Cuando
la vida brota del corazón, no hay fuerza capaz que pueda detenerla, pues el
amor es la energía que lo cambia todo, que lo moldea, que lo nutre. La
primavera de tu ser te llama y te acoge para que sigas tu camino, para que
recuerdes lo que viniste a hacer, para ayudarte en la soledad de la multitud,
pues sólo tú puedes crecer, pero hay muchos que te rodean para que lo consigas,
aunque no los veas.
Desde hace años
los estudios científicos han demostrado que el corazón tiene decenas de miles
de neuronas. Alrededor de un 70% de las células nerviosas del corazón son
neuronas, tantas que se considera como un cerebro independiente del sistema
nervioso central. Para que haya una adecuada inteligencia emocional debe de
existir coherencia entre el cerebro y el corazón. Por eso no hay que hacer aquello que creemos que tenemos que hacer sino aquello
que realmente sentimos. Cuando hacemos lo que sentimos, experimentamos paz
interior...
El sistema
nervioso que existe dentro del corazón lo habilita para aprender, recordar,
realizar decisiones funcionales, independientemente de la corteza cerebral.
Existen varios
experimentos que han demostrado que las señales que envía el corazón al cerebro
influyen en funciones de sus centros más importantes, sobre todo en los
relacionados con la percepción, el conocimiento y las emociones.
Los sentimientos
negativos como la culpa o la frustración se relacionan con un patrón
incoherente en el ritmo cardiaco. Por otra parte, sentimientos como el amor o
la gratitud generan un patrón coherente en el ritmo cardiaco.
Ya lo decía “El Principito” en una de sus frases: “solo
el corazón puede ver bien. Lo esencial es invisible a los ojos”. Los ojos
pueden engañarnos, el corazón no, pues sólo el corazón puede diferenciar un
niño entre miles, una mascota entre miles, una rosa entre miles…
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