miércoles, 21 de diciembre de 2016

Tu enfermedad como mi metamorfosis: La Historia 65, El Átomo de Jesús

"Quien quiere hacer algo encuentra un medio, quien no quiere hacer nada encuentra una excusa"
Proverbio árabe

Nadie te enseña a estar contigo a solas y mucho menos a decirnos la verdad, la que está oculta detrás de la que creemos que es la verdad. Tampoco se aprende a verte como eres, sino que se nos enseña a escondernos y a ser quien tus padres querías que fueras, quien la sociedad quiere que seas y quien tu ego te dicta que es lo mejor para que no te hagan daño...

Construyes corazas que te separan de los demás, pero también de ti, hasta llegar a no saber quién eres. Llega un día en que tus demonios son tan fuertes que te hacen consciente de la necesidad vital de parar y mirarte, y es cuando descubres que el mayor daño te lo estás haciendo tú mismo. El dolor es inevitable, pero hasta que ese falso tú que has creado no desaparezca, el verdadero no puede surgir.

Siempre podrás elegir qué faceta de la personalidad queires representar ese día: quien tú crees que eres, quien los demás creen que eres o quien eres en realidad. El primero lo domina sobre todo tu ego, el segundo las creencias y patrones instalados y el tercero tu alma. El que produce más libertad y amor es el que da más miedo, pues hay que romper con las personalidades usurpadoras que han estado con nosotros hasta entonces tan arraigadas, y eso duele, decirnos la verdad, la más profunda y honesta, duele. 

El miedo se puede atravesar y entender, no hay que huir de él. La valentía que tenías dormida te espera detrás del último telón del miedo para llevarte a ser intrépido, a descubrir y explorar los confines de tu ser y de lo que te rodea. A mirar para ver. Merece la pena el reto, puede ser el juego más emocionante de tu vida. Y todo empieza por el silencio el externo y el interno, más complicado, acallar a la mente y dejar que sea el corazón quien hable. Y día a día dialogando con tu corazón y de forma natural conseguirás la paz, la tranquilidad, el equilibrio, la serenidad, conseguirás no solo acercarte a ti, sino ser tú. Decía un gran sabio: “Yo tengo miedo a las alturas, pero no evito mis abismos: ellos son los que me dan la dimensión de lo que soy”.

Era Domingo de Resurección y volvía al piso de mis suegros para descansar. No había nadie allí. Todos se encontraban en el pueblo, incluyendo Nazaret. Y las cosas no pasaron por casualidad. Al llegar a la ciudad me encontré con el primer atasco. La calle estaba cortada por las procesiones, tan típicas en Andalucía. Tras un tiempo esperando pude desviarme y continuar el camino hacia casa. Me equivoqué de calle por lo que tuve que volver al atasco. Por fin conseguí llegar a la avenida donde vivíamos, en pleno paseo marítimo. Allí, tuve que dar otras tantas vueltas para poder aparcar hasta encontrar un hueco lejos del domicilio. Anduve hacia casa y justo cuando me disponía a cruzar la última calle me la encontré ahí, se cruzó conmigo.

El repicar de tambores y cornetas me envolvió en el más íntimo verso de mí misma. La procesión estaba pasando justo en ese instante por donde yo lo estaba haciendo también. Tenía que ser así para comprender. Y cómo no, era la única procesión que tenía que ver: “El resucitado”.

Donde todo empieza, todo fluye de nuevo, todo se funde: el principio y el fin, el cielo en la tierra, la muerte y la vida. Emocionada no me quedó otra que pararme y dar gracias por todo el cúmulo de “casualidades” que se habían producido para que justo coincidiésemos en el mismo instante y en el mismo punto. Y así recordar que la resurrección se produce todos los días en nosotros. Ahí estaba Jesús, gran maestro, como muestra tangible de ello, pasando a mi lado y sobre mí a la vez, dando vida y amor. Siendo el ejemplo de que todo se puede si no nos limitamos. Animándonos a continuar en este mundo tan desconocido y que tanto amamos. Diciéndonos que no perdamos el tiempo con distracciones y que confiemos en que todo es posible con Dios (la fuente, la divinidad o como cada uno lo quiera llamar), porque está de nuestro lado, porque somos él. 

Levántate, coge las riendas de tu destino y adelante. Vive, ama, goza de todas las situaciones que se producen en ti, porque todas son amor aunque no lo veamos y en todas está Dios que nos ama hasta el infinito. Hacía 16 años que no veía una procesión. Entre el incienso y la música, Jesús estaba más en mí que en el trono que, con fe y devoción, llevaban los costaleros. La luz que le iluminaba era yo y la que caía por mi cara era él, el mismo sol nos bañaba a ambos a la vez, recordándonos que somos uno, que vive en mí y yo en él y que no hay fuerza alguna que pueda separar esta verdad.

Invadía cada realidad de mis ojos, de mis manos, y del resto de mis sentidos y era capaz de hacerme volar al más inhóspito lugar. Me enseñaba a verme a mí como igual a él mismo y a todos. Hasta el más mundano, avaro, psicópata o ladrón es amor y nos enseñan desde su ser y a su manera. ¡Que grande y qué pequeña me sentía a la vez! ¡Qué llena y vacía! Formando parte del todo y sintiendo que todo tenía sentido y que debía de ser así. ¡Qué emoción sentirlo! ¡Cómo no iba a ser! El “resucitao”, porque será a lo que nos lleva la vida, a la resurrección y la vuelta a nacer. Porque era lo que estábamos viviendo.

Casi media vida me ha costado aprender que lo que tanto repudiaba, porque era totalmente diferente al concepto de religión que tenía, no era si no lo mismo. Por fin hacía las paces con el ritual cultural en que se había convertido la Semana Santa y con el sentido profundo de la religión, que no era más que dos actos diferentes pero iguales de ser amor. Un regalo que no esperaba y por el que daba gracias, pues se cerraba una herida profunda y olvidada que me impedía gozar con el esplendor de la devoción y el amor de las personas que viven de esa forma la Semana Santa. 

Esa misma tarde, aún sumida en el nirvana que me había producido la comunión de mi nuevo Jesús con el de los tronos, conocí a Aurus, mi dragón guardián, de un precioso color rojo anaranjado y dorado que se presentó en una meditación.

Realmente se puede demostrar que todos llevamos un poco de Jesús de Nazaret físicamente en nosotros. Científicos han calculado que en una sola inspiración absorbemos 10 elevado a 22 átomos del universo en nuestro cuerpo. Es una materia prima que absorbemos de la naturaleza y que acaban formando células del corazón, del pulmón, del hígado, cerebro… Al espirar salen 10 elevado a 22 átomos que provienen de las células de nuestro organismo (riñón, corazón, cerebro…), así que compartimos nuestros órganos con los demás todo el tiempo.


Walt Whitman dijo: “cada átomo que me pertenece, también os pertenece y viceversa”. En base a cálculos matemáticos a través de radioisótopos se ha demostrado que al menos cada uno de nosotros puede tener sobre un millón de átomos que antes estuvieron en el cuerpo de Jesús, de Buda, Gandhi o Hitler. Durante las últimas 3 semanas, mil millones de átomos, 10 elevado a 15, han circulado por nuestro cuerpo habiendo transitado previamente por el cuerpo de cada una de las especies de nuestro planeta.

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