Creer que tenemos que ser positivos en todo momento nos
envía el mensaje de que lo que somos no es lo bastante bueno y por eso tenemos
que cubrir nuestro verdadero ser con una pátina de positividad.
El miedo a decepcionar a los demás es una de las formas
que tenemos de perdernos y dejar a un lado nuestra autenticidad. Intentamos
cumplir con las expectativas de otros en vez de permitirnos ser quienes somos...
El dolor profundo solo es el otro lado de la moneda del
amor profundo. Una parte intrínseca de esta experiencia humana de sentir el
dolor y la pérdida cuando alguien que queremos muere. ¿Cómo se puede explicar la grandeza que hay más allá de este mundo si
mientras estemos aquí, en esta vida, el dolor la vergüenza, la decepción, el
miedo, el sufrimiento y demás siguen siendo muy reales?
Por muy convencidos que estemos de que despertaremos de
esta ilusión mortal cuando muramos, eso no reduce necesariamente la agonía que
pasa un viudo reciente o una madre que ha perdido a su hijo.
Últimamente, desde que parece que la creencia popular es
que una actitud positiva crea una realidad positiva, los que pasamos por
momentos dolorosos y angustiosos tenemos que soportar algo más que nuestro
propio sufrimiento; tenemos que aguantar aquellos que nos rodean cuando
insisten en que seamos positivos.
Aunque es natural sentir emociones difíciles, cuando
tenemos que vernos más con el dolor y la pérdida, una parte importante de
nuestra sociedad se siente incómoda ante ellas. Si seguimos esa forma de pensar
supuestamente mejorada, nos estamos viendo empujados a no tener una experiencia
auténtica y nos vemos arrastrados a creer
que si sentimos dolor, estamos fracasando.
Sentir optimismo y esperanza es algo beneficioso sin duda,
pero cuando aparecen inevitablemente las calamidades de la vida en nuestro
camino, pensar que tenemos que seguir siendo positivos durante la crisis solo
empeora nuestra carga. Muchas veces nos
sentimos avergonzados de nuestro dolor y pensamos que nos lo hemos causado
nosotros por nuestra falta de espiritualidad.
Igualmente
cuando los que sufren son otros, no les dejamos espacio para que expresen su
dolor, sino que les decimos tópicos y les damos consejos. Pero aunque el pensamiento
positivo y las afirmaciones pueden ser elementos útiles y valiosos, hay veces
que no nos ayudan lo más mínimo. Pueden convertirse solo en unas tiritas, que únicamente
nos tapan la herida para que no la veamos.
La mejor manera
de dejar atrás el dolor es pasándolo. Ahí es donde está el verdadero remedio. Eso significa que
primero hay que reconocer que el dolor está ahí y después aceptarlo. Reconoces
su presencia y te permites sentirlo de verdad. No posees.
El dolor no
viene nunca sin traer algún regalo con él. Por encima de todo, el dolor nos proporciona empatía para
comprender mejor a otros que también pasan por la pérdida, la pena y el
sufrimiento. Esas experiencias son las que nos hacen más humanos y a la vez más
divinos.
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