Hace eones,
tantos como el tiempo antes de ser tiempo, vivía una niña llamada Kristena en
su humilde casa. Hacía años que no compartía hogar con sus padres, de hecho,
sólo lo hizo los primeros tres años. Después, fue construyendo su casa poco a
poco, con lo que sabía, con lo que le habían dicho sus padres que era, con lo
que los vecinos esperaban de ella y con lo que mundo en el que se hallaba le
había manifestado. Su casa no era ni muy grande ni muy pequeña, tenía
ventanales grandes por donde entraba la luz, sin lujos, pero acogedora, y un
jardín que hacía de las delicias de la niña cada vez que salía a jugar en él. Ella
no vivía sola, compartía la casa con un amigo al que conocía desde que tenía
memoria y al que sólo ella podía acceder. Al principio era dulce y le ayudaba
en muchas de las tareas que tenía que realizar, pero con los años, ese amigo
afable se convirtió en el más tirano de los monstruos, configurando obstáculo
tras obstáculo en su día a día...