"Si deseas ser un auténtico buscador de la verdad, es necesario que, al menos una vez en la vida, pongas en duda, en la medida de lo posible, todas las cosas"
René Descartes
“El que sabe algo de ciencia es ateo, el que sabe mucha
ciencia cree en Dios”. La física cuántica se
está acercando cada vez más a Dios. Hay bastantes hechos como el que explica el
científico Álvaro de la Iglesia,
que trabaja con el acelerador de partículas de Ginebra. Cuando lanzaban las partículas
para que chocaran con el fin de analizar el impacto entre ellas para ayudar a
vislumbrar el origen del big-ban, no conseguían nunca que chocasen. La
conclusión a la que llegaron fue que el vacío absoluto no existe. El vacío
vibra, la nada, el no ser, vibra. Para algunos, Dios, Alá… es “no ser”, vacío.
La nada, aunque parezca incomprensible, es algo pues vibra...
En el cosmos hay una infinidad de dimensiones. La teoría de cuerdas es, en física cuántica,
la que más ha avanzado en el ámbito de las dimensiones. Éstas se explican con
el ejemplo de tirar una piedra al agua y observar las ondas que va haciendo.
Cada onda es una dimensión y al igual que ocurre en el agua con la piedra, la
creación se va expandiendo de la misma forma. La teoría M es un término paraguas donde se sintetizan y aúnan todas
las teorías que conforman la teoría de cuerdas. Nos habla de la existencia de 11
dimensiones que se diferencian en función de su mayor o menor capacidad
vibracional o pureza vibracional. Existe una dimensión con una vibración pura,
después otra algo más densa, otra más pesada que la anterior y así hasta llegar
a nuestra dimensión que, por cierto, es la tercera y de las más densas. Pues
bien, todo este engranaje coincide con lo siguiente. La angeología, rama de la teología, estructura la creación en 11
planos o dimensiones según el libro de la “Jerarquía
Celeste”, coincidiendo con la teoría de cuerdas y haciéndolo muchos años
antes de este descubrimiento de la física cuántica. La única diferencia es la
forma y el sentido que se les da a las dimensiones. En la teoría de cuerdas son
simplemente números y en la religión son nombres: dimensión humana (la
nuestra), después la de los ángeles, siguen la de arcángeles, potestades,
querubines, serafines… y por último la divinidad pura. Ineresante, ¿verdad?. Es
para reflexionar un poco.
No sabemos lo que somos, no sabemos qué es lo que nos rodea,
no sabemos a lo que pertenecemos y por tanto, nuestro origen. Sin esta
comprensión, no sirve de nada querer cumplir tu misión de vida, sentirte
realizada, ser feliz… por que no sabes quién eres ni de dónde vienes. No sabes
el pilar básico que no es lo que nos han hecho creer que es. Ahora comprendo
que es más gratificante morir joven pero realizada plenamente, que de anciana
con una vida que no sabes como ha pasado por ti, porque has vivido con el
piloto automático. Cuando veía a Nazaret dormida siempre me paraba a pensar que
ojalá fuese ella la abuelita sabia que muchos recuerdan entre sus familiares.
Aceptar que se pudiera morir la persona que más quieres te aliviaba el sufrimiento
pero no el dolor. Y lloraba porque quería que viviese, no porque creyese que se
iba a morir. Pero ni dependía de mí, ni podía hacer nada más que no fuese
acompañarla en el juego de la vida, echar nuestras cartas y ver lo que nos
deparaba el universo. Quizá yo, tan sana como parecía me muriese antes porque fuese
mi destino. No lo sabía y por eso, mientras llegaba el momento había que jugar.
Y para jugar, prefería estar fuerte. Ese es el impedimento que veía en ella.
Estaba débil, o yo era muy impaciente o quizá y lo más probable, es que fuesen
ambas. Pero de espíritu siempre me sorprendía. Era energía pura, más fuerte que
cualquiera de nosotros. Tenía sus días para recordarnos que no dejaba de ser una
mortal, claro está. Pero en general, a pesar de todo, sus momentos de miedo eran
menores en comparación con los que se encontraba tranquila y en conexión con el
universo.
Tenemos los ejemplos de que las casualidades no existen
delante de nuestras propias narices. Si dividimos nuestra longitud o talla
entre la medida que hay desde el ombligo hasta los pies, el número resultante
es 1,618. Igualmente obtenemos esta cifra si dividimos lo que mide el total del
brazo o pierna con respecto a la distancia del codo a la mano o la rodilla a
los pies. Ese número mágico se llama Phi
o número aureo. Se consideraba como el ideal de la belleza y se aproxima
casi con exactitud a la sucesión de
Fibonacci, que explica el desarrollo de fenómenos naturales a través de una
secuencia numérica. Esta secuencia también está en el caparazón de los
caracoles, en el grosor de las ramas, en las hojas de los árboles, en la
cantidad de pétalos de las flores o de espirales de una piña, en estructuras de
obras musicales de Mozart, Beethoven,
Debussy, hasta se usa en la bolsa de Wall Street… La magia de la vida se expresa en cada lugar y en cada instante.
Cuando aterrizamos de nuevo en casa, estaba extenuada. Tareas
tan habituales como ducharse era toda una odisea para ella, teniendo que tumbarse
de nuevo en las sábanas aún calientes y dormirse después. Desayunaba en el
dormitorio, porque no le acompañaban las fuerzas para bajar las escaleras hacia
el salón. Sobre media mañana, una vez repuestas sus energías, se disponía a
hacer un sobreesfuerzo: bajar al jardín. De manos finas y dedos largos, salían
las caricias más tiernas que se podían recibir. Y con ellas, la certeza de que
ese estado de saberse de cristal, no era más que algo pasajero.
Sin embargo, no era la falta de fuerza o resistencia lo que
más le apenaba. Una secuela de la intubación fue la parálisis de una de las
cuerdas vocales. El aire se le escapaba entre el espacio diminuto que se había creado,
convirtiendo los agudos en graves, los bemoles en silencios y la melodía en
disonancia. Ella, que ya cantaba desde antes de nacer, se veía atrapada entre
lo que entonaba su corazón y el resultado en su garganta. Acudimos a otro nuevo
especialista más, el otorrinolaringólogo. Le aconsejó terapia con un logopeda
para su recuperación. Ella tenía aún otros frentes más vitales a los que
plantar cara para poder acudir a la visita con el nuevo especialista. Tenía que
poder aguantar una hora concentrada sin que Morfeo la reclamase.
La vida, imposible de parar, transcurría. Y en su movimiento
lo tocaba todo, lo empujaba todo, sin importar hacia qué lugar. Durante esas
semanas Nazaret pasaba tardes de playa con sus bebés y su madre, y noches de
arena y espuma. La silla de ruedas fue una liberación. Con ella, las cadenas de
sus piernas entumecidas y sus pulmones aún encontrando un hueco entre la sangre
antojadiza para darle paso al oxígeno, se habían roto las limitaciones. Era feliz
al poder recibir el sol más puro, al sentirse más humana con la mezcla de auras
desconocidas que se cruzaban con ella, coartado cuando estaba en el hospital.
Los días que no le apetecía salir se sentaba en su mecedora,
tranquila, abrazando su barriga como la galaxia al mundo. No faltaba día que no
les cantase a los bebés. No era su mejor voz, pero sí la más sincera, la que
toca al alma, la que te impulsa a tomar vuelo y seguir sin mirar atrás.
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