lunes, 25 de julio de 2016

Tu enfermedad como mi metamorfosis: Rompiendo muros

"Siempre iba con sus grandes gafas, su fular y su pamela. Temía que la reconociesen. Un día en la playa miró al mar y al sentir la brisa y el sol decidió quitárselo. Todos se sorprendieron al ver quién era aunque la mayor sorprendida fue ella."

Nazaret Martín Anaya




En estos pocos meses he conocido que solo sabemos del cuerpo humano una ínfima parte. He leído a científicos cuyos experimentos se quieren esconder a la sociedad por la revolución social de lo que implicaría sacarlos a la luz como: la capacidad de modificar el ADN con las palabras descubierto por Peter Garaiev, la existencia de una cámara especial GDV (Gas Discharge Visualization), capaz de visualizar e interactuar con el aura de un ser vivo para prevenir enfermedades diseñado por el catedrático Konstantin Korotkov, Nassim Haramein con su teoría fractal del universo y la física cuántica, Gregg Braden y la matriz divina que no es si no un campo universal de energía que conecta todo en la creación, incluyéndonos, como parte de la misma a nosotros SERES humanos. 

Y de medicina son incontables las barreras que he tenido que romper y tengo aún. Yo siempre he sido muy analista como he comentado, y por eso me he preguntado en casi todas las ocasiones el cómo y el porqué de la enfermedad en ese paciente y en ese momento. Creo que por eso me hice infectóloga: los microorganismos explicaban a la perfección el cómo de la enfermedad y solo me faltaba completar el puzle con el porqué. Algo era algo. Ahora hasta eso sé que es erróneo. Pero cuando te lo preguntas tú como profesional, lo buscas en libros o artículos de revistas prestigiosas (por cierto, todas las revistas científicas que son cientos, están controladas por 5 grandes editoriales donde solo aceptan los artículos que les interesa económicamente) la respuesta casi en todas las ocasiones es PORQUE SÍ, un poco de fisiopatología, patatín, patatán… pero nada del origen.

¿Por qué a una célula humana sana se le va la pinza un día y se hace cancerígena hasta el punto de proliferar y en ocasiones ser verdugo de pacientes? ¿Sabéis que todos tenemos células cancerígenas en nuestro cuerpo de forma constante? ¿Por qué uno lo desarrollan y otros no? ¿Por qué dos pacientes de la misma edad, con el mismo tipo de cáncer, el mismo estadío (forma de clasificar las posibilidades de “supervivencia” y la terapia) y el mismo tratamiento uno se muere y el otro se cura?...


Yo no lo sé. Pero soy humilde para reconocerlo (más últimamente) y para no ser tan prepotente como para desprestigiar o excluir otros tipos de medicina diferente a la occidental que, por cierto, es la más moderna y; por tanto, la que menos experiencia tiene con los pacientes.

Claro, esto hace unos meses lo veía impensable. Mi medicina era la mejor y era la que estaba en lo cierto y la que tenía el tratamiento adecuado y el diagnóstico certero. Lo que pensara el paciente, lo que viviese o lo que necesitase me daba igual. “Yo soy tu diosa porque YO te curo. Tu estás bajo mi responsabilidad y te dejas hacer lo que yo considero lo mejor para ti, sin preguntarte claro.”

Que gran mentira. Así no va el juego señores.

Y mientras se desmontaba todo este círculo vicioso y absurdo, iba conociendo un universo de nuevas terapias (para mí solamente porque son igual o mas viejas que la propia humanidad como quien dice), nuevas formas de comprensión, nuevos terapeutas. Así fue como conocí a Alberto Martí Bosch y su teoría de la acidez tumoral y el cáncer, a Josep Pamies y la dulce revolución delas plantas, a Itziar Orube, Javier Herráez y la Nueva Medicina Germánica del Dr. Hamer, la kinesiología, el reiki, la medicina tradicional china, estudios del Dr. Kremer, del Dr. Bru

A la vez que conocía a todos estos nuevos instructores en mi vida, los ojos se me abrían como platos al tener que reconocer que existía y existe una mafia detrás de los laboratorios farmacéuticos. Jamás, y recalco, jamás, se me podría pasar por la mente que realmente un laboratorio pudiese no solo sabotear otras formas de sanación que cambien un producto más natural o barato por los suyos, o incluso la no necesidad de usar NADA. Menos aún que ellos mismos estuviesen implicados en enfermar a la población para que después se les pueda vender sus productos. E incluso peor, asesinar a  médicos o sanadores que se salían un poco de la raya con demasiados adeptos como el caso del Dr. Gaynor, un oncólogo de gran reputación en Estados Unidos que descubrió que los sonidos podían curar el cáncer. Escribió algunos libros, uno de los más famosos se titula “Sonidos que curan”. Misteriosamente se lo encontraron muerto en casa hace pocos meses tras haber salido vivo milagrosamente de un accidente de tráfico por un fallo en su coche semanas previas ¿Eso en qué sana cabeza cabe? Pues así es.

La salud para muchas o la mayoría de las empresas no es mas que un negocio. Por eso son empresas, evidentemente. Reconocer que ni en esto estaba en lo cierto, que mis aliados eran más unos enemigos, fue tarea ardua. Otro gran muro mental se caía.


Y por último, a la vez que se me desmontaba el mundo laboral, comencé a volver a mí. Se abrió la espiritualidad. De nuevo con los ojos cerrados y hundida siguiendo a Nazaret nos sumimos un puente de diciembre en Zaragoza para hacer un curso de autosanación. Mi escepticismo estaba a la par de mi negatividad, pero como ya no tenía nada que perder y ella quería ir, me lié la manta a la cabeza, por lo menos descansaba de hospitales, pensé. Y ahí fue donde comenzó el cambio realmente. El antes y el después. Donde conocí a Ana Nájera, a Virginia Blanes, Xavier Pedro, Sergio Fernández, Raimon Samsó, Carlos Delfino, Jose María Doria, Emilio Carrillo, Suzanne Powell y muchos otros más…

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