lunes, 5 de diciembre de 2016

Tu enfermedad como mi metamorfosis: La Historia 58, Pacto de Almas

"Nadie pierde a nadie porque nadie posee a nadie. Ésa es la verdadera experiencia de la libertad: tener lo más importante del mundo sin poseerlo"
Paulo Coelho
Las dos Fridas. Frida Kahlo

Hace tiempo que ibas buscando cómo despertar a la divinidad que habita en ti. Yo pude verlo, sentirlo, experimentarlo cuando cerré los ojos para que la mente diese paso al corazón. Solo había que adentrarse en el bosque tenebroso, en el que penetré por obligación y sin querer, para aprender tienes que perderte en el laberinto de las idas y venidas, y después encontrarte...

En realidad las respuestas siempre estuvieron en tu alma, pero sin atravesar esos caminos sinuosos no podrías acceder a tu quietud interior para hacértelo ver. La calma da el movimiento certero y a veces revelaciones que te dejan el cabello despeinado y el alma estremecida. Este es el tiempo de despertar, no hay excusas entre tantas herramientas que nos acercan a nosotros. Anhelamos el momento de acabar con la búsqueda de respuestas, de llegar a lo que quieres ser, pero a veces no notamos que esto suceda y sentimos que algo nos falta. 

Quizá ese momento esté aconteciendo hoy mismo y ayer, y también mañana… Ese momento está frente a ti, ahora. Y quizá no es como imaginaste, donde volabas, saltaban chispas de luz y llovían gotas de arcoíris. La alquimia que querías ver no son fórmulas mágicas que cambian el mundo, son emociones que cambian tu percepción del mundo, es la fortaleza de tu espíritu, la voluntad de soltar lo que ya no encaja en tu vida y de caminar con ese brillo que te alimenta desde el mismo momento que comenzaste a nacer.

Se acercaba Semana Santa y rodeada del ambiente a incienso que lo envuelve fui consciente de que seguir una senda religiosa, la que fuese, no me eximía necesariamente de refugiarme en una vida temerosa. De hecho, recuerdo aquellos años cuando practicaba el cristianismo donde, a parte de amor, sentía mucho miedo y sentimiento de culpabilidad, grabado a fuego y cada vez a más profundidad con cada rezo del “Yo Confieso”. En ocasiones, el motor de mis acciones no era el amor, sino  todo lo contrario, el miedo a no ser digna del reino de los cielos. 

En cambio, ahora que sigo un camino espiritual personal, soy capaz de seguir los impulsos de mi propio ser, conectarme con mi “Yo Superior” que somos todos en esencia. He aprendido que no importa si acudimos a la iglesia, a la playa, si hacemos senderismo o incluso si nos tomamos un buen vino o disfrutamos de un helado; pues si escuchamos a nuestro verdadero ser, cualquier camino que elijamos para nosotros será el correcto y ninguna de estas opciones será más espiritual o religiosa que otra. Fui consciente de que al defender alguna doctrina como la única verdadera sólo conseguía limitar lo que era y lo que había venido a hacer. Y que es indiferente si te autodefines como una persona religiosa o espiritual pues en el fondo comparten la misma esencia, que es llegar a Dios, la divinidad, la fuente, Alá, Jehovah, Yahweh… a través de las experiencias que vives en el mundo contigo mismo, es un encuentro con el ser divino que somos.

Ahora que llevo un tiempo practicando la meditación puedo comenzar a ver las consecuencias en mí. Creía que el resultado de Nazaret sería más expectacular, pues significaría la manifestación física de la sanación que todos le veíamos ya restablecida en su alma. Ella sería finalmente mi ejemplo en todos los sentidos, tanto personalmente (que ya lo era), como a nivel profesional, pues me demostraría aún más, lo errado de mi empirismo. Pero había obviado una de las meditaciones más intensas y vívidas que tuve meses antes de su muerte, donde sellábamos el pacto de nuestras almas. Una de esas meditaciones que, sin buscarla, te aparece para que todo encaje, para que no tema. Allí, en un lugar desconocido, donde reinaba la oscuridad y la luz, pude vernos como dos almas doradas haciendo un pacto para despertar aquí en la Tierra. Ella enfermaría y despertaría antes. Yo lo haría después, siguiendo a su corazón a través del amor que nos unía. Ambas nos cruzaríamos en la vida como parte de un contrato cargado de bendiciones que nos permitiría experimentarnos a nosotras mismas, por fin, como quienes somos realmente, en un grado superlativo. Primero ella y luego yo.

Yo me sentí más “yo misma” con ella que con nadie más en esta vida y en muchas otras vidas. Ella tuvo una experiencia de sí misma como nunca tuvo antes. Y el dolor que me invade es parte del enorme, maravilloso y generoso regalo de la vida para que yo también pudiera conocer quién soy realmente. Ella me dio un tesoro que es el conocimiento de que soy capaz de dar, recibir y experimentar un amor maravilloso en forma humana, encarnada en este planeta tan loco. En aquella meditación se me mostró que efectivamente ya estaba sanada, pero que se tendría que ir. Yo quise negar esta última parte pues se clavaba en mi pecho como el dolor más hondo jamás experimentado, un dolor del alma, de saber que lo que pierdes es una parte de lo que eres. Puse todas las expectativas en confiar que esa sanación que también se me había revelado, se transfiguraría en el plano físico.

Por más que lo intentaba, no conseguía separar a la salud de la enfermedad, hasta que fui consciente de que ambas inevitablemente van unidas, como el nacimiento y la muerte. No podía esconder más en la sombra a la enfermedad y la muerte. Ya habíamos conseguido hablarle de frente con el último absceso, nos habíamos presentado. Pero aún era demasiado grande, aún cargaba con un yugo negro, grasiento y pesado que había transportado conmigo desde que comencé la carrera sin ser consciente de ello. Cuando reflexiono sobre el sentido último y escondido de la realización de las pruebas de prevención y cribaje como mamografías, citologías, analíticas, vacunaciones… es recordarnos lo que estamos tratando de evitar: la enfermedad y la muerte. Pero realmente nuestro entusiasmo y obsesión por la salud nos acerca más a la enfermedad. Ciertamente las modernas tecnologías nos han alejado de la enfermedad pero, al mismo tiempo, también nos han hecho perder el contacto con la salud. Los avances científicos sólo se enfocan en patologías, lo que hace que nuestra atención se vuelque más en la enfermedad y consecuentemente en la muerte, pues atraemos lo que pensamos. En esas condiciones no podemos gozar de salud porque hemos perdido la conexión vital entre la salud y la enfermedad. Los nuevos fármacos, las nuevas herramientas de los quirófanos y laboratorios, y las promesas de inmortalidad han destruido nuestra relación simbiótica con el mundo que nos rodea.

No se trata de condenar como negativa e inútil la tecnología moderna, pero hasta el momento, sus procedimientos no pueden sustituir a la sabiduría de la naturaleza. Con el paso de los siglos hemos sepultado la comprensión de la salud y la enfermedad como conocían los pueblos “primitivos” que habitaban nuestro planeta. Y en ocasiones, este olvido puede convertirse en el detonante de sentirnos decepcionados con nosotros mismos por haber renunciado a nuestra propia responsabilidad, por haber olvidado lo que un día supimos, por haber cortado nuestra conexión con lo que somos, parte de nuestro ecosistema, del mundo. Estamos aprendiendo dolorosamente que longevidad no es sinónimo de calidad de vida, ya lo comentaba Nazaret cuando les dijo a los oncólogos que no quería morirse entre vómitos y sedantes por los desastres de la quimioterapia.

Pero nos hemos olvidado de aceptar como parte de nuestra vida la sombra de la salud: la enfermedad. Y solo luchamos contra ella, combatimos lo que tiene que estar para seguir en el equilibrio de la vida, pues la naturaleza del mundo no puede ser forzada. Es imposible entender la salud sin tener conciencia de la enfermedad, sin aceptarla, como parte de nuestra vida, como aceptamos que inspiramos y espiramos en el juego de nuestra respiración sin juzgar qué es mejor o peor, quién es el bueno o el malo. Nuestra ceguera y nuestras cesiones de poder en la tecnología nos hacen creer que solo es cuestión de tiempo, mano de obra e inversión en investigación y cuando consideramos aunar salud y enfermedad, como se practica en otras medicinas milenios atrás, creemos falsamente que constituye un retroceso hacia épocas antiquísimas que no concuerdan con el desarrollo tecnológico y humano actual.

Seguía meditando para intentar aceptar, comprender y soltar desde el corazón lo que mi mente racional no podía. Es ese instante vivía mi espacio de libertad, me experimentaba como parte del uno en el todo, donde las distintas dimensiones se abrían a mi consciencia, permitiéndome llegar a su conocimiento mientras “mi avatar” de lo que yo era fuera de mi cuerpo, viajaba de una a otra. Durante la meditación experimento la más profunda paz interior, me siento en consonancia conmigo misma, recuerdo quién soy y lo que he venido a hacer aquí (nada de tener una carrera, trabajar, casarte, comprarte un coche, una casa, tener hijos, sacrificios…). Hemos venido a ser amor, a amarnos a nosotros mismos y a los demás, y algunos a ser luz para dar luz.

Parte de lo que somos nosotros mismos trabaja en otros planos dimensionales. Y si no nos podemos acordar de lo que hace nuestro ser en otras esferas no es más que debido a la gran densidad que soportamos en la Tierra. Esta gran densidad y este desconocimiento también nos ayudará a vivir las experiencias en los rangos más límites. Podemos soportar las más grandes desgracias y vivir las mayores alegrías y estados de éxtasis que, por supuesto, serían menos intensos si conociéramos que esto no se acaba aquí ni es como parece que creemos.


Para poder abrir la consciencia hay que dejar de mirarse el ombligo y abrir la perspectiva a una observación imparcial, sabiendo que no hay enemigos fuera ni que todo lo que nos ocurre se debe a un complot contra nosotros. Hay que tomar distancia para no hacer tuyo lo que no te pertenece. Con la meditación se activa la armonía que nos lleva a una visión más clara de la realidad. Y a veces, aún siendo principiante, tienes regalos como los que yo recibí.

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