jueves, 20 de julio de 2017

La Luciérnaga, el Sol y el Amor Incondicional


El amor propio no tiene que ver con estar continuamente alabándonos y diciéndonos lo fantásticos que somos, sino con querer al verdadero yo, el yo humano; a la persona que tiene los pies de arcilla, a la que le afectan las críticas y que a veces falla y decepciona a los demás. Tiene que ver con mantener un compromiso personal para estar de nuestro lado aunque nadie más lo esté. 

No podemos amar al prójimo como a nosotros mismos si no nos queremos primero. 

Cuanto más nos queramos a nosotros mismos, más amor tendremos para dárselos a otros, porque el amor crece exponencialmente...


Cuando brilla el sol nos llega una luz cegadora, un calor glorioso que nos envuelve completamente con su resplandor. Es incondicional, pues el sol no elige a quien darle su calor o su luz, simplemente está ahí. Cuando sales de la cueva y te expones a él, todo el mundo obtiene su calor. El sol nunca deja de brillar. No lo vemos todo el tiempo debido a la rotación de la tierra, pero nunca desaparece. Cuando nosotros estamos lejos del sol, otras personas del otro lado de la tierra lo están recibiendo. 

La Luz de una luciérnaga, por otro lado, tiene menos poder, menos intensidad y es más selectiva, más condicional.  Tienes que estar en la línea de visión de la luciérnaga para ver su luz. Es algo bello también, pero muy reducido si lo comparamos con el sol. Hay que centrarse totalmente en la luciérnaga, esforzarse por seguir sus revoloteos si se quiere seguir viendo su luz. Esa es la diferencia del amor terrenal y el amor incondicional. 

El verdadero amor incondicional empieza con uno mismo. Si los valores de las personas que queremos van en contra de los nuestros, necesitamos querernos lo suficiente para dejar la relación sin resentimiento ni animosidad, en vez de quedarnos para continuar con algo que puede resultar destructivo para el alma. Necesitamos dejar libres a nuestras parejas para que sean quienes son, no esperar a que se adapten para encajar en nuestras ideas de quienes queremos que sean. La verdadera prueba es preguntarnos: ¿esta relación fomenta la libertad o las ataduras? Las relaciones que se basan en el amor incondicional son liberadoras. Esas parejas están juntas porque eligen estarlo, no porque se sientan atrapadas.  

En una relación madura hay una aceptación pura de los dos por ambas partes. Y paradójicamente, cuando hay aceptación, normalmente no hay razón para dejar una relación, ni siquiera aunque las dos partes no compartan los mismos valores. 

Los problemas surgen cuando uno de los dos, o ambos, intentan imponerle al otro sus valores y sus preferencias y lo juzga negativamente. En muchas relaciones una parte de la pareja tiene miedo porque piensa que si pierde el control que cree tener sobre la relación, perderá también a su pareja, así que se aferra con todas sus fuerzas y utiliza la manipulación y el control. En este tipo de relación no hay amor y, previsiblemente, la persona que necesita controlar acabará apartando a su compañero. 

En una relación basada en el amor incondicional, dos personas están juntas porque quieren estarlo, no porque sienten que tienen que hacerlo. 


En los tiempos actuales muchas parejas permanecen juntas porque hay un contrato matrimonial, una hipoteca o hijos de por medio. Quizá algún día seamos lo bastante maduros para mantener relaciones solo por elección, no por miedo, obligación o manipulación. 

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