lunes, 24 de julio de 2017

La llave que se esconde en nuestros demonios


Déjalo ir y será tuyo para siempre pues solo perdemos aquello a lo que nos aferramos. 

La personalidad estable no descansa en la perfección moral sino en la aceptación de nuestras actitudes reprimidas. 

El conocimiento de nuestra sombra personal constituye el requisito fundamental de cualquier acción responsable y, consecuentemente, resulta imprescindible para tratar de atenuar la oscuridad moral del mundo. 

Cuantos más nos liberemos de los principios rígidos e inmutables y cuanto más dispuestos nos hallemos a sacrificar la voluntad del ego, más oportunidades tendremos de vernos conmovidos por algo superior al ego...


El hecho de abrir la puerta a todos los contenidos negativos de nuestra sombra, por más indignos que puedan parecernos, puede ayudarnos a ablandar nuestro corazón hacia nosotros mismos y hacia nuestros semejantes, a ser más comprensivos con las flaquezas humanas y a ser más cuidadosos para no proyectar nuestra sombra sobre los demás ni sobre nosotros mismos

Para construir hay que destruir, para organizar hay que desorganizar. Si el peso de la culpa y el sufrimiento es excesivo seremos incapaces de superarlos y nos veremos obligados a seguir creyendo que la destructividad no existe y, por tanto, nuestra capacidad de amar, crear y afirmar la vida se verá seriamente perjudicada. 

También es necesario que reconozcamos y asumamos nuestra propia capacidad destructiva ya que, aunque no alberguemos ningún tipo de hostilidad, nuestras acciones a veces resultan dolorosas para nuestros semejantes. Un ejemplo que lo puede demostrar está a la orden del día de la cotidianidad. En muchas de nuestras profesiones podemos obligarnos a despedir a personas honradas pero incompetentes, dañando su autoestima y aspiraciones; nuestra relación de pareja puede enfriarse, perder todo el sentido y llevarnos a terminar la relación a pesar del abandono y traición que puede experimentar nuestra pareja. No existe ninguna acción que sea totalmente inofensiva y debemos ser muy conscientes de que, a pesar de querer hacer el bien, necesariamente haremos daño y, en algunos casos, provocaremos más mal que bien. 

Se debe asumir toda la rabia acumulada contra los demás y contra uno mismo que se porta desde la infancia y profundizar en el odio que ha ido acumulando a lo largo de toda nuestra vida, reconocer que esos impulsos destructivos internos coexisten con los impulsos creativos que sirven para afirmar la vida y descubrir nuevas formas de integrar ambas dimensiones de la existencia. 


Las verdaderas tragedias no suponen necesariamente un fracaso porque el héroe siempre termina alcanzando la victoria puesto que aprende a afrontar sus verdaderos defectos, a aceptarlos como parte de sí mismo y de la humanidad y a experimentar una transformación personal mucho más valiosa que el éxito o el fracaso mundanos.

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