"Cuando no hay odio dentro, no hay ningún enemigo fuera"
Proverbio hindú
Estábamos despidiéndonos del mes de Junio y Nazaret, aprovechando
que yo tenía guardia, decidió irse a su pueblo el fin de semana. Era la primera
vez que regresaba desde mediados de mayo, desde que empezó su transformación.
Estaba un poco más recuperada, llena de prana y olas que bañaban sus pulmones y
su corazón. Aún seguía necesitando la silla de ruedas, pero ella, siempre tan
autónoma, intentaba cambiar las ruedas por las alas de sus pies. Aprovecharía para volver al colegio donde trabajaba. Deseaba escuchar de nuevo las risas de sus pequeños, llamarlos por su nombre, abrazarlos, decirles que no los había abandonado, sino que estaba recuperando la inocencia que ellos, como maestros de todos nosotros, le enseñaron...
Tenía ganas de
ver a su familia. De transmutar las nubes grises y volver a vibrar en blanco,
dorado y oro rubí. De ser esa mariposa violeta de alas frágiles pero con la fuerza de
provocar un huracán a miles de kilómetros. De disipar la separación entre dos
almas, donde la vieja tenía el cuerpo de una joven y la joven de una anciana. Separadas ambas por muchos años que habían conseguido sepultar el amor a favor de los dogmas. Vivían, desde que se supo de mi existencia, más en la distancia, como si el lazo fuerte que antes les unía se hubiese malogrado. La moral impuesta del alma con la piel ajada por la acumulación del tiempo sobre el tiempo, había hecho olvidar a aquella niña cuya infancia estaba plena de
tardes de té entre sacos de matalahúva y actuaciones atrezadas con lentejuelas
y carmín. Había olvidado la mirada inocente de quien conoció primero el amor antes que el crucifijo, de quien, de una forma u otra, había servido de ejemplo a tantos otros.
A veces me pregunto cómo lo escrito en un papel, o lo que predica alguien
desconocido sea considerado más sagrado que los ojos del amor de quien te habla
desde el corazón, de quien tiene la valentía de desnudarse a alguien que le
importa y mostrar su esencia. Si valen más unas palabras que el amor, quizá nos
estemos separando más de lo que somos, de nosotros mismos. Si algo es seguro
como el agua cristalina es que la separación es una gran estrategia. Siempre
que existe una separación y la gente se concentra en las diferencias, están
siendo manipulados para que no puedan descubrir lo que tienen en común. Esta
separación impide que las personas se agrupen y tomen fuerza. Divide y
vencerás, así dominarás a las masas. Las maniobras políticas no son más que un
claro ejemplo de diseños de separación. Se dice todo tipo de parafernalias para
impedir que descubramos lo que tenemos en común. A medida que descubramos los
métodos de control y separación, aparecerá un nuevo sentido de la integridad.
Nazaret aprovecharía para volver el último día del mes por la tarde,
valiéndose de que yo también tenía guardia. Habían iniciado el regreso. A los
pocos minutos recibí una llamada de ella. Tenía dolor en el bajo vientre y la
compresa se había tornado de un color escarlata. Le dije que se parara en mi
hospital antes de emprender de nuevo rumbo a casa, pero ya intuía lo que podía
estar aconteciendo.
No habían transcurrido ni tres semanas desde que recibió el
alta. No había tregua ni hálito vital que comprendiese todo lo que estaba
sucediendo. Llamé al ginecólogo de guardia, que era un señor argentino.
Sinceramente no era la más devota de su práctica clínica, pero era lo que
había. En cuanto Nazaret pisó el hospital la subí a ginecología y nos dieron la
noticia: “aborto en curso”. Los fetos
seguían vivos, de forma inexplicable, pero se veía la bolsa de uno de ellos a
través del espéculo, sin necesitar de ningún instrumento especial para su visualización.
La probabilidad de que una bolsa arrastrase a la otra era muy elevada. Pregunté
al ginecólogo si habría alguna opción que pudiéramos hacer. ¡Estaban vivos después de todo! ¡¡¡Estos
fetos querían vivir!!! ¿Cómo resignarse y dejar que el aborto se produjese
después de todo por lo que habían pasado sin intentar alguna alternativa?
Siempre habíamos pensado desde que comenzó todo que los fetos
no lo soportarían, ¡pero ya estábamos en
la semana 17!. Había transcurrido casi el doble de tiempo desde aquel 12 de
mayo donde comenzó esta historia. Con esta actitud, se me olvidaba de nuevo que
no era juez ni verdugo de esos fetos, que no era más sabia que la naturaleza.
Seguía confiando en los milagros de la ciencia y tecnología. Recordaba todas las
vidas que se habían salvado de fetos y recién nacidos prematuros, conmigo de
protagonista en algunos de ellos. ¿Por
qué no intentarlo?. El hábito de luchar contra viento y marea, era algo
intrínseco en mi personalidad, obstruyendo el fluir de la vida, el dejar hacer
a la naturaleza. No entendía que el médico, como un instrumento de luz poderosa,
solo acompaña al paciente, sin curar ni matar. Eso no dependía de mí ni de mis
compañeros, y lo iba a comprobar por tercera vez en poco tiempo. Volcaba una
vez más, la responsabilidad en el otro, en lo ajeno, en lo externo. De nuevo,
pasaba por alto que la divinidad está por encima de cualquier avance y
progreso, del mejor profesional y los mejores medios. Supongo que hay partes
del destino con las que podemos jugar y modificarlas y otras no.
El ginecólogo, viendo la vitalidad de los fetos y que la
bolsa amniótica estaba íntegra, decidió intentarlo y darle una oportunidad. No
todo estaba perdido para nuestros bebés, intentaríamos un cerclaje cervical,
previa recolocación de la bolsa que estaba fuera.
A Nazaret le pareció como una luz donde agarrar la vida de
los pequeñines, así que en media hora estaba en quirófano sedada, con las vidas
de Ángel y Vidal en manos de los ginecólogos. Un beso y un hasta luego. Después
una puerta fría nos distanciaba físicamente. La separación espiritual nunca
existió. Por fin una bata blanca que envolvía a un pijama verde, se hizo ver.
Yo no quise entrar para no entorpecer su trabajo, no había necesidad de ello.
Además, seguía de guardia y los niños enfermos no entienden del sufrimiento del
profesional que les tiene que atender. Tenía que mantenerme como fuese al
margen para poder hacer bien mi trabajo. No obstante, mis compañeras de trabajo
(otras humanas disfrazadas de ángeles), al percatarse de lo sucedido, vinieron
a relevarme de la guardia y poder estar en cuerpo, mente y alma donde debía en
ese momento: junto a Nazaret.
Todo había ido bien hasta que, justo cuando iban a cerrar el
cerclaje, comenzó a salir líquido amniótico de la bolsa que intentaron
recolocar. Yo no sabía qué significaba eso en aquel momento, con la cabeza
abotargada y las sensaciones a flor de piel. Mientras dejaban a Nazaret en la
sala del despertar, el ginecólogo me comentó que no pudo cerrar porque la bolsa
se había roto justo al terminar el proceso. El riesgo de infección y sepsis
materna sería muy elevado de haberlo hecho. Cuando Nazaret recobrase la lucidez
le haría una ecografía a los fetos. Ella, ya despierta, estaba tranquila,
serena. En la ecografía se veía como, a pesar de perder líquido, tenía aún
bastante. Seguían vivos, moviéndose, ajenos a nosotros, uniendo a través de sus corazones, el cielo y la Tierra. ¡Quizá fuese una fisura y se pudieran
salvar!.
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