miércoles, 6 de septiembre de 2017

El “deber” de ser una persona siempre positiva


Creer que tenemos que ser positivos en todo momento nos envía el mensaje de que lo que somos no es lo bastante bueno y por eso tenemos que cubrir nuestro verdadero ser con una pátina de positividad.

El miedo a decepcionar a los demás es una de las formas que tenemos de perdernos y dejar a un lado nuestra autenticidad. Intentamos cumplir con las expectativas de otros en vez de permitirnos ser quienes somos...


El dolor profundo solo es el otro lado de la moneda del amor profundo. Una parte intrínseca de esta experiencia humana de sentir el dolor y la pérdida cuando alguien que queremos muere. ¿Cómo se puede explicar la grandeza que hay más allá de este mundo si mientras estemos aquí, en esta vida, el dolor la vergüenza, la decepción, el miedo, el sufrimiento y demás siguen siendo muy reales?

Por muy convencidos que estemos de que despertaremos de esta ilusión mortal cuando muramos, eso no reduce necesariamente la agonía que pasa un viudo reciente o una madre que ha perdido a su hijo.

Últimamente, desde que parece que la creencia popular es que una actitud positiva crea una realidad positiva, los que pasamos por momentos dolorosos y angustiosos tenemos que soportar algo más que nuestro propio sufrimiento; tenemos que aguantar aquellos que nos rodean cuando insisten en que seamos positivos.

Aunque es natural sentir emociones difíciles, cuando tenemos que vernos más con el dolor y la pérdida, una parte importante de nuestra sociedad se siente incómoda ante ellas. Si seguimos esa forma de pensar supuestamente mejorada, nos estamos viendo empujados a no tener una experiencia auténtica y nos vemos arrastrados a creer que si sentimos dolor, estamos fracasando.

Sentir optimismo y esperanza es algo beneficioso sin duda, pero cuando aparecen inevitablemente las calamidades de la vida en nuestro camino, pensar que tenemos que seguir siendo positivos durante la crisis solo empeora nuestra carga. Muchas veces nos sentimos avergonzados de nuestro dolor y pensamos que nos lo hemos causado nosotros por nuestra falta de espiritualidad.

Igualmente cuando los que sufren son otros, no les dejamos espacio para que expresen su dolor, sino que les decimos tópicos y les damos consejos. Pero aunque el pensamiento positivo y las afirmaciones pueden ser elementos útiles y valiosos, hay veces que no nos ayudan lo más mínimo. Pueden convertirse solo en unas tiritas, que únicamente nos tapan la herida para que no la veamos.

La mejor manera de dejar atrás el dolor es pasándolo. Ahí es donde está el verdadero remedio. Eso significa que primero hay que reconocer que el dolor está ahí y después aceptarlo. Reconoces su presencia y te permites sentirlo de verdad. No posees.


El dolor no viene nunca sin traer algún regalo con él. Por encima de todo, el dolor nos proporciona empatía para comprender mejor a otros que también pasan por la pérdida, la pena y el sufrimiento. Esas experiencias son las que nos hacen más humanos y a la vez más divinos.

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