viernes, 7 de octubre de 2016

Tu enfermedad como mi metamorfosis: La Historia 34, La noche oscura del alma

"Cuando ya no somos capaces de cambiar una situación, nos encontramos ante el desafío de cambiarnos a nosotros mismos"
Viktor Frankl

Aquellas personas que pasan a través de la noche oscura del alma es porque han tocado fondo. Han estado en el mismo infierno de forma ineludible. La noche oscura es un viaje sagrado y a la vez austero. Únicamente cuando nos vemos obligados a abandonar todo lo conocido y atravesamos las profundidades del averno, descubrimos que la noche oscura es un enorme vacío, pero que en lo más recóndito comienza a florecer la nueva vida en nuestro interior...


 La vida se empeña en transformarnos y no nos queda más remedio que rendirnos a ella y dejar fluir. Tenemos la opción de sufrir y lamentarnos o aceptar que las noches oscuras forman parte de la vida y colaborar con lo inevitable para que sea una etapa creativa y enriquecedora.

En las crisis, la identidad egoica se derrite hasta dejarte parado en frente de un espejo sin ser capaz de reconocerte en la imagen que se proyecta de ti mismo. Y en esta fundición arrastra la pequeña voluntad de nuestro ego maleducado que comienza agazapado susurrando a nuestras espaldas para continuar gritando desbocado al ganarse nuestra atención y confianza.

El ascenso comienza con el descenso a las profundidades y al caos, al averno. La resistencia a la noche oscura es más dolorosa que ella misma. Tratar de evitar el sufrimiento inevitable sólo genera más dolor. Pero si respiras, te relajas, y te ríes, si depones tu sentido de importancia personal y dejas morir la arrogancia del ego, la vida no se adpatará a tu ego, sino a tu voluntad divina. Llorando podrás diluir la máscara y la coraza del ego, pues hay lágrimas sanadoras de la propia tristeza, de la frustración y el dolor.

Las crisis y las pérdidas son las grandes maestras de la vida que nos colocan al borde del precipicio dejándote muchas veces la opción de saltar al vacío y comprobar si caes o vuelas. Los que caen al final vuelan con más fuerza. Son procesos sanadores de renacimiento que te conducen más allá de los límites que conocías, son puntos de inflexión donde comienza el cambio de crisálida a mariposa.

El dolor y la pérdida nos llevan a despertar nuestra verdadera naturaleza primigenia dotándote para ello de más vida, más presencia, más consciencia. Hasta tranformarte en sanador herido y en tu convalescencia realizar tu auténtica misión en la vida. No hay una fórmula magistral para salir de la noche oscura. La única opción es encararla como héroes y hacer frente a los miedos y al dolor, para preguntarles cuál es el sentido de su presencia en nosotros, qué nos quieren enseñar. La noche oscura te mostrará finalmente la vida tal como es, con luces y sombras. No huyas de las tinieblas, pues, como dice Joseph Campbell, “la cueva oscura donde temes entrar es donde está tu tesoro”.

Esa noche decidió no ir a la consulta de oncología. Estaba muy cansada y tendría que despertarse a las 6 de la madrugada, pues teníamos cita a primera hora, a las 8. En su defecto fui yo. Al llegar a la sala de espera, enorme pero no suficiente, masificada de pacientes, una cortina gris oscura cubrió mi cuerpo, manifestado con más fuerza en los ojos. Era una representación dantesca del purgatorio. A pesar del esfuerzo de los profesionales por romper las barreras, daba una sensación de frialdad, de espectáculo terrorífico, de encontrarse en una maraña de zombis siendo tú uno más… Aquel recinto no era el más apto para alguien sensible, que estaba empezando a despertar. No era el caso de Nazaret, ya despierta y capaz de inundarlo todo con su luz, por eso se pegaban muchos pacientes, de forma hasta inconsciente, a ella.

Al entrar a la consulta le hice un resumen de la historia lo más preciso que podía, si bien era cierto que ya tenía una carpeta llena de informes y pruebas complementarias que impedían una síntesis concreta y exacta. El chico que me atendió fue muy agradable. Aún no había terminado la especialidad de oncología, pero se notaba que su trabajo le fascinaba, y en esta profesión es un punto crucial. En muchas ocasiones los médicos internos residentes superan con creces a sus adjuntos, tanto por la impicación en el caso, como por los nuevos conocimientos que aportaba y por el interés en general. No me dio tiempo de valorar todas estas cualidades en este residente en concreto, pero su actitud hablaba muy positivamente de él.

Tras reunir toda la información, lo primero que hizo fue pedirle un TAC con contraste para valorar las posibles metástasis. Por lo demás, seguiríamos con actitud expectante en cuanto a recibir la quimioterapia y la radioterapia, y continuaría con la misma medicación hasta nuevos resultados de la anatomía patológica. Nos citaron tres semanas después, tiempo suficiente para que Nazaret estuviese más recuperada, se realizase la prueba de imagen y se concretase el nombre y apellidos del “bicho del miedo”.

Menos mal que no acudió. No hizo falta su presencia. Así pudo descansar y ahorrarse el show apocalíptico. Al día siguiente estábamos de vuelta a casa. Me recomendaron hacerle el TAC conforme se acercase la fecha de la revisión, para que fuese lo más reciente posible. En el TAC estaban muchas de nuestras esperanzas metidas. El hallazgo de metástasis sería una sentencia firme a unas medidas muy agresivas que terminan generalmente con un desenlace trágico. No quería saber, pero también tenía la necesidad de ello. Si todo el proceso desde mayo era causado por el tumor, aquello estaría esparcido por todo su cuerpo, pues ya sin ser visible, había jugado a ser Dios con sus pulmones, con su corazón, con su vientre, con su cerebro...


Nazaret seguía en su estado de paz, en la vibración del amor. Quizá solo alterada al contemplar mi cara de pánico permanente. Yo temblaba de miedo, mucho… El miedo era una energía a la que me había acostumbrado ya. No era capaz de poder cambiarla, no podía reubicarme desde una actitud interna consciente y coherente. Ahora que tengo los recursos de pararme, observar y pensar algo más lúcida, entiendo que el miedo tiene siempre la misma raíz: el que se repita algo pasado desagradable o que ocurra algo negativo en el futuro. Como ya he comentado, esto implica no estar en el presente. Por lo que, por la misma condición, desaparece al estar presente, ya que es cuando descubres que no hay nada que temer, en el presente no.

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