en algunos casos,
provocaremos más mal que bien.
Se debe asumir toda la rabia acumulada contra los demás y
contra uno mismo que se porta desde la infancia y profundizar en el odio que ha
ido acumulando a lo largo de toda nuestra vida, reconocer que esos impulsos
destructivos internos coexisten con los impulsos creativos que sirven para
afirmar la vida y descubrir nuevas formas de integrar ambas dimensiones de la
existencia.
Las verdaderas tragedias no suponen
necesariamente un fracaso porque el
héroe siempre termina alcanzando la victoria puesto que aprende a afrontar
sus verdaderos defectos, a aceptarlos como parte de sí mismo y de la humanidad
y a experimentar una transformación personal mucho más valiosa que el éxito o
el fracaso mundanos.
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