miércoles, 9 de noviembre de 2016

Tu enfermedad como mi metamorfosis: La Historia 47, La esperanza

"Lo bello del desierto es que en algún lugar esconde un pozo"
Antoine de Saint-Exupéry

Aquello que quería se encontraba detrás de lo que no quería. He pasado mucho tiempo tratando de evitar ciertas situaciones en mi vida sin darme cuenta de que lo que trataba de evitar escondía la llave de todo aquello que quería experimentar, querer, descubrir… Detrás del desafío siempre está la bendición. Pero cuando trataba de evitar el dolor, el desafío y la resistencia, estaba evitando también todas las bendiciones destinadas para mí...

Todo lo que podía soñar en mi corazón estaba designado para mí. La única razón por la que no lo tenía no residía fuera, sino dentro de mí. Así que era la principal autora y firmante de obtener todo lo que quería en mi vida, pero también la única responsable del porqué no lo estaba obteniendo.

La misma excusa o situación que me estaba impidiendo obtener lo que quería en aquel momento en mi vida es lo mismo que hará que nunca obtenga lo que deseo, pues somos criaturas de hábitos como diría Aristóteles. Cualquier cosa que quiera cambiar en mi vida ha de hacerse desde el interior y la mayoría de las personas, sirva mi propio ejemplo, nos pasamos el tiempo tratando de remover el exterior sin darnos cuenta que la fachada que vemos solamente es un reflejo de la verdadera imagen que está dentro de nosotros. Para llegar a un sueño, para creer y crear, hay que escuchar a la voz de tu alma. 

La mayoría de las personas no cambiamos por querer alcanzar una meta, esos cambios si existen se limitan a cambiar los hábitos de localidad, de casa, de empresa o de persona con la que compartirlos y continuar o ampliar las creencias que nos coartan. Los cambios reales se producen  cuando tocamos fondo y empezamos a cuestionarnos todo lo que nos dice nuestra vocecita mental y todas las justificaciones que nos hacen postergar nuestras acciones y decisiones. Lo único que nos va a hacer cambiar, es tomar una decisión y llevarla a la acción, siempre diferente al patrón que habíamos aceptado hasta ahora como correcto y válido. Aquel curso fue mi impulso para dejar de estorbarme, para cambiar mi enfoque del mundo, para tomar una decisión que cambiaría por completo el rumbo de mi vida. Aquel último ejercicio fue la prueba de que todo era posible y fue el inicio de mi verdadero acercamiento a Nazaret, comprendiendo por fin, lo que desde hacía semanas me intentaba mostrar.

La profesora me dio el nombre de alguien totalmente desconocido para mí. Lo proyecté en mi pantalla mental como nos había enseñado y de repente, apareció el defecto, le faltaba una pierna, concretamente la izquierda. Pero es más, pude ver que el muñón comenzaba en la rodilla, que tenía un perro pequeño de pelo largo y que vivía cerca de Madrid. Yo no conocía a ese señor de nada. Y mi sorpresa fue, al salir del estado meditativo, cómo todos los datos que había dado eran correctos y estaban escritos previamente al ejercicio. Fue tan alucinante que si no lo llego a hacer yo, la más escéptica del grupo, hubiese imaginado que había existido cualquier tipo de amaño.

El resto de compañeros también se quedaron estupefactos ante mis respuestas miestras estaba en meditación, en estado alfa. ¿Cómo había llegado esa información a mí? ¿Dónde había estado esa cualidad hasta ese momento? ¿Dónde terminaba la realidad y comenzaba la ficción? La magia de lo desconocido y los poderes que cada uno tenemos y hemos sepultado entre la arena del tiempo y el fango de las limitaciones, brotaron con la fuerza de un aguacero disputándose los márgenes de un barranco. Había sido toda una experiencia en la que te sientes con poderes sobrenaturales, cuando realmente es algo que todos llevamos intrínseco, pero que permanece dormido hasta no coger las riendas y asumir la responsabilidad de tu divinidad. Para mí, fue la experiencia que me marcó, donde hubo un antes y un después. Existían otras realidades, otras herramientas, otras vidas, otros mundos, otras opciones. Y lo había comprobado en primera persona para que mi mente obtusa abriese su campo de mira y dejase de martillearme. Si había sido capaz de hacer lo que hice, significaba que todo era posible. Aparecía entonces una nueva concepción del mundo y de la vida que me inundaron, me acogieron y me moldearon para volver a la vida, para renacer.

Fue en ese momento cuando comprendí por completo a Nazaret. Ella en sus múltiples viajes álmicos, había conocido ya a grandes maestros, ángeles y arcángeles. Yo empezaba a despegar mi ascenso quitándome bastante lastre sobrante, rompiendo los alambres de espino que rodeaban mi corazón y saltando las vallas que aprisionaban mi esencia. Fue en Zaragoza, donde la oscuridad que me cubría desapareció. Ese curso me había devuelto algo que perdí en las últimas semanas: la esperanza en un nuevo renacer y la dignidad de mi propio amor.

La esperanza en creer que todo no es como hasta entonces había imaginado, pues en cada uno de nosotros reside un poder y una fuerza interior que brilla en nuestros corazones y nos hace seres únicos, especiales, que nos desvincula de la materia y nos eleva hacia más allá de lo terreno, de lo visible, de lo tangible. La esperanza es una declaración de nuestro deseo más alto. Es el anuncio de nuestro sueño más grandioso. Es el pensamiento hecho divino. Lo que esperamos, lo creemos. Lo que creemos lo conocemos. Lo que conocemos lo creamos. Lo que creamos lo experimentamos. Lo que experimentamos lo expresamos. Y lo que expresamos es lo que llegamos a ser.

Cuando nos regalamos la dignidad de nuestro propio amor, como si fuéramos la realeza recibiendo los vítores de la gente, todo cambia. La fuerza y la integración nos pertenece si creemos en el amor y en quienes somos. Cuando creemos en nosotros y nos amamos, todo empieza a funcionar en nuestro favor. Lo más difícil para la mayor parte de nosotros es comprometernos a creer que nos merecemos amor. Nadie más tiene que creerlo. No estamos aquí para ir recogiendo amor de otras personas y usarlo para convencerte de que te lo mereces. Si no te amas a ti mismo primero, no podrás amar con todo el significado del verbo a otros. Para llegar a amarnos hay que ahondar mucho en lo que somos y en quienes somos, aceptándonos y comprometiéndonos a seguir nuestro propio descubrimiento, a comenzar a amarnos de verdad. Así podremos convertirnos en un ser completo y entero. Y entonces, estaremos realmente preparados para una relación con otro ser completo que puede conducirnos a esferas inexploradas.

Por fin entendí las palabras de Nazaret cuando decía que estaba sanada. Todo a un nivel superior que escapaba a mi ser, se estaba cumpliendo como habíamos pactado antes de encarnar en esta vida. Desde años atrás, nos habíamos preparado de forma inconsciente para el proceso que estábamos viviendo. Desde el primer momento que nos vimos, cuando comenzamos a aligerar peso al romper con las cadenas de lo que la sociedad impone, supimos que nos conocíamos tiempo atrás, que aquellos rostros nuevos ocultaban lo que se decían nuestras almas detrás de las pupilas, que el roce de nuestra piel cargaba los poros con los genes de cientos de generaciones que nos antecedieron y rememorábamos, todo era demasiado familiar entre dos desconocidas.

Cuando me agarró la mano por primera vez, quince años atrás, el universo temblaba del privilegio de habernos reencontrado aún en diferentes ciclos y en primaveras distintas. Yo acababa de empezar la carrera de medicina, ella la de música. Yo tendría que descubrir los milagros del cuerpo, ella del alma. 

Hay tanta gente que pasó por nuestras vidas… Cada una con su mensaje, especial e incomparable; algunos se quedaron, otros se fueron, pero a todos tenemos algo que agradecer. Viajamos a diferentes zonas del mundo, donde aprendimos que la verdad no está en España, ni Europa, ni siquiera en el mundo globalizado, sino que reside en el interior de cada uno, siendo todo válido, pues hay los mismos mundos que personas existen

Elegimos la fuerza del mar para vivir, y descubrimos que aunque la ola rompa y desaparezca, no es ese su fin, siempre vuelve al mar, donde pertenece para formarse nuevamente en un proceso infinito. Ambas estábamos destinadas a trabajar con niños, las almas más puras, para mostrarnos que lo afín atrae a lo afín y que los límites los ponemos los adultos, pues ellos son un diamante en bruto en busca de alguien que sepa pulirlos sin dañarlos. Teníamos la inquietud de ir una vez por semana a hacer alguna ruta de senderismo, o simplemente estar en contacto con la naturaleza, nuestra Madre Tierra que nos ofrecía toda su sabiduría y amor para convertirla en paz y serenidad en nuestros corazones, para hacernos ver con los ojos de quien respeta a todo y todos simplemente por amor. 

Nazaret parecía haber nacido con el don de la música. Era capaz de tocar cualquier instrumento que le venía a las manos con una agilidad pasmosa ya fuese cuerda, viento, percusión… Llevaba en sus manos el don de la sanación, pues posteriormente descubrimos el poder de la música como sanadora. Yo llevaba el empirismo por bandera, usando más mi cerebro izquierdo, pero a la vez era más impulsiva e intuitiva. Ambas nos habíamos preparado en estos 15 años sin saberlo, con todas estas experiencias, a aquello que estábamos viviendo…


Por eso, ahora entiendo que la sanación implica un acto mucho más profundo que la curación, pues requiere la participación de tu alma en el proceso. La sanación no sólo se produce a nivel físico, sino que también consiste en dar alegría a la tristeza, dar amor al odio, luz a la oscuridad, calma al dolor, fuerza a la debilidad, fe al temor. Y para ello se precisan más herramientas que unas cuantas pastillas.

La sanación es diferente a la curación porque la transciende y, en ocasiones, no implica que se evidencie en el cuerpo físico, aunque es la forma de manifestarse en la mayoría. La sanación es más profunda, más elevada, porque llega a la raíz de la causa que originó la enfermedad y cuando se extirpa generalmente se lleva consigo el miedo que se metaboliza en amor. Entonces obligatoriamente existe un cambio de vida, de paradigma, porque ya no se es la misma persona, porque algo inexplicable te lleva a entender que, después de poblar la Tierra durante eones, en ocasiones unos años más de vida no suponen nada para tu evolución como alma. La sanación hace que la muerte adquiera un papel natural en la vida, relativizando una muerte temprana. Porque la sanación te aporta una comprensión sin límites donde entiendes que aquella alma continuará su evolución en otro plano, probablemente a más velocidad que aquí en la Tierra, donde quizá ya no podía avanzar más o hacerlo con la rapidez que su alma pedía.


No hay mayor sanación que la que se realiza con nuestras palabras, con nuestra mirada, con nuestras manos, con todos nuestros sentidos, con nuestro corazón. Nazaret había restaurado el corazón con sus sentidos, no se había quedado contemplando su enfermedad, se movía, construía su nuevo mundo, volvía a empezar una y otra vez. Porque ella sabía, que estaba sanada con el poder de su alma.

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