Hay un momento
en la vida en que el camino te lleva a detenerte y observar. No hay cabida para
más pasos, pues serán errados. No hay espacio para más actividad.
Es ese instante
en el que te miras a los ojos desde el alma para reconocerte, para llamarte
quizá por primera vez por tu nombre, no el que te pusieron tus padres sino el
que lleva escrito tu ser.
En la montaña el tiempo no existe y el tic tac del
reloj se cambia por los latidos de tu corazón.
Aprendes a descubrir lo que la
naturaleza te muestra: que somos uno con ella, a estar desde el ser, a sentir
sin analizar, a esperar en este estado a que la vida te muestre lo mejor para
ti, fluyendo, desde la armonía, desde la paciencia, desde el amor.
Liberándonos
de nuestros pensamientos y de nuestras emociones, pues eso no somos nosotros,
son proyecciones que hemos creado a lo largo de nuestra vida a través del
prisma con el que hemos visto e interactuado con el mundo.
El aquietamiento
apacigua nuestra mente, nos libera de la prisión del ego, nos muestra lo que
verdaderamente somos y podemos alcanzar, nos prepara para caminar desde el
corazón.
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