"El agua es el vehículo de la naturaleza"
Leonardo Da Vinci
Si pudieras sentir la inmensa amplitud del firmamento y la
impactante belleza de las danzantes y versátiles nubes. Si pudieras percibir la majestuosidad
de las montañas indicándote donde reside la verdad, y la quietud de los árboles
en su charla perpetua con el viento...
Si pudieras sentir que nada de este mundo
está al azar ni es mecánico e inerte, sino que vive con el ímpetu del alma, y
si pudieras apreciar que la esencia de tu ser posee una fuerza similar
esperando dentro de ti a que la descubras, entonces te sentirías parte de esta
mágica comunión, sin que existiese separación o dualidad alguna.
Entonces,
como el dolor de una herida que se ha curado, se desvanecerían tus ansias de
poder, tu hambre de aceptación, tu necesidad de poseer, tu deseo de respuestas
inmediatas, tu frustración y tu vacío. Entonces, un día, al abrir los ojos como
otra mañana, te sorprenderás de lo fácil que ha sido siempre vivir y lo
complicado que nosotros mismos lo hacemos.
En el hospital estuvimos cinco días. Fue el ingreso más corto
de todo el año. Y en la planta de cirugía, las enfermeras funcionaban como en
el resto de hospitales: respetando el descanso nocturno. Así que ambas pudimos
dormir y tomar fuerzas, dentro de lo que cabe en un hospital.
Allí conocimos a “froilan”, una señora alemana anciana
que no hablaba nada de español, por eso no sabíamos su nombre, y que parecía
llevaba bastantes días allí. Nunca recibía visitas, no sabemos si porque no
tenía familia o porque ésta no sabía nada. Y lloraba a menudo, pues no podía
levantarse de la cama, asearse, comer… Nosotros siempre que podíamos la
ayudábamos, y mi suegra, sin tener idea del idioma, se empeñaba en hablar con
ella y siempre conseguía sacarle una buena carcajada que le abstraía de aquello que le entristecía.
También pasó por nuestras vidas un enfermero muy especial. Al
principio seco y áspero, pero cuando se enteró de nuestra historia nos contó la
suya. Años atrás fue diagnosticado de un osteosarcoma, un cáncer de huesos.
Tras operarlo, el oncólogo, compañero suyo de trabajo, tenía preparada la quimioterapia y la radioterapia que le
administraría. Él se negó a recibir la quimioterapia. Había trabajado en un
centro de cuidados paliativos y sabía lo que esos tratamientos hacían de buena
tinta. Fue un valiente a pesar del miedo que te imprime saber las consecuencias de la enfermedad conocida en otros, y la presión de un profesional que encima era alguien conocido. De radioterapia solo se administró tres
ciclos de 20 que tenía programados. Tras seis años desde su diagnóstico, se
encontraba asintomático, revitalizado, con fuerza y con otra forma de ver la
vida. Su relato nos alentó a continuar por el camino que Nazaret había
escogido, nos reforzó la flor de loto que éramos en aquel oscuro pantanal, nos
refrescó con aire nuevo de esperanza.
A los dos días de haber comenzado a salir el contenido
purulento de su abdomen, el dolor había desaparecido. Pero el cansancio se
estaba apoderando de su cuerpo. Quizá por una mezcla de las energías negativas
que se respiraban en el hospital, tal vez por los antibióticos, por la propia
infección o quizá por algo más que se escapaba a nuestro entendimiento. Meditar
allí era toda una proeza, pues no era capaz de mantener la concentración como
en casa. No obstante, su trabajo diario con las otras dimensiones conseguía
hacerlo de mejor o peor forma.
Ya teníamos nuestra rutina, como quien se va una
temporada a su segunda casa con frecuencia. Y el lapso de tiempo que me
ausentaba de su lado era en horario vespertino, donde aprovechaba para hacer algo de
ejercicio, meditar, pasear con mi perrita y ducharme. Gala, con sus saltos,
vueltas y gimoteos, creaba una energía capaz de romper con mi estado
vibracional para fusionarme con el que había generado ella, donde todo era más
fluido, menos denso y el agradecimiento, el amor incondicional y la sonrisa eran elementos
indispensables de su transmisión. Ahora me doy cuenta de cuán importante ha
llegado a ser mi peluda compañera. Con tanta suavidad que parezco estar
confesando algún secreto, le agradezco.
Seguíamos en contacto con nuestra profesora de meditación,
sobre todo Nazaret. Todavía pienso que ella apareció en nuestras vidas para
guiarla hacia la “buena muerte” y
subsecuentemente, darnos un empuje vital a los que nos quedamos. Era tal la
comunión que se profesaban, que la terapeuta decidió bajar a Andalucía para
realizar el curso para “avanzados”
allí, en la misma casa de campo donde celebramos su cumpleaños. Se realizaría a
final de enero. Nazaret estaba pletórica con esta noticia y la esperaba como quien
aguarda una conversación interesante con
un hada en un bosque encantado, como agua de mayo, como una luz con la que unir
su propia luz. Quería contarle todo lo que había experimentado durante sus meditaciones,
que le explicara quiénes eran algunos personajes que habían aparecido y que le
guiase sobre su manera de proceder. Había engendrado un fuego nuevo que
iluminaba nuestras miradas, con una llama interior inagotable en su eternidad.
Y esta danza infinita de luces violetas, doradas y plateadas, había caldeado
sus labios para que pudiese decir la verdad con palabras amables, que servían y
estimulaban a todos los que se le acercaban. Había habilitado sus oídos para
poder escuchar de verdad, para poder oír el rumor del agua y toda la creación.
Y nosotros, disfrutábamos de su alegría, aprendíamos con su experiencia.
Cada vez que venían a colocarle la medicación Nazaret se
decía para sí misma que aquello que le estaban administrando por la vena era “agua
de luz” y que sólo actuase en su cuerpo, lo único necesario en ese momento. Realmente,
el hecho de ponerle una intención a su medicación tenía mucho sentido. La
mayoría era agua, pues es con lo que diluyen al fármaco para que se pueda
administrar de forma intravenosa.
Se conoce el poder de los pensamientos,
emociones y palabras en los genes, a través de la epigenética. Pero hubo un científico
japonés, Masaru Emoto, que años atrás
ya venía demostrando esto mismo con el agua. Lo primero que hizo fue congelar una
muestra de agua de manantial y otra de agua de ciudad. Cuando las analizó ambas en el microscopio, observó cómo el agua pura formaba unos cristales con
una geometría perfecta y la muestra de la ciudad mostraba una imagen amorfa. Se
podría pensar que aquí podían influir los componentes mismos del agua, más
naturales en el primer caso y más químicos en el segundo, motivo que podía
justificar la diferente estructura de las moléculas.
Por eso, este señor llegó
un poco más lejos y, con agua destilada, formó dos grupos. A uno de ellos le
decía palabras agradables, proyectaba sus pensamientos positivos, música
clásica e imágenes de la propia naturaleza. Con el otro grupo de frascos de
agua, se comportaba totalmente al contrario, con mensajes negativos y música heavy. El resultado fue unas figuras hexagonales
preciosas en el primer grupo y otras disarmónicas en el segundo.
Muchos
descalifican a este señor por no ser una persona titulada en la materia. Personalmente
pienso que un diploma no te hace mejor científico, solamente es un papel y
seguro que hay personas que, sin títulos, tienen muchos más conocimientos sobre
diferentes temas que otras con certificaciones oficiales. Lo que llama la atención es
que no se haya podido reproducir su experimento por el resto de la comunidad
científica. Tal vez en este fluido, tan antiguo como el mundo, exista
impregnado algún tipo de información desconocida aún por los empíricos y
causante real de las modificaciones de los cristales. Al fin y al cabo, hasta
hace pocos siglos condenaban a muerte a los que pensaban que la Tierra no era
plana, y hasta hace pocos años, la física cuántica no había descubierto lo que
se decía siglos atrás, que somos energía y vibración. Está demostrada la
influencia de los pensamientos y las emociones en el estado de
salud, si somos un 70% de agua, ¿por qué
no puede ocurrir de forma similar con el agua? Como diría Einstein, ¿qué sabe el pez del agua donde nada toda su vida?
Al final lo que prima es el
mensaje no el mensajero, pues quien es incapaz de comprender a un “dios” lo
percibe como un demonio (entiéndase dios como antónimo de demonio en este
contexto). Y Emoto, a través de sus
investigaciones de décadas nos demostró que el agua no solo recoge información sino
que también es sensible a las vibraciones, a los sentimientos y a la consciencia, haciéndose maravillosamente visible al cristalizarse el agua. Este resultado
no es más que lo que se venía aplicando siglos atrás a través de la “intuición” en diferentes culturas, como el persignarse con agua bendita, el bendecir la
mesa, el bautismo en ríos como purificación de cuerpo y alma iniciado por
egipcios y babilonios antes que por los propios cristianos…
Teniendo en cuenta
que nuestro cuerpo es alrededor de un 70% agua, las implicaciones de estos descubrimientos
en la salud podrían ser espectaculares pues se podría programar el agua y las viandas como parte de nuestra sanación.
Quizá nosotros mismos, como canales de energía que somos, estemos purificando
realmente nuestra agua corporal cuando ponemos la intención en ello, realizando
sin saberlo el experimento de Emoto.
Gracias por contarlo.
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