Se pone mucho énfasis, sobre todo la mayoría de escuelas
espirituales y religiosas, en los rituales cebrados para el ser que se ha ido
de este mundo, pero les ofrecen poco consuelo a los que se quedan, a los que
tienen que soportar la pérdida, el dolor, el enorme vacío que queda cuando los
seres queridos dejan este plano y se van al siguiente.
La muerte cambia nuestro mundo, y nuestra perspectiva de
una forma tan drástica, que incluso nos cuesta imaginarnos un futuro en el que
no esté la persona querida que hemos perdido, donde para muchos sus vidas
giraba exclusivamente alrededor de la persona que se ha ido. La vida como la
conocía simplemente ya no existe...
Creer que tenemos que someternos a un juicio en la otra
vida altera significativamente la vida que vivimos aquí y muchas veces de una
forma que no es precisamente positiva. Esa creencia nos mantiene inmersos en el
miedo a lo que nos pasará en el otro lado, así que, en vez de hacer el bien por amor o bondad, corremos el peligro de
actuar por miedo a ser castigado tras la muerte.
Y el miedo no es amor.
La sociedad nos condiciona para que pensemos que Dios, la
vida, la fuente (cada cuál con su creencia) nos observa y nos juzga y que ese
juicio lo llevará acabo algo externo a nosotros porque vivimos en un mundo de
realidades.
Pero cuando no existe esa dualidad, solo hay pura
consciencia, puro amor incondicional y aceptación total. No hay nada fuera de
nosotros. Todo está conectado, todo se conoce y nos damos cuenta de que tanto
la víctima como el autor del crimen son parte de la misma consciencia. No hay nosotros y ellos; todos nosotros.
Todos somos los dos lados de la misma moneda.
Muchos de nosotros, por nuestras creencias religiosas nos
hemos visto condicionados a esperar lo que se supone que llegará después de la
muerte, y si a esto sumamos que las instituciones a la que recurrimos cuando
tenemos miedo perpetúan esa creencia errónea, el miedo se incrementa
exponencialmente. Parece como si esas instituciones utilizaran el miedo para
controlarnos y asegurarse de que no hacemos daño (no matar o cometer actos
violentos, no robar…). Pero viendo un poco la situación actual, las cárceles a
rebosar, las enfermedades incrementando y el caos multiplicándose, parece que
esa teoría no funciona muy bien.
Conocer la verdad de que somos amor y que solo existe esa
fuerza renovada y multiplicada incondicionalmente en el universo, además del hecho
de reconocer que estamos conectados todos y todo, nos puede ayudar a sentir una
verdadera empatía y compasión por los demás. Si todos interiorizáramos ese
conocimiento en nuestros corazones, actuaríamos con más bondad y respeto por
nosotros, por los demás y nuestra forma de ver la vida, al igual que la de ver
la muerte, estaría llena de amor y no de miedo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por participar en esta página