lunes, 24 de abril de 2017

Iara la Faisana Parte II


Ella aún atesoraba algo de honestidad al conservar una última pluma original intacta, la única que aún brillaba cuando el rayo de sol se posaba encima, entonces se levantaba del suelo preguntándose cómo había llegado hasta ese punto.

Un día, del lodo formado por el agua estancada del pozo en una zona del extrarradio, Iara descubrió que de aquellas profundidades de olor a sombras resurgía una hermosa flor de pétalos rosas y aroma dulce. Maravillada por sentir aquella agradable fragancia y experimentar otra vez el color dentro de la escala de blancos y negros en la que vivía, se sentó en frente para admirar esa belleza nunca antes vista...


Aún en ese estado casi meditativo, notó que alguien le tocaba por la espalda. Asustada dio un brinco y se apartó con astucia, pensando que podría ser alguien dispuesto a echarle una buena riña. Pero aquel faisán que encontró era diferente. Tenía todas las plumas de su color original, brillaba intensamente y lo que más le sorprendió: ¡volaba!. Le contó que acudía a ese lugar desde hacía tiempo y le mostró otros rincones mágicos llenos de vida. Cada día Iara iba al encuentro de su nuevo amigo, y poco a poco, lo que pensaba, lo que sentía y lo que hacía fueron convergiendo hacia la coherencia.

Un día, donde la valentía reinaba en su ser, Iara se acercó a la flor justo cuando la luz del sol la recubría completamente y fue entonces cuando comenzó a desprenderse de los apegos, de los juicios, de las culpas, de los miedos, del victimismo, de la dependencia, del sufrimiento, de las intransigencias, de los límites, de lo que le habían dicho que era, de lo que había creído que era, de la resignación, de los tenía que o debería de... En su pequeño corazón se encendió una llama colmada de una serenidad no experimentada previamente que la invadía llevándola a la libertad más elevada. Y conforme se soltaba de estas emociones, las losas que habían cementado sus plumas se caían con todo su peso al suelo, formando un gran estruendo que alertó al resto de faisanes, incluyendo a su amigo.

Todos se acercaron para ver lo que estaba aconteciendo. Iara sabía que sólo tendría esa oportunidad y, alentada por aquel pájaro brillante, comenzó a batir sus alas con una certeza antes no sentida. Sus plumas emanaban destellos de luz que cegaban a todos los presentes y fue entonces cuando arrancó el vuelo siguiendo aquel rayo de sol para descubrir que cuando murieron sus apegos, nació la libertad.

Fue así como Iara salió del pozo oscuro, lúgubre y tenebroso en el que había vivido; y pudo comprobar cómo, fuera de aquel lugar, todo era de colores y todos los pájaros podían volar sin esfuerzo.

Dice la leyenda que para que no volvieran a olvidarse de que un día los faisanes vivieron en el fondo de un pozo, su capacidad de volar se relegó a cortas distancias y el plumaje de las hembras se quedó en tonos cenicientos.  

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