En esta semana
donde se celebra el día de la mujer
viene a mí una reflexión: si realmente
sabemos quienes somos.
Si supiéramos que
cada una de nuestras células que forman nuestro cuerpo es distinta de otra, a
pesar de que formen entre ellas tejidos, órganos y aparatos. Si fuésemos
conscientes de que cada una de ellas es un universo diferente conformando tu
cuerpo… nos daríamos cuenta de la grandeza que conformamos, porque son esas
mismas diferencias las que nos unen, las que nos hacen ser lo que somos, un ser
completo. Cada célula por separado, con su función y su particularidad es capaz
de de unirse al resto para conformar el todo que son de forma armoniosa. Y que
la magia actúe en el cuerpo para que dé lugar a las funciones que nos hacen
seguir estando vivos. Como dicen los grandes sabios de la historia, “lo que es arriba es abajo” y “lo que es dentro es fuera”...
Así que, por un
instante, imaginemos la completitud de sabernos
en el todo. De que no se trata de mujeres u hombres, de negros o blancos,
de ricos o pobres, de buenos o malos… cada uno somos diferentes y especiales
simplemente por ser, como lo es cada célula de nuestro cuerpo. Nuestras células
no necesitan reconocimiento, simplemente saben lo que son y su misión en el
cuerpo. Si comprendiéramos esto seríamos capaces de ver a cada ser humano con
admiración porque toda experiencia en la
vida es un aprendizaje del que nutrirse que trasciende al mundo polar en el
que vivimos. Ya somos especiales, todos y cada uno de nosotros, y ninguno más
que otro, sólo necesitamos verlo en nosotros para que los ojos se abran a los
demás.
Para vernos
tenemos que mirar con los ojos del amor
incondicional, el que no juzga, no castiga, no critica. Ese amor que nos
abraza y nos invita a sonreír cada día y a caminar con paso firme, pues desde el amor verdadero no hay barreras ni
límites. Simplemente saltando se comprueba cómo las alas pueden volar. No hace falta un día señalado para celebrar
lo que somos, porque somos más que mujeres u hombres, somos el dios en acción, la creación divina, la vida. Y lo somos
cada segundo de nuestro tiempo, en cada instante. No podemos dejar de ser.
Por eso te
invito a que tomes consciencia de lo que eres y puedas desapegarte de lo
intranscendental. Empieza a “ser” y
descubre que no necesitas apegarte a nadie ni a nada. Muchas veces caemos
en la trampa de apegarnos a cosas o personas para identificarnos en un “status”,
y es entonces cuando dejamos nuestro poder fuera de nosotros mismos y se lo
cedemos a aquellas personas o circunstancias que nos hagan sentir lo que no
somos.
No te apegues a
tu verdad, pues la verdad no se puede
ver entera. Cada uno tiene su verdad, porque cada uno ve una cara del
diamante que conforma la verdad absoluta. El sabio no lo es por conocer más,
sino por saber que sólo ve una cara de ese diamante y que para seguir
evolucionando tiene que no apegarse a la verdad que cree en ese momento. El
sabio es consciente de que, conforme evolucione en la vida y cambie su franja
vibratoria, la verdad nueva que conozca puede ser totalmente opuesta a la que
creía previamente.
Vive, celebra
todos los días y no te tomes en serio, ríete
de ti mismo y de todo lo que te ocurra para así fluir más en el ciclo de la
vida. Pues, como decía otro sabio, “los
ángeles pueden volar porque se toman así mismos a la ligera”. Volemos
nosotros también.
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