martes, 22 de agosto de 2017

¿Por qué hay tantos egos grandes? ¿Hay que educar al ego?



Imaginemos que todos hubiéramos nacido con con dos termómetros de mercurio, de los antiguos, uno a cada mano. Y que esos termómetros serían como los que sirven para conocer la temperatura, solamente que estarían señalados con números del 1 al 10. Encima de esos termómetros, para poder colgarlos y que cumplan su función habría dos nombres escritos, en un termómetro se podría leer consciencia y en otro ego. Cuando nacemos los dos están colocados en el nivel 10. Venimos a este mundo con la intención de vivir la vida de forma ardiente, de escucharla y saborearla sin límites, y para ello disponemos al nacer tanto de un ego sano como de una consciencia perfecta. 

Tener el nivel de consciencia al máximo significa que somos totalmente conscientes de nuestra conexión con el universo y con todos y todo lo que hay en él. Nacemos conociendo nuestras más profundas necesidades y también las razones por las que la vida en la tierra nos ha llamado y nos ha arrastrado a este reino físico. Y en los primeros años de vida, todavía sentimos a nuestros seres queridos que están en el reino no físico y oímos sus susurros en nuestros corazones, guiándonos, rogándonos que no olvidemos quiénes somos y de dónde hemos venido...


Pero poco tiempo después el ruido del mundo exterior ahoga esos susurros internos. Pronto empezamos a absorber los miedos de todos los demás mientras ellos nos enseñan, erróneamente, a sobrevivir y triunfar en este mundo real. Y esto nos aleja del sentimiento de empatía, de conexión con el resto del mundo y también nos deja claro que el reino del que vinimos y la conexión que sentimos con él fue una fantasía.

Empezamos a desconectar nuestra consciencia según vamos aprendiendo a navegar por la vida en este reino físico. En otras palabras, bajamos el nivel de temperatura del termómetro con el que nacimos, hasta volverlo frío. Sin embargo el termómetro del ego sigue en el punto máximo, ardiente. Eso hace que esté desequilibrado con respecto al nivel que indica la consciencia que tenemos de los demás. Y entonces es cuando empiezan a acusarnos de ser soberbios.

Y da la sensación de que hay personas muy narcisistas o con unos egos enormes. Sin embargo la realidad es que el termómetro de su consciencia ha bajado el nivel, mientras que el del ego sigue en el punto más alto. Nuestra empatía por lo que nos rodea se queda fría y creemos que nuestro ego es lo que somos. Así que en lo más profundo no habría que aniquilar el ego, ni siquiera educarlo. ¿Que tal si se aumentase simplemente el nivel de consciencia para que el termómetro vuelva al número 10 del que partió? 

El ego nos ayuda a identificar quiénes somos y porque estamos aquí. Nadie puede conocer nuestro verdadero ser mejor que nosotros. Sólo nosotros tenemos acceso a las partes más profundas de nuestro ser, la parte de nosotros que sabe realmente quiénes somos, porqué estamos aquí y qué necesitamos para funcionar de la mejor manera. De hecho, saber esto reduce mucho los traumas y las tramas que creamos al intentar continuamente agradar a todo el mundo, perdiéndonos en el proceso.

Desarrollar la autoconsciencia, el conocernos, significa saber lo que nos hace felices y lo que no, tener suficiente lucidez para elegir un camino que nos lleve a experimentar una mayor sensación de amor y bienestar. También significa comprender que somos mucho más grandes, poderosos y magnificentes que lo que nos han hecho creer.  Y cuando nos conocemos y nos queremos completamente, entonces podemos trasmitirles ese amor, esa consciencia a otros y llevar nuestro ser feliz, cuidado, completamente realizado y ardiente donde quiera que vayamos, en vez de mostrar un ser lleno de miedos, necesitado y disfuncional.

Así que si encontráis a gente con enormes egos tanto que parecen soberbios, sólo necesita subir la temperatura del termómetro de la consciencia para que se equilibren, y así volver a estar conectados con todos los demás. Por eso en vez de decirles que bajen su ego, hay que buscar la forma de que suba la consciencia de sí mismo y de los demás.


La creencia de que debemos suprimir o controlar el ego está tan extendida en las comunidades espirituales o religiosas que los maestros espirituales pueden llegar a desarrollar miedo decepcionar a la gente, miedo a que sus discípulos descubran que tienen un ego en realidad. Pero si nos diéramos cuenta de que todos tenemos uno y de que nuestro ego es una parte importante y necesaria de nuestra experiencia aquí, podríamos respirar con más libertad y permitirnos ser quienes somos, en vez de intentar fingir que somos algo o alguien ficticio. Y la paradoja es que una vez que aceptamos el ego y entendemos cuál es su propósito, deja de ser un problema. Nos volvemos transparentes y ya no necesitamos alimentar, reprimir o negar la existencia de nuestros egos.

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