"Quiso ser el rey del mundo y cayó por la borda. Durante horas luchó y peleó contra el mar pero siempre
perdía. Vencidas sus fuerzas se dejó llevar. Posó su
cuerpo cansado sobre el agua y dejó fluir. El vaivén del mar lo mecía, y a veces fuertes
corrientes le zamarreaban. Pero como los peces siempre bailaba con el agua. De día la lluvia le refrescaba, de noche cuando el frío le calaba hasta los huesos buscaba consuelo en las estrellas. Sólo había dos opciones: el cielo o la tierra.
Le acompañaban el día y la noche, la luz y la oscuridad. Cada
noche cerraba los ojos por última vez y aquella mañana en el cálido lecho de la
arena encontró su amanecer."
Nazaret Martín
Dicen que un suspiro es el aire que nos sobra por esa persona
que nos falta. Es un acto cotidiano que parece permitirnos desahogar el
pinchazo de la tristeza, como quien deja escapar los pesos del alma intentando
hallar un alivio, un consuelo fugaz cuando cuando duele demasiado. En cada
bocanada de aire que dejamos escapar de forma sonora, reiniciamos el ciclo de
la vida...
Cuando considero que el dolor es mío, me pierdo en mi burbuja
de sufrimiento personal y me siento desconectada de la vida, aislada y sola con
mi desdicha. Pero más allá de la historia personal de mi dolor, descubro que en
realidad no es mi dolor. Es el dolor del mundo, de la humanidad. Cuando siento
la pérdida del amor de mi vida, la aflicción no es sólo mía, sino la de toda
pareja, la de toda madre o padre, la de todo hijo. Siento por y con, cada
persona que ha perdido alguien amado en lo más hondo de cada uno. En las
profundidades de lo personal, en medio de las experiencias más intensamente
dolorosas e íntimamente personales, descubro la verdad impersonal de la
existencia. Y en ese momento soy libre.
Nazaret no estaba más aprisionada. Ya era y estaba en todo.
Días después volví a casa para vaciar los cajones del pasado. Era una noche perfecta
de media luna y todas las estrellas donde me demostró su expansión. Luz suficiente para ver mis sombras,
éstas sin miedo, despojadas de todo lo terrenal, flotando entre las olas. Y a
su vez, oscuridad adecuada para oler el polvo de estrellas y saberse uno en el
infinito.
Luz para ver
las sombras, oscuridad para ver la luz…
La buscaba en
las estrellas, en los meteoros, en el cosmos. Me preguntaba si no estaría en la
cara oculta de la luna, vigilando que todo estuviese en equilibrio y que
reinase la perfección. Supe que era todo. Era la arena que pisaba, los cometas
que caían, fugaces como el batir de las alas de un colibrí. Era la ciudad, la
luna, la luz, la oscuridad, el mar, la brisa. Era yo. Era todo y estaba en
todo. Fundida, perfecto. No había razón de duda, ni motivo de búsqueda. Estaba
aquí, era allí.
Y descansando
en mí misma, sentada entre las rocas, la contemplé derramándose en tonos asalmonados.
Se había transformado en el alba. Despertaba de nuevo, como todos los días.
Pero ese único, irrepetible. Habrá otros, pero no ese. Me cautivaba mientras
ascendía como una bola de fuego que ilumina pero no quema. Ahí estaba
majestuosa, enseñándome la grandeza de ser uno y a la vez todo.
Me acompañó más
adelante convertida esta vez en mariposa con alas de terciopelo y jazmín.
Guiaba mis pasos con su revoloteo delante de mi alma vieja y mi cuerpo cansado.
No iba sola. Le acompañaban dos pequeñas siluetas del color del amor y la
renovación, nuestras mariposillas, que con el transcurrir de los metros y el tiempo
se multiplicaron en decenas.
Honro las
lecciones que he aprendido, todo lo que he manisfetado para mi ser gracias a
ella. Ahora permito que todas las cosas sean y aprendo acerca de mi propio
potencial mediante la observación de todo lo que nace y la confianza de que
cada día que pasa es un día más cerca de conocerla en el otro estado. Necesito
un momento para encontrar de nuevo mi lugar, para ubicarme en la realidad que
espera ser vivida, que se inicia, incansable, cada día.
Vivió tan
natural su muerte, como algo que no le era desconocido, doloroso o triste, que
nos enseñó al resto a saber vivir la suya y la nuestra. La lección más
importante que me dejó fue no tener miedo a la muerte, y como resultado de este
entendimiento, ya no tengo miedo a la vida. Y es ahora cuando puedo comprender
lo que es la vida misma. Porque ya sé que tengo todo lo que necesito y no
preciso de nada más que me de miedo a perder de nuevo. Si no necesito nada, no
temo nada. Ya perdí lo que más creía que necesitaba. Aquello que deseaba con
todas mis fuerzas, que creía necesitar para sobrevivir, su curación, también lo
perdí. Ella sabía que respiraría aún con su ausencia, de una forma u otra. No
hay nada ni nadie que sienta que necesite y esto me conduce a la libertad más
plena. Lo entendí con ella. El amor verdadero es el que deja ir, el que fluye,
el que suelta y ahí no hay cabida para los apegos ni las necesidades, sino para
complementariedad del uno en el otro y el enriquecimiento mutuo. Ya no busco mi
dicha ni mi felicidad fuera. Ya no le entrego mi poder a otros. Ya no tengo
miedo.
Nazaret no ha
muerto realmente, en el sentido trágico y occidental que se le concede. Y esto
fue lo primero que tuve que aceptar dentro de mi ser como una verdad del más
alto orden. Nazaret está feliz pues, en su transición, conoció otra vez la
libertad más elevada, el goce más grande, la verdad más maravillosa: la verdad
de su propio ser y de ser uno con todo lo que es. Nazaret está conmigo ahora,
incluso cuando escribo esto, porque está en mis pensamientos y una parte de
ella está realmente aquí conmigo. Si estoy en calma y muy conectada al momento
la puedo sentir. Si pienso en Nazaret con alegría y espíritu celebrante, mi
alegría le será conocida a la esencia de ella y entonces se sentirá libre para
ir hacia su próxima gran aventura, sabiendo que todo está bien conmigo.
Volverá, ya lo ha hecho. Cada vez que pienso en ella. Sin embargo sus visitas
serán alegres bailes en mi alma, maravillosas conexiones bien claras; breves
pero brillantes momentos; sonrisas plenas. Entonces la esencia desaparecerá una
vez más, contenta por el pensamiento de mi amor y de mi celebración por su
vida, sintiéndose completa en su interacción conmigo, que de ningún modo se
acaba aquí.
Cuando podemos
celebrar la perfección, dejamos que la esencia y el alma de nuestro ser querido
la celebre también, liberándola para las inenarrables maravillas de su realidad
más amplia, honrando su presencia en nuestras vidas, en su antigua forma
física, en este momento y para siempre.
Me gustaría darme
a mí misma y a Nazaret, y a todos aquellos cuyas vidas ha sido tocadas por
ambas, el regalo de mi vida: el regalo de la alegría que reemplaza la pena, del
amor que supera al dolor de la pérdida, de la gratitud genuina y de la paz, por
fin.
Porque,
cuando el resto nos vayamos de aquí, estaremos de nuevo con todos los que han
tenido un lugar en nuestro corazón y se han ido antes. Y no hemos de
preocuparnos por aquellos a los que dejamos atrás, porque los veremos también,
una y otra vez, y los amaremos también, una y otra vez, a través de toda la
eternidad, e incluso en el momento presente. Pues no puede haber separación
donde hay amor, ni espera donde solo hay ahora.
Dicen antiguas
leyendas q el alma de cada uno elige cuando morirse y de qué forma una vez que
han terminado de experimentar lo que vino a experimentar en su encarnación.
Pero lo hacen a un nivel subconsciente a los que pocos tienen acceso. Cada
alma sabe su porqué y sobre todo y
más importante, su para qué. Por eso
es difícil entristecerte por algo que ha sido cuidadosamente elegido y
elaborado, a pesar de, a veces, no entender desde nuestra limitada consciencia
la razón.
Nuestra relación nunca
terminará. Ella puede estar conmigo en cualquier momento en que desee invocar
su amor y su energía espiritual para ayudarme mientras continúo mi viaje,
incluso mientras ella continúa el suyo. Nuestros viajes siempre estarán juntos,
de la misma forma en que hemos estado juntas durante eones pasados.
Toda muerte es
redentora porque toda muerte lleva a cada alma a la verdad de sí misma, a la
verdad de la vida, a la verdad de Dios; cada persona que vive la muerte de
alguien, se abre a esta verdad y, de esta forma puede experimentar también.
Toda muerte trae su mensaje para los que dejan la tierra y para los que se
quedan. Somos cada uno de nosotros los que debemos buscarlo, oírlo y ser consecuente
con él. El mensaje que ella me dejó fue el regalo de mi vida, el cambio de 180
grados que hizo posible la transformación en mí.
Todavía crecemos y
creceremos juntas, con los regalos de su vida como una flor de loto que se abre
lentamente, pétalo a pétalo, mientras las formas de nuestras vidas se van
haciendo, alimentadas por el amor de ambas.
Ahora es aquí como
un holograma. Una ínfima parte de lo que en realidad se ha convertido. Su nuevo
“yo” me atraviesa el cuerpo cada segundo, sin necesidad de abrazarlo porque
puede llegar cuando quiera hasta el mismo fondo de lo que soy, incluso antes
que yo. Conseguimos abrazarnos cuando mi densidad se ajusta a la suya y se
vuelve más lábil, más sutil. Entonces es capaz de hacer vibrar las moléculas
más pequeñas de las que estoy compuesta, aún no descubiertas, y me fundo en
ella y en el universo; pues su abrazo me conduce a escenarios indescriptibles
donde la inmensidad de lo infinito es lo único que reina. Y entonces caigo
rendida a ella, a su abrazo eterno y me permito recibir toda la creación que
emana de ella misma.
El amor sana. Sana
nuestras almas, sana nuestras relaciones y sana incluso al planeta. Nazaret me
dio ese amor y elijo compartirlo con todos.
Esta es una
historia que no termina, que continúa para siempre en mi alma y en las almas de
cada uno que haya leído este mensaje. Porque ella ha estado escribiendo conmigo
estas palabras y, si alguna de sus enseñanzas ha llegado al fondo de tu corazón,
Nazaret también lo habrá hecho. Tal vez no todas las historias de amor
sean iguales, puede que algunas no tengan final. Sólo me tengo a mí, y en mí al
universo donde se halla ella. Agradecida por saberla en la luz de la luna, de
las estrellas y del sol que alumbra mis huellas para que mis días no sean grises
ni mis noches oscuras; sonrío.
Maravilloso. Es así como me gustaría sentir y vivir mi vida cuando llegue la hora de partir de mis padres. Le tengo terror a ese momento. Gracias por tus bellas palabras...
ResponderEliminarQue bien espresas lo que sentimos todos, pero no sabemos como decirlo
ResponderEliminarEs maravilloso leer algo tan bonito y enriquecedor para mi .gracias guapa