"Nadie pierde a nadie porque nadie posee a nadie. Ésa es la verdadera experiencia de la libertad: tener lo más importante del mundo sin poseerlo"
Paulo Coelho
Las dos Fridas. Frida Kahlo |
Hace tiempo que ibas buscando cómo despertar a la divinidad
que habita en ti. Yo pude verlo, sentirlo, experimentarlo cuando cerré los ojos
para que la mente diese paso al corazón. Solo había que adentrarse en el bosque
tenebroso, en el que penetré por obligación y sin querer, para aprender tienes
que perderte en el laberinto de las idas y venidas, y después encontrarte...
En
realidad las respuestas siempre estuvieron en tu alma, pero sin atravesar esos
caminos sinuosos no podrías acceder a tu quietud interior para hacértelo ver.
La calma da el movimiento certero y a veces revelaciones que te dejan el
cabello despeinado y el alma estremecida. Este es el tiempo de despertar, no
hay excusas entre tantas herramientas que nos acercan a nosotros. Anhelamos el
momento de acabar con la búsqueda de respuestas, de llegar a lo que quieres
ser, pero a veces no notamos que esto suceda y sentimos que algo nos falta.
Quizá ese momento esté aconteciendo hoy mismo y ayer, y también mañana… Ese
momento está frente a ti, ahora. Y quizá no es como imaginaste, donde volabas,
saltaban chispas de luz y llovían gotas de arcoíris. La alquimia que querías
ver no son fórmulas mágicas que cambian el mundo, son emociones que cambian tu
percepción del mundo, es la fortaleza de tu espíritu, la voluntad de soltar lo
que ya no encaja en tu vida y de caminar con ese brillo que te alimenta desde
el mismo momento que comenzaste a nacer.
Se acercaba Semana Santa y rodeada del ambiente a incienso
que lo envuelve fui consciente de que seguir una senda religiosa, la que fuese,
no me eximía necesariamente de refugiarme en una vida temerosa. De hecho,
recuerdo aquellos años cuando practicaba el cristianismo donde, a parte de
amor, sentía mucho miedo y sentimiento de culpabilidad, grabado a fuego y cada
vez a más profundidad con cada rezo del “Yo
Confieso”. En ocasiones, el motor de mis acciones no era el amor, sino todo lo contrario, el miedo a no ser digna
del reino de los cielos.
En cambio, ahora que sigo un camino espiritual
personal, soy capaz de seguir los impulsos de mi propio ser, conectarme con mi “Yo Superior” que somos todos en
esencia. He aprendido que no importa si acudimos a la iglesia, a la playa, si
hacemos senderismo o incluso si nos tomamos un buen vino o disfrutamos de un
helado; pues si escuchamos a nuestro verdadero ser, cualquier camino que
elijamos para nosotros será el correcto y ninguna de estas opciones será más
espiritual o religiosa que otra. Fui consciente de que al defender alguna
doctrina como la única verdadera sólo conseguía limitar lo que era y lo que
había venido a hacer. Y que es indiferente si te autodefines como una persona
religiosa o espiritual pues en el fondo comparten la misma esencia, que es
llegar a Dios, la divinidad, la fuente, Alá, Jehovah, Yahweh… a través de las experiencias
que vives en el mundo contigo mismo, es un encuentro con el ser divino que
somos.
Ahora que llevo un tiempo practicando la meditación puedo
comenzar a ver las consecuencias en mí. Creía que el resultado de Nazaret sería
más expectacular, pues significaría la manifestación física de la sanación que
todos le veíamos ya restablecida en su alma. Ella sería finalmente mi ejemplo
en todos los sentidos, tanto personalmente (que ya lo era), como a nivel profesional,
pues me demostraría aún más, lo errado de mi empirismo. Pero había obviado una
de las meditaciones más intensas y vívidas que tuve meses antes de su muerte, donde sellábamos el pacto de nuestras almas.
Una de esas meditaciones que, sin buscarla, te aparece para que todo encaje, para que no
tema. Allí, en un lugar desconocido, donde reinaba la oscuridad y la luz, pude
vernos como dos almas doradas haciendo un pacto para despertar aquí en la Tierra. Ella enfermaría y despertaría antes. Yo lo haría después, siguiendo a
su corazón a través del amor que nos unía. Ambas nos cruzaríamos en la vida
como parte de un contrato cargado de bendiciones que nos permitiría
experimentarnos a nosotras mismas, por fin, como quienes somos realmente, en un
grado superlativo. Primero ella y luego yo.
Yo me sentí más “yo
misma” con ella que con nadie más en esta vida y en muchas otras vidas.
Ella tuvo una experiencia de sí misma como nunca tuvo antes. Y el dolor que me
invade es parte del enorme, maravilloso y generoso regalo de la vida para que
yo también pudiera conocer quién soy realmente. Ella me dio un tesoro que es el
conocimiento de que soy capaz de dar, recibir y experimentar un amor
maravilloso en forma humana, encarnada en este planeta tan loco. En aquella
meditación se me mostró que efectivamente ya estaba sanada, pero que se tendría
que ir. Yo quise negar esta última parte pues se clavaba en mi pecho como el
dolor más hondo jamás experimentado, un dolor del alma, de saber que lo que
pierdes es una parte de lo que eres. Puse todas las expectativas en confiar que
esa sanación que también se me había revelado, se transfiguraría en el plano
físico.
Por más que lo intentaba, no conseguía separar a la salud de
la enfermedad, hasta que fui consciente de que ambas inevitablemente van
unidas, como el nacimiento y la muerte. No podía esconder más en la sombra a la
enfermedad y la muerte. Ya habíamos conseguido hablarle de frente con el último
absceso, nos habíamos presentado. Pero aún era demasiado grande, aún cargaba
con un yugo negro, grasiento y pesado que había transportado conmigo desde que
comencé la carrera sin ser consciente de ello. Cuando reflexiono sobre el sentido último y escondido de la realización de las pruebas de prevención y cribaje como mamografías,
citologías, analíticas, vacunaciones… es recordarnos lo que estamos tratando de
evitar: la enfermedad y la muerte. Pero realmente nuestro entusiasmo y obsesión
por la salud nos acerca más a la enfermedad. Ciertamente las modernas
tecnologías nos han alejado de la enfermedad pero, al mismo tiempo, también nos
han hecho perder el contacto con la salud. Los avances científicos sólo se
enfocan en patologías, lo que hace que nuestra atención se vuelque más en la
enfermedad y consecuentemente en la muerte, pues atraemos lo que pensamos. En
esas condiciones no podemos gozar de salud porque hemos perdido la conexión
vital entre la salud y la enfermedad. Los nuevos fármacos, las nuevas
herramientas de los quirófanos y laboratorios, y las promesas de inmortalidad
han destruido nuestra relación simbiótica con el mundo que nos rodea.
No se trata de condenar como negativa e inútil la tecnología
moderna, pero hasta el momento, sus procedimientos no pueden sustituir a la
sabiduría de la naturaleza. Con el paso de los siglos hemos sepultado la
comprensión de la salud y la enfermedad como conocían los pueblos “primitivos” que habitaban nuestro
planeta. Y en ocasiones, este olvido puede convertirse en el detonante de
sentirnos decepcionados con nosotros mismos por haber renunciado a nuestra
propia responsabilidad, por haber olvidado lo que un día supimos, por haber
cortado nuestra conexión con lo que somos, parte de nuestro ecosistema, del
mundo. Estamos aprendiendo dolorosamente que longevidad no es sinónimo de
calidad de vida, ya lo comentaba Nazaret cuando les dijo a los oncólogos que no
quería morirse entre vómitos y sedantes por los desastres de la quimioterapia.
Pero nos hemos olvidado de aceptar como parte de nuestra vida
la sombra de la salud: la enfermedad. Y solo luchamos contra ella, combatimos
lo que tiene que estar para seguir en el equilibrio de la vida, pues la
naturaleza del mundo no puede ser forzada. Es imposible entender la salud sin
tener conciencia de la enfermedad, sin aceptarla, como parte de nuestra vida, como
aceptamos que inspiramos y espiramos en el juego de nuestra respiración sin
juzgar qué es mejor o peor, quién es el bueno o el malo. Nuestra ceguera y
nuestras cesiones de poder en la tecnología nos hacen creer que solo es
cuestión de tiempo, mano de obra e inversión en investigación y cuando
consideramos aunar salud y enfermedad, como se practica en otras medicinas
milenios atrás, creemos falsamente que constituye un retroceso hacia épocas
antiquísimas que no concuerdan con el desarrollo tecnológico y humano actual.
Seguía meditando para intentar aceptar, comprender y soltar
desde el corazón lo que mi mente racional no podía. Es ese instante vivía mi
espacio de libertad, me experimentaba como parte
del uno en el todo, donde las distintas dimensiones se abrían a mi consciencia,
permitiéndome llegar a su conocimiento mientras “mi avatar” de lo que yo era fuera de mi cuerpo, viajaba de una a
otra. Durante la meditación experimento la más profunda paz interior, me siento
en consonancia conmigo misma, recuerdo quién soy y lo que he venido a hacer
aquí (nada de tener una carrera, trabajar, casarte, comprarte un coche, una
casa, tener hijos, sacrificios…). Hemos venido a ser amor, a amarnos a nosotros
mismos y a los demás, y algunos a ser luz para dar luz.
Parte de lo que somos nosotros mismos trabaja en otros planos
dimensionales. Y si no nos podemos acordar de lo que hace nuestro ser en otras esferas
no es más que debido a la gran densidad que soportamos en la Tierra. Esta gran
densidad y este desconocimiento también nos ayudará a vivir las experiencias en
los rangos más límites. Podemos soportar las más grandes desgracias y vivir las
mayores alegrías y estados de éxtasis que, por supuesto, serían menos intensos
si conociéramos que esto no se acaba aquí ni es como parece que creemos.
Para poder abrir la consciencia hay que dejar de mirarse el
ombligo y abrir la perspectiva a una observación imparcial, sabiendo que no hay
enemigos fuera ni que todo lo que nos ocurre se debe a un complot contra nosotros.
Hay que tomar distancia para no hacer tuyo lo que no te pertenece. Con la
meditación se activa la armonía que nos lleva a una visión más clara de la
realidad. Y a veces, aún siendo principiante, tienes regalos como los que yo
recibí.
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