viernes, 26 de agosto de 2016

Tu enfermedad como mi metamorfosis: La Historia 17, La fisura

"Cuando no hay odio dentro, no hay ningún enemigo fuera"

Proverbio hindú


Estábamos despidiéndonos del mes de Junio y Nazaret, aprovechando que yo tenía guardia, decidió irse a su pueblo el fin de semana. Era la primera vez que regresaba desde mediados de mayo, desde que empezó su transformación. Estaba un poco más recuperada, llena de prana y olas que bañaban sus pulmones y su corazón. Aún seguía necesitando la silla de ruedas, pero ella, siempre tan autónoma, intentaba cambiar las ruedas por las alas de sus pies. Aprovecharía para volver al colegio donde trabajaba. Deseaba escuchar de nuevo las risas de sus pequeños, llamarlos por su nombre, abrazarlos, decirles que no los había abandonado, sino que estaba recuperando la inocencia que ellos, como maestros de todos nosotros, le enseñaron...

Tenía ganas de ver a su familia. De transmutar las nubes grises y volver a vibrar en blanco, dorado y oro rubí. De ser esa mariposa violeta de alas frágiles pero con la fuerza de provocar un huracán a miles de kilómetros. De disipar la separación entre dos almas, donde la vieja tenía el cuerpo de una joven y la joven de una anciana. Separadas ambas por muchos años que habían conseguido sepultar el amor a favor de los dogmas. Vivían, desde que se supo de mi existencia, más en la distancia,  como si el lazo fuerte que antes les unía se hubiese malogrado. La moral impuesta del alma con la piel ajada por la acumulación del tiempo sobre el tiempo, había hecho olvidar a aquella niña cuya infancia estaba plena de tardes de té entre sacos de matalahúva y actuaciones atrezadas con lentejuelas y carmín. Había olvidado la mirada inocente de quien conoció primero el amor antes que el crucifijo, de quien, de una forma u otra, había servido de ejemplo a tantos otros. 

A veces me pregunto cómo lo escrito en un papel, o lo que predica alguien desconocido sea considerado más sagrado que los ojos del amor de quien te habla desde el corazón, de quien tiene la valentía de desnudarse a alguien que le importa y mostrar su esencia. Si valen más unas palabras que el amor, quizá nos estemos separando más de lo que somos, de nosotros mismos. Si algo es seguro como el agua cristalina es que la separación es una gran estrategia. Siempre que existe una separación y la gente se concentra en las diferencias, están siendo manipulados para que no puedan descubrir lo que tienen en común. Esta separación impide que las personas se agrupen y tomen fuerza. Divide y vencerás, así dominarás a las masas. Las maniobras políticas no son más que un claro ejemplo de diseños de separación. Se dice todo tipo de parafernalias para impedir que descubramos lo que tenemos en común. A medida que descubramos los métodos de control y separación, aparecerá un nuevo sentido de la integridad.

Nazaret aprovecharía para volver el último día del mes por la tarde, valiéndose de que yo también tenía guardia. Habían iniciado el regreso. A los pocos minutos recibí una llamada de ella. Tenía dolor en el bajo vientre y la compresa se había tornado de un color escarlata. Le dije que se parara en mi hospital antes de emprender de nuevo rumbo a casa, pero ya intuía lo que podía estar aconteciendo.

 No habían transcurrido ni tres semanas desde que recibió el alta. No había tregua ni hálito vital que comprendiese todo lo que estaba sucediendo. Llamé al ginecólogo de guardia, que era un señor argentino. Sinceramente no era la más devota de su práctica clínica, pero era lo que había. En cuanto Nazaret pisó el hospital la subí a ginecología y nos dieron la noticia: “aborto en curso”. Los fetos seguían vivos, de forma inexplicable, pero se veía la bolsa de uno de ellos a través del espéculo, sin necesitar de ningún instrumento especial para su visualización. La probabilidad de que una bolsa arrastrase a la otra era muy elevada. Pregunté al ginecólogo si habría alguna opción que pudiéramos hacer. ¡Estaban vivos después de todo! ¡¡¡Estos fetos querían vivir!!! ¿Cómo resignarse y dejar que el aborto se produjese después de todo por lo que habían pasado sin intentar alguna alternativa?

Siempre habíamos pensado desde que comenzó todo que los fetos no lo soportarían, ¡pero ya estábamos en la semana 17!. Había transcurrido casi el doble de tiempo desde aquel 12 de mayo donde comenzó esta historia. Con esta actitud, se me olvidaba de nuevo que no era juez ni verdugo de esos fetos, que no era más sabia que la naturaleza. Seguía confiando en los milagros de la ciencia y tecnología. Recordaba todas las vidas que se habían salvado de fetos y recién nacidos prematuros, conmigo de protagonista en algunos de ellos. ¿Por qué no intentarlo?. El hábito de luchar contra viento y marea, era algo intrínseco en mi personalidad, obstruyendo el fluir de la vida, el dejar hacer a la naturaleza. No entendía que el médico, como un instrumento de luz poderosa, solo acompaña al paciente, sin curar ni matar. Eso no dependía de mí ni de mis compañeros, y lo iba a comprobar por tercera vez en poco tiempo. Volcaba una vez más, la responsabilidad en el otro, en lo ajeno, en lo externo. De nuevo, pasaba por alto que la divinidad está por encima de cualquier avance y progreso, del mejor profesional y los mejores medios. Supongo que hay partes del destino con las que podemos jugar y modificarlas y otras no.

El ginecólogo, viendo la vitalidad de los fetos y que la bolsa amniótica estaba íntegra, decidió intentarlo y darle una oportunidad. No todo estaba perdido para nuestros bebés, intentaríamos un cerclaje cervical, previa recolocación de la bolsa que estaba fuera.

A Nazaret le pareció como una luz donde agarrar la vida de los pequeñines, así que en media hora estaba en quirófano sedada, con las vidas de Ángel y Vidal en manos de los ginecólogos. Un beso y un hasta luego. Después una puerta fría nos distanciaba físicamente. La separación espiritual nunca existió. Por fin una bata blanca que envolvía a un pijama verde, se hizo ver. Yo no quise entrar para no entorpecer su trabajo, no había necesidad de ello. Además, seguía de guardia y los niños enfermos no entienden del sufrimiento del profesional que les tiene que atender. Tenía que mantenerme como fuese al margen para poder hacer bien mi trabajo. No obstante, mis compañeras de trabajo (otras humanas disfrazadas de ángeles), al percatarse de lo sucedido, vinieron a relevarme de la guardia y poder estar en cuerpo, mente y alma donde debía en ese momento: junto a Nazaret.


Todo había ido bien hasta que, justo cuando iban a cerrar el cerclaje, comenzó a salir líquido amniótico de la bolsa que intentaron recolocar. Yo no sabía qué significaba eso en aquel momento, con la cabeza abotargada y las sensaciones a flor de piel. Mientras dejaban a Nazaret en la sala del despertar, el ginecólogo me comentó que no pudo cerrar porque la bolsa se había roto justo al terminar el proceso. El riesgo de infección y sepsis materna sería muy elevado de haberlo hecho. Cuando Nazaret recobrase la lucidez le haría una ecografía a los fetos. Ella, ya despierta, estaba tranquila, serena. En la ecografía se veía como, a pesar de perder líquido, tenía aún bastante. Seguían vivos, moviéndose, ajenos a nosotros, uniendo a través de sus corazones, el cielo y la Tierra. ¡Quizá fuese una fisura y se pudieran salvar!.

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