lunes, 17 de octubre de 2016

Tu enfermedad como mi metamorfosis: La Historia 37, Viajeros de paso

"Nuestro destino nunca es un lugar, sino una nueva manera de ver las cosas"
Henry Miller 

Nazaret no buscaba, descubría. Cada momento era un encuentro con la vida, con la magnificencia que interpretaba su sagrada y misteriosa danza justo frente a nosotros. Con cada movimiento, con cada emoción y cada sonido se le desvelaba lo invisible en contraste con su inmutable y silencioso fondo. No necesitaba buscar lo que ya estaba celebrando, no precisaba de más tiempo para saber lo que ya era suyo...

La vida le había concedido el privilegio de ver el mundo con los ojos de la realidad y ella seguía enseñándome que lo triste no es que ella o yo nos muriéramos, sino que nos alcanzase la muerte y nos diésemos cuenta de que no habíamos vivido. Rendida ante sus lecciones y habiéndolo perdido todo, me puse de pie. Cuando vivía en el mundo en el que creía tenerlo todo, esto jamás hubiese sucedido.

Ya en el nuevo hospital, una de las primeras noticias que nos dieron fue que habían tenido que enviar “el bulto del miedo” a otro hospital aún mayor. No habían sido capaces de, con sus medios, ponerle los apellidos que tanto me exasperaba. Ya sabíamos que se trataba de un sarcoma. Pero sin tener claro el resto, yo hasta lo ponía en tela de juicio. Tampoco supieron decir si provenía del útero, del retroperitoneo o de cualquier otro origen… Sería el tercer hospital donde analizarían la masa. Y mientras no hubiese resultados tocaría esperar. Sin tratamiento, sin otras opciones.

Nazaret lo bautizó como “el bulto del miedo” porque todos los médicos que se asomaban a su historia se llevaban las manos a la cabeza horrorizados por lo que leían, pero ninguno se atrevió a mirarle a los ojos y dejar que ellos les hablase. Y muchos más profesionales eran los que, con la palabra cáncer por bandera, intentaban intimidarla, presionarla, paralizarla… en definitiva, transmitían los miedos que ellos mismos sentirían si condenados y verdugos hubieran cambiado de torna.

Pero Nazaret era capaz de discernir aquellas emociones y no tomarlas como propias. De hecho hasta se mofaba de ella misma y del mundo con ser poseída por el “bulto del miedo”. Nadie podía robarle lo afortunada que se sentía por poder vivir esa experiencia y no haber muerto antes. Sólo una vez se quejó y fue mediante un comentario a su madre con voz serena y calma: “mamá ya podría estar bien y terminar con todo lo que me está pasando. Si toca otra cosa, ya creo que podría ser a otra persona…”. Yo, durante las tardes hospitalarias, me intentaba preparar la defensa de la tesis doctoral. Siempre al lado de Nazaret, entre cambios de preparados de antibióticos y analgésicos.

Si las plantas de los hospitales son difíciles de sobrellevar para los familiares cercanos que acompañan a un paciente que necesita de cuidados, aquella planta en concreto, que por cierto, era la tercera, fue la más desagradable en cuanto al respeto del descanso. Todas las noches comenzaban entre las 00:30 y las 1 am de la madrugada a administrar la medicación. Si tenía más de un fármaco intravenoso, el proceso se alargaba el doble. Y si además compartías habitación, nos agraciaban con el cuádruple de entradas y salidas que se alargaban hasta altas horas de la madrugada. Y por la mañana, a partir de las 6:30 am estaban despertándonos para comenzar con las extracciones sanguíneas.

En oncología, planta donde el descanso y la paz debería considerarse una pieza clave también para la recuperación del paciente, no existía el sosiego. Y Nazaret y yo lo estábamos acusando en primera persona. Al alta se salía más agotado que previo al ingreso mismo, tanto el familiar como el paciente. Comentaban las enfermeras que era problema de horarios y que tenían que sacar mucha sangre y eran pocas. 

Menos mal que su madre, siempre corriendo, llegaba a primera hora al hospital con una sonrisa, con alegría, haciéndonos reír de la mala noche que habíamos pasado. En varias ocasiones ayudó a disfrazar a Nazaret estando ingresada. Una vez de Frida Kalho, esta en mayo, tras salir de la UCI del primer tromboembolismo pulmonar. Y en este ingreso tocó el disfraz de la bruja novata. Gracias a estos momentos, a su forma de afrontar las adversidades, aprendí que el sentido del humor representa momentos de lucidez (breves, fugaces como destellos) en los que reconocemos que, sean cuales sean nuestros trabajos y nuestros pesares en el mundo, no pueden llegar a tocar a los seres eternos, mucho más grandes, que somos en realidad. La risa, la buena ironía, son los medios que utiliza nuestro corazón para recordarnos que no somos prisioneros en este mundo, sino viajeros de paso.

El drenaje se lo hicieron al día siguiente de su llegada, mediante ayuda de radiología intervencionista sin complicaciones sobreañadidas y de forma rápida. Sin embargo, como vaticinó Nazaret, por aquel orificio artificial no salía a penas contenido porque ya lo estaba vertiendo todo de manera natural en forma de regla. Con sus 30 años, aquella “pseudomenstruación” sería el culmen de su fertilidad y parecía querer acabar de forma festiva y jocosa.

Previo al drenaje le hicieron un nuevo TAC abdomino-pélvico. Los oncólogos nos informaron de que quedaba tejido tumoral en la zona donde había un gran coágulo. En mi hospital, días antes, observaron el mismo hallazgo, motivo por el que llamaron por teléfono a los ginecólogos que la operaron y así recabar pruebas que justificase aquella imagen que, al describirse, no concluía nada. Ellos le explicaron que esa zona fue la más cruenta, la que más sangraba y tuvieron que colocar un tipo de pegamento especial que daba esa forma de “miga de pan”, tan desconcertante. Así aquella imagen tenía lógica. Yo quise explicárselo a los oncólogos, darle el teléfono personal de los ginecólogos que la intervinieron para que contrastasen información, pero para ellos no había duda, era tumor que había que extirpar de inmediato.

Meses después comprobaríamos que el diálogo es más importante que el prestigio de un centro, que se aprende más escuchando que hablando y que la humildad no le roba valor a los diagnósticos, sino que los engrandece. Meses después esas peligrosas “migas de pan” desaparecieron y el tamaño de aquello, disminuyó.


El viaje de Nazaret no se midió por los años de vida sino por la vida en los años. Viajera de paso, tan tierna como el canto de los pájaros, tan profunda como el azul del cielo, tan misteriosa como los cometas, tan delicada como el aroma del almendro en flor… Enamoraba a cualquiera que tuviese el valor de miararla con los ojos del alma. De paso estaba cuando ingresaba en el hospital, pues aquel no era su sitio. Sin embargo, era el escenario perfecto para predicar con el ejemplo de quien ha aprendido a volar y sonríe a la vida con gratitud. De quien muestra sus cicatrices y las bendice pues aunque aún dolían, eran la única forma de sanar. Y allí, en aquella representación de su viaje de paso, transmutaba el dolor, el miedo, el resentimiento y la frustración por amor que nunca se agota.

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