"No hagas de tu cuerpo la tumba de tu alma"
Pitágoras de Samos
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Juan Gatti |
Hay enfermedades terminales que
son una forma de transitar y otras no terminales que tienen un sentido
profundo: SANACIÓN. Toda enfermedad
es sanadora y aparece en un proceso consciencial de sanación y limpieza que se
produce en la parte del iceberg que somos y no vemos, en la sumergida, en la
consciencia. Se puede atender a los
síntomas en un hospital, pero no se atiende a lo profundo. Esos síntomas son
manifestación de algo más hondo y están ligados al proceso consciencial y
evolutivo. Tanto nos centramos en la parte pequeña visible del iceberg de
nuestra existencia que, en algunos países como Canadá, se toman al menos un
medicamento por día el 80% de la población...
Nos basamos en la curación sólo a
través del modelo físico, muy eficaz en la enfermedad aguda, pero que nos hace
confundirnos y creer que se puede tratar así también los mecanismos de la
enfermedad. Estos mecanismos no son los condicionantes de la enfermedad y
tampoco son los de la salud. Para comprender los condicionantes de la salud
tenemos que saber en qué consiste la vida en esencia, que no es más que un
milagro cada vez que profundizo más en ella. El cuerpo humano se está renovando
con frecuencia, con facilidad, sin esfuerzo y de forma espontánea. Pero no
creía que hasta tal punto. Me pareció increíble cuando leí, fui consciente y
asimilé que en menos de un año se renuevan el 98% de todos los átomos de
nuestro cuerpo. Así, renovamos el ADN que es la materia prima fundamental cada
6 semanas, el hígado cada 6 meses, las paredes gástricas cada 5 días, los
alveolos cada año… Por lo que nuestro cuerpo físico se recicla cada año. ¿No es increíble?...
¡Tenemos un cuerpo nuevo cada año!
Si esto se produce así, y fabricamos un nuevo cuerpo una vez al año, la
siguiente pregunta que me hice fue, ¿cómo
es que seguimos enfermos?. Supongo que pueden existir diferentes respuestas
o ninguna, esta última opción si nos basamos en el modelo alopático, occidental de la medicina. Personalmente, los argumentos ante
esta pregunta que más me llegan al corazón (más sabio que la mente) es que,
debido al condicionamiento que nos hacemos sobre la enfermedad, generamos los
mismos impulsos de información y energía que mantienen las mismas conductas,
los mismos hábitos dietéticos, la misma experiencia sensorial del mundo... En
consecuencia, engendramos los mismos estados de información y energía que
desencadenan los mismos procesos bioquímicos y fisiológicos, las mismas
conductas y en última instancia, los mismos defectos patológicos. Siguiendo
esta analogía, tampoco nos sentimos unos extraños de forma anual por la nueva
carcasa que se ha formado. Nos vemos un poco más viejos, con algo más de
arrugas, canas, más gordos o más delgados… pero no tenemos problema en
reconocer que esa imagen que ves en el espejo es el reflejo de ti, que suspiste
ver también el año anterior. Existe una expresión magnífica de la ciencia
ayurvédica: utilizo los recuerdos, pero
no permito que los recuerdos me utiticen. Si lo permites, te conviertes en
víctima y no en creador.
Se podría considerar incluso de
forma más metafísica que la enfermedad es un mito, no existe. Todo está basado
en una interpretación de la mente, siendo la consciencia lo único verdadero. El
conductor nunca enferma, sólo el coche. No existiría desde el fin último de
nuestra existencia, de lo que realmente estamos compuestos, que está más en relación
con la energía. La enfermedad aparece con la cualidad de abrir las puertas al
tránsito o a una sanación. Y el alma no se preocupa de qué, porque sabe que lo
crea él, se preocupa del cómo. En una enfermedad el qué da
igual, lo importante es saber cómo vivo
la enfermedad. Esta expansión de la consciencia ha permitido ver las propiedades medicinales que existe en nuestro
planeta, y que están ahí, a simple vista esperando que nos acordemos de que La
Tierra es una madre para nosotros y tiene, por tanto, los remedios para el alma
y el cuerpo. Un ejemplo de ello es el agua de mar. La Tierra es un 70% agua y
nuestro cuerpo, ya de adulto, también tiene un 70% agua. ¿Casualidad también? El tomar todos los días un poco de agua de mar
está científicamente demostrado que aporta salud, vitalidad y energía.
Nazaret continuaba en la planta
de neumología recuperándose positivamente. Los hematólogos le pidieron un
estudio de mutaciones genéticas de la coagulación donde se encontró,
precisamente, que ella tenía una. Esta alteración del genoma era bastante común
en la población general y para los especialistas el tenerla o no era
irrelevante. Para nosotros, en cambio, era un factor más, que sumado al
embarazo gemelar, las hormonas que se había administrado y a su hipertensión,
justificaba la producción de trombos en diferentes sitios y con tanta
¨agresividad¨. ¿Habríamos encotrado por
fin la explicación para todo lo que estaba sucediendo en su cuerpo? De ser
afirmativo, ¿Tendría algún tipo de
tratamiento? ¿O pasaríamos el resto de nuestras vidas en un sinvivir? Aún
teníamos más frentes abiertos que solventar. Y estas preguntas se disolvieron como
la bruma de invierno que ve de frente al sol. El vascular, cuando se acercó a
visitarnos, nos comentó que las medidas antitrombóticas las deberíamos haber
realizado desde el primer ingreso. Ningún especialista nos dijo nada. Tampoco
nosotras preguntamos, pues en la ecografía que le hiceron de la pierna no
aparecía trombo alguno en aquel momento. Si no había trombo, no teníamos que
actuar. Así que las medias de compresión y las medidas posturales se quedaron
almacenadas en el recuerdo del olvido. Pero llevaba razón este último. La
ecografía no era 100% fiable. Quizá hubiesen quedado restos de trombo que no se
vieron con esta prueba. Científicamente era la explicación más plausible de
esta nueva recaída tan temprana.
Lo que computa, cuenta. Es nuestro pensamiento científico. Lo que no computa, lo que no es demostrable, se rechaza. Así trabajaba yo misma. Era ciencia, empirismo puro. El resto sólo una patraña de conjeturas no viables. Sin embargo, nadie supo explicarnos cómo en el primer ingreso y sin tener la pierna a penas hinchada, sin dolor, calor u otros síntomas hizo un tromboembolismo pulmonar monumental y, esta vez, con la pierna hinchada, dolorosa, caliente, tumefacta y ascendiendo, se quedó ahí, en los miembros y no se repitió la tragedia, de la que, a mi parecer, tenía múltiples (por no decir todas) las opciones.
Lo que computa, cuenta. Es nuestro pensamiento científico. Lo que no computa, lo que no es demostrable, se rechaza. Así trabajaba yo misma. Era ciencia, empirismo puro. El resto sólo una patraña de conjeturas no viables. Sin embargo, nadie supo explicarnos cómo en el primer ingreso y sin tener la pierna a penas hinchada, sin dolor, calor u otros síntomas hizo un tromboembolismo pulmonar monumental y, esta vez, con la pierna hinchada, dolorosa, caliente, tumefacta y ascendiendo, se quedó ahí, en los miembros y no se repitió la tragedia, de la que, a mi parecer, tenía múltiples (por no decir todas) las opciones.
Por fin se pudieron realizar las
ecografías de los bebés. Se distinguían perfectamente a pesar de ser tan
pequeñines aún. Y el cribado del primer trimestre tambíen había salido sin
alteraciones. ¡Con qué agilidad se movían!
Uno pegado a otro, separados por una fina lámina que hacía de telón para fingir
una separación que no existía entre ellos. Se intentaban tocar. Ambos sabían de
la existencia del otro. Flotaban en la vida. Ajenos al destino que habían
elegido. No había ningún tipo de malformación evidente. Eran unos
supervivientes después de todo por lo que habían pasado: medicación, poco riego
sanguíneo, contrastes intravenosos, radiaciones… En esa visita, a las 14
semanas de gestación, nos confirmaron el sexo. ¡Eran 2 varones! Hubiésemos preferido la parejita pero después de
todo teníamos que estar agradecidas porque seguían vivos y sanos. Lo único que
nos llamó la atención fue la aparición, como algo accidental, de un “bulto” en
la región de fosa iliaca derecha que achacamos al propio trombo de la femoral
(con la ecografía tampoco se podía afinar mucho, sinceramente). Con la alegría
de ver la vitalidad de aquellos corazones y a su madre, más feliz y mejor, el “bulto”
se evaporó como el agua del rocío matutino.
La pierna poco a poco fue
recobrando su tamaño original hasta quedarse ligeramente de mayor diámetro que
la contralateral. Se ajustó la dosis de tinzaparina a través de analíticas. Se
iniciaron las medidas de prevención de nuevos trombos en sus piernas (medias de
compresión y posturales) y en 10 días volvimos a estar en casa. Ya era
principios de junio y el calor apretaba aquí, en el sur de España. Nazaret había
decidido, en consenso conmigo, los nombres de los bebés. Uno se llamaría Vidal,
tradición familiar en la casa Cobos; y el otro Ángel, porque, según ella, había
tenido muchos ángeles de la guarda para que su recuperación fuera real, entre
ellos su madre como abanderada de la familia, los propios fetos, amigos y yo… Los
pequeños crecían rápido y con ellos, la cicatriz abdominal de Nazaret se iba
distendiendo cada vez más, hasta el punto de casi abrirse. Parecían querer
salirse por una zona antinatural. O quizá, era la expresión metafísica de algo
que no debía estar ahí a lo que tenía que renunciar. Los cirujanos nos dijeron que,
con suerte, todo quedaría en una hernia, y le prescribieron una faja para
intentar que no se produjeran complicaciones. Entre las medias y la faja estaba
totalmente encorsetada y no sé como soportaba el calor asfixiante de un sol desbocado.
Supongo que el amor por los pequeños era todo su motor. El mes de junio pasaba
tranquilamente mientras Nazaret seguía un control muy exhaustivo, por mi parte
sobre todo, como siempre, queriendo tener bajo mi mando lo incontrolable que se me escurría entre las
manos sin percatarme. Durante este intervalo se pudo hacer el primer control con
la matrona. ¡¡Ya teníamos la cartilla de
embarazada!! Y con todas sus analíticas en regla y correctas. Más valía
tarde que nunca.
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