viernes, 29 de julio de 2016

Tu enfermedad como mi metamorfosis: La Historia 2, programas limitantes

"Cuestionar nuestras más arraigadas creencias requiere de mucho coraje porque implica aceptar que hemos podido estar equivocados toda la vida"

David Fischman




Este embarazo suponía el sueño de su vida hecho realidad. Cuando ella fue consciente de su condición sexual, hace 15 años, su máxima preocupación versaba en la imposibilidad de ser madre (era tan joven que no conocía la existencia de las nuevas técnicas de reproducción). Con estos 2 retoños se ponía fin a los miedos pasados y las creencias limitantes.

En la inmesa mayoría de ocasiones no somos conscientes de las creencias limitantes que poseemos. Algunas pueden ser tan simples como la que acabo de redactar de Nazaret. Esta creencia es fácil de romper, y puede que hasta nos haga sonreir dicho pensamiento al saber que está errado. Pero ella lo vivía como una realidad desde el sufrimiento. Otras creencias limitantes no son tan fáciles de ver, ni de romper con ellas porque se sitúan en lo más profundo de nuestro inconsciente, como por ejemplo: no dejar un trabajo que no te gusta porque ahora con la crisis no vas a poder cumplir tu sueño, creer que todas las personas tienen malas intenciones por haber sufrido algún contratiempo con tus congéneres,  la felicidad depende de alguien externo que te ame, si no haces “esto” ocurrirá “aquello” (siempre una consecuencia negativa), no soy capaz de hacer esto porque soy muy torpe…  

Y es que para transcenderlas lo primero es ser consciente de que existen en nosotros y que no son más que programas insertados en nuestra psique. El paso siguiente consistiría en estar dispuesto a renunciar a la seguridad que que nos aporta el ego cuando trabaja en esos programas que ya conoce, dándonos una falsa sensación de seguridad y control. Es fácil seguir en un trabajo que no te gusta porque sabes hacerlo y cobras a fin de mes, al igual que también hay personas que prefieren vivir mal acompañados que solos...


Estamos muy contaminados por programas de miedo y nuestros padres ya nos lo contagiaban desde el momento del nacimiento de forma inconsciente con sus propios miedos. Y para nuestro bien, desde su propio mapa, nos van alineando en un tipo de educación y corsé para que tengamos la seguridad por la que ellos tanto han luchado. Pero la seguridad que te ofrece esta sociedad (tener un piso, una seguridad social, un trabajo...) no es la que necesitamos. Ahora sé que la verdadera seguridad es saber que todo lo que te sucede es lo mejor para ti y que todo fluye, aunque a veces no sepas cómo eso que estás viviendo es lo que necesitas en ese momento para tu vida. Hay veces que tenemos programas limitantes que nos hacen caer tan profundo que funcionan como disparador y es cuando te plantas y dices que se acabó. Es cuando empieza la revolución. Así de rápido y duro.

 En mi caso, uno de los programas instalados con la tecnología de software más avanzada había sido el miedo al fracaso y al “qué dirán”. Por eso, cada éxito académico o profesional, aunque fuese minúsculo, se celebraba con fulgor y, por este motivo también, mi condición sexual se convirtió en un problema inicialmente, pues resurgía la incertidumbre de lo desconocido, el miedo al rechazo de la sociedad, a no encontrar trabajo, a no ser feliz… Estaba conectada a estos programas para los que había sido instruida, sin embargo, en esa época fue cuando me planté y comenzó la revolución: empezaba a reconocerme a mí misma.


Nazaret seguía dando clase y yo, en el hospital, dando batazos; por lo que continuábamos viéndonos los fines de semana. Ella salía a pasear todas las tardes entre eucaliptos y el correr del agua, siempre sonriendo y agradecida por la bendición que portaba en su vientre. Yo, en el hospital, exploraba a los recién nacidos de un modo diferente. Pronto tendría dos así de pequeños y esta emoción proyectaba unos lazos invisibles de unión entre los bebés que exploraba y yo, hasta el punto de no sentirlos como desconocidos. Dejó de comer las prohibiciones comunes que hacen los ginecólogos sobre el jamón (ya descatalogada) y demás, y también cesó de tomar infusiones porque había leído en diferentes páginas webs que podrían ser perjudiciales para los embriones. Sin embargo, los óvulos de progesterona artificiales sí se los seguía administrando, a pesar de que ella, como mujer sana, producía su propia hormona vía natural. Contradicciones de las que no éramos conscientes pues en el fondo de nosotras existía la creencia limitante de que si no se los ponía, podría abortar.
 

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