lunes, 1 de agosto de 2016

Tu enfermedad como mi metamorfosis: La historia 5, El permiso de recibir

"La persona que no está en paz consigo misma, será una persona en guerra con mundo entero"

Gandhi



El médico había sido sincero y, como todos los intensivistas, muy duro: tenía muchas probabilidades de morirse, su corazón también había sufrido el colapso y sólo le funcionaba la mitad. Únicamente existía una opción terapéutica viable pero el médico se empeñaba en remarcarnos que no serviría para mejorar el pronóstico de vida, es decir, que si sus pulmones y su corazón no soportaban la bomba inicial que acababa de estallar en ella, el fármaco no ayudaría en nada  ¿entonces para qué administrárselo? y, ¿de qué dependía el que viviese? De ELLA misma solamente. Después comprendería que así mismo era. Solo ella se podía sanar. De hecho, se puso este tratamiento pero a los pocos minutos comenzó a sangrar por la sonda nasogástrica y se tuvo que suspender. Otra complicación. No se podía hacer nada.

Con su corazón ajado, el río escarlata de la vida perdiéndose por la boca y tres latidos diferentes en un mismo cuerpo, simplemente se podía rezar. La ciencia no nos daba solución ni tampoco explicación. Seguía sangrando sin parar por la boca y ni los otorrinos ni los endoscopistas podían encontrar el motivo. La suerte de ser médico es que me dejaban verla con más frecuencia que a otros familiares. Aunque yo solía entrar lo menos posible y con cautela porque sé que, en situaciones agudas, la mera presencia incomoda a los profesionales que tienen que trabajar, sobre todo con pacientes de extrema gravedad. Además, cada vez que la observaba era un puñal más afilado y más hondo el que se hundía en mi pecho. No podía estar presenciando lo que quería negar, pero tampoco podía no saber como se encontraba, tanto por la ansiedad que me invadía como por el sentido de la culpa. No era consciente que ni la ansiedad podía cambiar el futuro ni la culpa modificar el pasado...


A veces las circunstancias son duras, pero nunca vamos a tener situaciones de las que no seamos capaces de aprender y gestionar. Hay veces que necesitamos puntos oscuros en nuestra historia para descubrir quiénes somos, aunque nos carguemos con miedos. El miedo en ocasiones se nos presenta como fuerzas oscuras o como un dios maléfico que desea nuestro mal y entorpecernos. Esto no es real. No deja de ser una herramienta para darnos cuenta de lo que estamos haciendo. Cuando desde la consciencia somos capaces de ver que todo el universo, la vida, lo único que quiere es lo mejor para nosotros; de la única forma que responder es dándonos el permiso de abrirnos a recibir. Para ello hay q vencer la falta de merecimiento y culpa judeo-cristiana, ambos bien implantados en nuestra sociedad. Pero cuando se consigue romper con estos esquemas predeterminados, es una sensación indescriptible darse cuenta de que cada día se abre para ser quien eres y ver como la vida te da lo que necesitas. Por ejemplo, si te quedas sin trabajo quizá sea para dedicarte al trabajo que siempre te ha gustado hacer o tal vez para evitar una enfermedad... si esta situación nueva que nos plantea la vida la evitamos, la negativizamos o nos dejamos asaltar por el miedo, nos perderemos este regalo.

Si hubiésemos sabido por aquellos entonces en cada una de nuestras células de cada uno de nosotros que estamos viviendo un plan divino, un plan tan importante y tan vital para la evolución de la humanidad; y si supiéramos que todo lo que nos está pasando ahora que no concuerda con los planes preestablecidos por nuestro ego, está pasando para apoyarnos y sacarnos de la pequeñez de nuestros pensamientos más oscuros hacia el brillo de nuestro mayor sueño… si lo hubiésemos sabido, todo hubiera sido más fácil. Pero esta lección me la enseñó Nazaret más adelante.

Ella sabía que estaba allí porque cada vez que me acercaba abría los ojos. Con otras personas no lo hacía. Yo lloraba sin consuelo, arrastrada en el rincón más lejano de la habitación y de mi ser, donde solo la absoluta oscuridad habitaba, donde nada cabía aunque nada existiese. Ella y yo solamente. Fuera tenía que mantener el tipo. Era la sanitaria de la familia. Pero mi cara, cual poema, reflejaba todo lo que nunca he sabido disimular.

En esos momentos siempre recurría al por qué ella, por qué no yo, como podía ser la vida tan injusta y como podía existir tanto sufrimiento en una persona tan buena. Supongo que les resultará conocido. Ahora y solo ahora entiendo que todo es un proceso y que si nos viene eso es porque podemos con la situación. Nunca nos vendrán circunstancias hostiles con las que no seamos capaces de lidiar. Si te viene eso es porque puedes afrontarlo, hacerlo. Ahora y solo ahora soy consciente de que la muerte y la vida son la misma cosa. Un recién nacido lo primero que hace es morir para cambiar su vida intrauterina por la extrauterina. El cambio de un trabajo es otro tipo de muerte puesto que probablemente no vuelvas al mismo, pero muere para que viva otro que es el que necesitas en ese momento. Igual pasa con el cambio de vivienda y de pareja. Son solo eso, cambios. Y hasta la muerte es solo un cambio del estado físico y tangible de esta dimensión al energético. Nuestro cuerpo está conformado por átomos y estos son en un 99,99% vacío, no hay nada de materia dentro. ¿Qué somos entonces? Energía. De hecho es lo único que no se crea ni se destruye, solo se transforma.


El intensivista nos reunió a los padres y a mí. Nos dijo que allí no podían hacer nada más por ella. Si queríamos que su vida tuviese un ápice de esperanza había que trasladarla, puesto que el tromboembolismo se podía repetir en cualquier momento y un segundo impacto no lo soportaría su cuerpo maltrecho. Había que colocar un filtro de vena cava para evitar que esto no aconteciese. Pero el traslado tenía el mismo riesgo o más que permanecer donde estábamos, que seguir impasibles sin hacer nada, puesto que podía desprenderse algún trombo con los baches de la carretera y hacer una parada cardiaca. Decidimos, apoyados por el consejo de su intensivista, arriesgarnos con el traslado. Los 3 grandes hospitales de referencia de la ciudad estaban colapsados y no podían admitir a Nazaret en la UCI en ninguno. Hice unas llamadas a compañeras de medicina intensiva que conocían estos hospitales y me corroboraron la información. No se podía hacer nada. Había pacientes intubados esperando en pasillos haciendo cola para poder colocarse en un sitio un poco más decente. A las horas nos reunió de nuevo el médico. Habían conseguido que se admitiese el traslado al hospital de referencia de la ciudad vecina, donde Nazaret y yo nos conocimos, donde estudiamos, donde vivimos los momentos más intensos, donde empezamos a descubrir quiénes éramos. Estaba convencida, a pesar de la gravedad que si, las circunstancias la habían enviado allí no era por casualidad. El ciclo de la vida no se cerraría allí, se volvería a abrir para tener un volver a empezar, un renacer.

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