miércoles, 12 de octubre de 2016

Tu enfermedad como mi metamorfosis: La Historia 35, El sendero del alma

"El mensaje más profundo viaja de corazón a corazón, por el sendero de los ojos, escrito en el lenguaje de la luz"
Anónimo

El sendero del alma no siempre es el camino que imaginamos. A veces necesita adentrarnos por pasajes solitarios y silenciosos para estar acompañados de nosotros mismos, para escucharnos y arrebatar las máscaras que ya no queremos y así sentir el calor en nuestro verdadero rostro. A veces el sendero del alma nos conduce por laberintos para que seamos nosotros mismos los que escapemos cuando nos encerramos porque tememos a nuestra verdad, para caminar con nuestras propias piernas...

 El sendero del alma nos deja ir, porque en realidad ya estamos volviendo. Y en benditas ocasiones te cruza con alguien que es capaz de verte, con tus sombras, y no huir, sino permanecer a tu lado cuando más lo necesitas. El sendero del alma te invita a caminar sin miedo y ser quien siempre quisiste ser, para ser verdadera, ser única, siendo quien has venido a ser.

El estado de beatitud se negaba a abandonar a Nazaret. La prueba se tuvo que adelantar una semana de lo previsto. Cualquier excusa que usé, apoyada en sus nuevos oncólogos, fue suficiente para quitar el sinvivir que su sino me producía. Ella preparaba su cuepo con sus palabras: “Mi cuerpo está sanado, no hay cabida para las metátasis”. Yo la animaba a que siguiera. Aunque pensaba que era inútil en cuanto a la influencia del resultado del escáner, sí creía que el estado positivo era una actitud más beneficiosa que su opuesta. De nuevo otro TAC con contraste, el tercero en pocos meses. Éste estrictamente necesario, bajo mi obsoleto punto de vista. Pero con cada prueba de este calibre la irradiación que absorbe el cuerpo es similar a hacerse entre 150 y 300 radiografías de tórax. La asociación de esta prueba con el cáncer de mama está más que demostrada, y revoloteaba, como todo lo incontrolable que quería gobernar, en mi cabeza.

Por fin se hizo. Nuestras incógnitas se disiparían en unos segundos infinitos. Nazaret llevaba razón. A pesar de ir en contra de todo pronóstico, su cuerpo estaba libre de tumores secundarios. No había rastro de metástasis. La batalla que empezó comenzaba por fin a darnos algo de ventaja. Era una alegría inmensa la que nos abordó. Quizá Nazaret también estuviese en lo cierto cuando se decía sanada. Yo quería creer con todas mis fuerzas. Ya por lo menos, tenía una base en la que sustentar a mi ego, en la que comenzar a desmontar todo aquello que había creado.  

Sin embargo, encontraron también múltiples abscesos de restos de sangre en su abdomen. Uno de ellos muy grande, que comunicaba con vagina, pero que, por su tamaño y el riesgo de infectarse, debía de ser drenado. Estaba muy accesible, pues se localizaba justo debajo de la piel. El impedimiento es que se debía hacer mediante una intervención especializada de radiología intervencionista que no existía en ningún hospital comarcal. En la imagen aparecía también, envuelto por sangre, algo de consistencia más compacta, de difícil catalogación por todo el equipo de especialistas. Llamaron a los ginecólogos que, al ver las imágenes, supieron de inmediato que se trataba del pegamento que, como última opción, usaron para evitar el destino fatal por el que se deslizaba Nazaret. El trombo de la pierna seguía allí, un poco más arriba, a nivel bajo del abdomen, en las grandes venas. Pero su cuerpo había sido muy inteligente. Creó nuevas venas, nuevas autopistas, para nutrir todo su templo al completo. Deberíamos acudir a su nuevo hospital de referencia para valorar la opción de drenar aquella mole de sangre y evitar futuras complicaciones a las que mi ego, gracias a su gran imaginación, ya había dibujado. Llamé a su oncológo. Me tranquilizó. Ella estaba drenando de forma espontánea con su “regla”. No tenía ninguna complicación añadida como fiebre, dolor, alteraciones digestivas… Aquello se podría demorar hasta que no viniese algo adverso. Aún teníamos la tregua de poder disfrutar de los baños de sol en el jardín mientras nuestros pies eran acariciados por el césped.

Cuando vivimos en la consciencia del presente, el ego deja de engordar de inmediato y desaparece la parálisis y la huida que tanto caracteriza a esta energía tan pesada, reflejada en mí como un gran ejemplo. Cuanto más olvidamos que todo es UNO, más nos alejamos de nuestro corazón, de nuestra alma y, por ende, más entramos en miedo. Cuando descubrimos que no existe la separación y todo lo creas tú mismo, es cuando desaparece el miedo porque empezamos a brillar, a deshacernos de creencias que nos limitan y de costumbres que creemos verdades que nos aprisiona, a ser plenamente.
Empezamos a respirar la libertad, a vivir en responsabilidad y a hacer una creación con una siembra óptima en nuestra vida para nosotros mismos. Las raíces principales del miedo son básicamente dos y yo llevaba anclada en lo más profundo ambas. Una es la muerte o el final de algo o alguien, la otra el no ser amado. 

Claramente se podía distinguir cuál aprisionaba mi luz con más fuerza por aquellos entonces. Tenía pavor a la muerte, algo que no podía controlar, pues podía sobrevenir en cualquier momento, sin avisar, como me había demostrado ya en tres ocasiones. Todo se debía a mi incosciencia sobre la muerte. No era capaz de comprobar que la muerte está con nostros todos los días y de forma muy cercana. Por ejemplo, todos los días se mueren células de nuestro cuerpo. Si esta acción, fisiológica, indolora y desconocida por la mayoría no se produjera, podríamos enfermar. Si no la dejamos ir y nos aferramos a ello, nos estancamos, y llega un punto en el que se produce la putrefacción del ser. Así me impedía a mí misma conocer lo siguiente que la vida tenía preparado para mí. Antes tenía miedo a morir, pero sobre todo, a que muriera Nazaret, y vivía en la inconsciencia de la vida. Pues ese miedo bloqueaba ser quien realmente era, me impedía sacar el máximo provecho que podía sacar de las experiencias que disfrutaba, apartando a un lado lo que tenía que hacer para posponerlo a un mañana que nunca llegaba, y así no estar en el aquí y el ahora. No me daba cuenta de que el miedo era algo falso que parece real. Y que en caso de existir una muerte, la más fehaciente era la mía por mi manera de llevar los acontecimientos. Pues cuando no estás en el presente vives muerta, estás muerta.

También descubrí poco después que la otra gran raíz del miedo formaba parte de mí, el miedo al no amor, a la no aceptación, al abandono… En resumen, tenía miedo a la ausencia de amor. Y no porque pensase que Nazaret no me amaba o por sentirme desvalida en caso de que muriera. Ese miedo era más antiguo, casi escapaba de mi consciente. Surgía de no estar amándome. Y comienza cuando, para amar y sentirte amado, te rindes a lo que los otros esperan de ti, relegando tu alma a un papel secundario en esta obra. Al final, tras todos los momentos y episodios en los que vendí mi alma por amor, llegué a no amarme, pues ya no sabía ni quién era. 

Y cuando no te amas, no puedes sentirte digno de amor. Si no te amas a ti mismo, ¿cómo vas a amar a otros?. A veces, al desconectarnos de nosotros mismos, nos colocamos el disfraz que sirve para chantajear o manipular a otros. Y lo hacemos casi todos y de forma inconsciente. ¿Quién no ha escuchado a unos padres decirle a su bebé “haz esto y te quiero y si no lo haces no te quiero…”? Esta frase tan inocua y común está repleta de chantaje a un alma tan pura, que por amor a sus padres, hará lo que le piden aunque esto implique el suicidio de quien ha venido a ser. Nos introducimos así en una rueda que cada vez nos sumerge más en un pozo sin fondo, pues al ser desleal a tu propia esencia, es más costoso amarte. Cuanto más te esfuerzas en que un tercero te quiera, menos te estás amando y más miedo al rechazo y al abandono, pues se abre cada vez más la fisura interna que te separa aún más de los demás.


El miedo es lo opuesto al amor y a la libertad. Y no es fácil salir de ahí, pues a veces ni lo ves. Estás tan acostumbrado que te parece el estado normal. Pero no es imposible. Yo tuve la suerte de poder contar con la ayuda de Nazaret quien, a través del amor lo trasmutaba todo. Era el ejemplo de que se podía vivir sin miedo, amando, viviendo la libertad de su alma, aquella que se disfruta hasta estando en la cárcel del hospital, entre ingresos. No me quedaba otra que sumarme a aquella fiesta y acompañarla por aquellos cielos azules, entre nubes escarlatas para poder decir que sí, que se puede. Se puede vivir sin miedo, se puede vivir en amor y en la libertad que te llena sin nada.

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