miércoles, 30 de noviembre de 2016

Tu enfermedad como mi metamorfosis: La Historia 56, El Regalo de Metatrón

"La vida en sí es el más maravilloso cuento de hadas"
Hans Christian Andersen

Nació en sus ojos esa vez, siempre estuvo en sus ojos, tan frágil como la existencia, tan perecedera como la ausencia. Hablaba consigo misma a través de diferentes nombres. A veces era grande y otras pequeña, a veces volaba y otras reptaba, a veces era luna y otras estrella...

Luciérnaga de noche, mariposa de día, navegaba por mares y surcaba nuevos horizontes, se bañaba en cielos violeta y se guarecías en cavernas sin riudo. Cuando decidía salir de su pluma en mano se preguntaba si esos personajes los creó ella o ellos a Nazaret. Algunos le mostraban su peor rostro, otros venían para decirle la palabra justa que en aquel momento necesitaba. Cuando decidió romper los grilletes que una vez ataron a sus muñecas sin saberlo, entendió que siempre estuvo en ella y que la verdadera magia de la alquimia de la vida es volver a empezar aunque sea con otro rostro y otro cuerpo, aunque sea a través de un cuento.

Yo iba al trabajo contenta, con una sonrisa. Había encontrado lo más grande en lo más pequeño, la grandeza que recubre lo sencillo cuando se adereza con consciencia. Vivir esta experiencia con Nazaret era toda una aventura para mi ego, para mi mente y para mi alma. Ella conseguía reestructurarme por completo, amansar mis tozucedes con su dulzura extraterrestre y sus ojos de otro planeta.

En esos momentos podía haber elegido quedarme en la negatividad y culpar a todos los profesionales que habían coincidido con Nazaret y no la habían diagnosticado antes, incluyéndome a mí misma como máximo exponente. Existía otra opción, podía elegir sanar y continuar amando, agarrarme a la mano que me tendía Nazaret para recorrer aquella experiencia juntas, como siempre habíamos hecho. El primer camino me llevaría a la desunión, al odio y al rencor. En cambio, el segundo me llevaría al amor absoluto, al perdón, a la compasión y a la madurez. La vivencia de lo que ya llevábamos andado hizo que no me costara escoger la alternativa.

Esta elección me sumía en la responsabilidad de una transformación total. Haciéndome cuestionar hasta los pilares más hormigonados que me apuntalaban como persona. Cambiar los ¿por qué? ¿qué hago? ¿qué pasa? que convivían en el mundo de mi ego en el ¿para qué?. Y para responder a esta última pregunta se necesitaba estar aquí y ahora, evadirte del yugo del pasado y de la cábala del futuro cuyo único resultado es proyectar tu vida en negativo y juzgar a nuestros semejantes. Porque, como no me cansaré de repertir, tantas como veces me ocurra, el no vivir en el presente te lleva al miedo. Y el miedo es lo opuesto al amor.

Ahora intentaba ver más allá de un niño enfermo y unos padres preocupados. Intentaba llegar a la raíz última del problema, a su verdadera esencia. Intentaba aprender de ellos mismos, pues, si habían llegado hasta mí era porque yo tenía algo para ellos y ellos para mí. Quería mostrarles que no éramos opuestos, que jugábamos en el mismo equipo, y que yo, cuidaría de su hijo como si fuese mío, porque había entendido que era, en cierta forma, parte de mí.

Todo lo que estaba descubriendo era tan hermoso y tan grande, que hasta cambió los pilares de la medicina que desde hace años estrangulaba a la propia vida al no dejarla manifestarse como lo que es, sino como lo que desde el emprimo y la mente queremos que sea. Y aprendí que nosotros los médicos somos únicamente un instrumento de la divinidad. No tenemos poder para curar o matar, aunque ciertamente podemos influenciar hacia uno u otro resultado. Es sólo a través de nuestro amor y la fe de pacientes y familiares, como se puede actuar en aquellos que se crucen en nuestro camino y que decidan, en su diálogo profundo con Dios responderle que no se sienten completos y quieren seguir experimentando más tiempo en la Tierra. Probablemente piensen que nosotros somos los que le curamos, pero son ellos mismos los que se sanan, con nosotros como mediadores y sin que el tipo de medicina que se decida recibir sea muy relevante.

Sólo faltaría en este bordado tan majestuoso que cada paciente se hiciera consciente de su responsabilidad, para poder actuar con premura. Que sepan que, con o sin nosotros, quizá más rápido o menos doloroso con nosotros, ellos tienen el poder de curarse a sí mismos. Así que para mí, definitivamente el trabajo no era una manera para conseguir dinero, sino una herramienta de amor para acercarme más a Dios.

Habían pasado pocos días y de nuevo estábamos haciendo la maleta. Esta vez con la calma que te imprime el saber que no es para ingresar en el hospital, sino para volver a sentir la conexión con lo más profundo de ti mismo. A finales de enero nos dispusimos a realizar el segundo curso de meditación, rodeadas de amigas y familiares. Esta vez nos movimos por diferentes dimensiones, reconectamos partes de nosotras mismas, activamos otras, acariciamos la otra cara de la naturaleza. Aprendimos a escuchar otras frecuencias usando nuestro corazón.

Al final de los tres días, cada uno recibimos un regalo de Metatrón, un arcángel encargado de dirigir la ascensión y la activación del cuerpo de luz en el ser humano entre otras funciones y cuya misión completó con éxito en Nazaret a través de su ofrenda. Recuerdo que yo recibí unas gafas, para ver a través de lo físico la realidad. Pero lo más impactante fue el regalo de Nazaret. Le regaló una pluma. Y ella lloraba, porque sabía lo que tenía que hacer. Escribir una de las historias más dolorosas, que no era el diagnóstico de cáncer como muchos pensábamos. Redactar su acto de amor más grande, la despedida de sus bebés. Componer para recomponerse desde lo más íntimo de ella misma y para crear lo que tituló “Mamá Mariposa”, un relato catársico para ella, que la impulsó a seguir escribiendo como si fuese el trabajo que su alma tenía que terminar.

Así nacieron los cuentos para que sus amados niños, sus alumnos, pudieran descubrirse y llegar, a través del juego, a ellos mismos. Estos relatos simbolizaban el compromiso de Nazaret con los más pequeños y su gran amor incondicional, pues, en lo que ella escribió está la clave de la sanación a través de las emociones, piedra angular de toda enfermedad, como habíamos aprendido.

Ella, tan sabia, entendía que la emoción era la clave para comprender la multidimensionalidad del yo, para sanarlo y para llegar a ser uno. Muchos ya conocen esto mismo, pero muy pocos, solo algunos elegidos como ella, podían adaptarlo a los niños, para que su aplicación los colmase de salud, de ventura y de armonía.

El cuerpo físico va unido al cuerpo mental y el cuerpo emocional al espiritual. Para conocer la parte espiritual hemos de adentrarnos a la emoción y llegaremos. Durante miles de años la evolución se ha dejado de lado, contemplada con desconfianza. Hemos sido autómatas, desempeñando papeles que nos fueron adjudicados con el fin de mantenernos separados. Pero hay faros de luz, como Nazaret, que consiguen crear la herramienta necesaria para no perdernos en el camino.


Ella era luz, y la luz es información. Y a través de ella misma quería borrar la oscuridad de la ignorancia. Siempre había pensado en poder usarlos en los colegios, en difundirlos para que todos los que quisieran pudieran practicar el arte de la vida plena y consciente. Aquello que nace de un corazón puro hay que compartirlo para que crezca y se expanda.

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