"Quien quiere hacer algo encuentra un medio, quien no quiere hacer nada encuentra una excusa"
Proverbio árabe
Nadie te enseña a
estar contigo a solas y mucho menos a decirnos la verdad, la que está oculta detrás de
la que creemos que es la verdad. Tampoco se aprende a verte como eres, sino que
se nos enseña a escondernos y a ser quien tus padres querías que fueras, quien
la sociedad quiere que seas y quien tu ego te dicta que es lo mejor para que no te hagan daño...
Construyes corazas que te separan de los demás, pero también de
ti, hasta llegar a no saber quién eres. Llega un día en que tus demonios son
tan fuertes que te hacen consciente de la necesidad vital de parar y mirarte, y es cuando descubres
que el mayor daño te lo estás haciendo tú mismo. El dolor es inevitable, pero
hasta que ese falso tú que has creado no desaparezca, el verdadero no puede
surgir.
Siempre podrás elegir qué faceta de la personalidad queires representar
ese día: quien tú crees que eres, quien los demás creen que eres o quien eres
en realidad. El primero lo domina sobre todo tu ego, el segundo las creencias y
patrones instalados y el tercero tu alma. El que produce más libertad y amor es el que da
más miedo, pues hay que romper con las personalidades usurpadoras que han
estado con nosotros hasta entonces tan arraigadas, y eso duele, decirnos la verdad, la más
profunda y honesta, duele.
El miedo se puede atravesar y entender, no hay que
huir de él. La valentía que tenías dormida te espera detrás del último telón
del miedo para llevarte a ser intrépido,
a descubrir y explorar los confines de tu ser y de lo que te rodea. A mirar
para ver. Merece la pena el reto, puede ser el juego más emocionante de tu
vida. Y todo empieza por el silencio el externo y el interno, más complicado,
acallar a la mente y dejar que sea el corazón quien hable. Y día a día dialogando
con tu corazón y de forma natural conseguirás la paz, la tranquilidad, el
equilibrio, la serenidad, conseguirás no solo acercarte a ti, sino ser tú. Decía
un gran sabio: “Yo tengo miedo a las
alturas, pero no evito mis abismos: ellos son los que me dan la dimensión de lo
que soy”.
Era Domingo de
Resurección y volvía al piso de mis suegros para descansar. No había nadie
allí. Todos se encontraban en el pueblo, incluyendo Nazaret. Y las cosas
no pasaron por casualidad. Al llegar a la ciudad me encontré con el primer
atasco. La calle estaba cortada por las procesiones, tan típicas en Andalucía.
Tras un tiempo esperando pude desviarme y continuar el camino hacia casa. Me
equivoqué de calle por lo que tuve que volver al atasco. Por fin conseguí
llegar a la avenida donde vivíamos, en pleno paseo marítimo. Allí, tuve que dar
otras tantas vueltas para poder aparcar hasta encontrar un hueco lejos del domicilio.
Anduve hacia casa y justo cuando me disponía a cruzar la última calle me la
encontré ahí, se cruzó conmigo.
El repicar de tambores y cornetas me envolvió en el más
íntimo verso de mí misma. La procesión estaba pasando justo en ese instante por
donde yo lo estaba haciendo también. Tenía que ser así para comprender. Y cómo
no, era la única procesión que tenía que ver: “El resucitado”.
Donde todo empieza, todo fluye de nuevo, todo se funde: el
principio y el fin, el cielo en la tierra, la muerte y la vida. Emocionada no
me quedó otra que pararme y dar gracias por todo el cúmulo de “casualidades”
que se habían producido para que justo coincidiésemos en el mismo instante y en
el mismo punto. Y así recordar que la resurrección se produce todos los días en
nosotros. Ahí estaba Jesús, gran maestro, como muestra tangible de ello, pasando a mi lado y sobre mí a la vez, dando vida y amor. Siendo el ejemplo de que todo se puede si no nos
limitamos. Animándonos a continuar en este mundo tan desconocido y que tanto
amamos. Diciéndonos que no perdamos el tiempo con distracciones y que confiemos
en que todo es posible con Dios (la fuente, la divinidad o como cada uno lo quiera
llamar), porque está de nuestro lado, porque somos él.
Levántate, coge las
riendas de tu destino y adelante. Vive, ama, goza de todas las situaciones que
se producen en ti, porque todas son amor aunque no lo veamos y en todas está
Dios que nos ama hasta el infinito. Hacía 16 años que no veía una procesión.
Entre el incienso y la música, Jesús estaba más en mí que en el trono que, con
fe y devoción, llevaban los costaleros. La luz que le iluminaba era yo y la que
caía por mi cara era él, el mismo sol nos bañaba a ambos a la vez,
recordándonos que somos uno, que vive en mí y yo en él y que no hay fuerza
alguna que pueda separar esta verdad.
Invadía cada realidad de mis ojos, de mis manos, y del resto
de mis sentidos y era capaz de hacerme volar al más inhóspito lugar. Me enseñaba
a verme a mí como igual a él mismo y a todos. Hasta el más mundano, avaro,
psicópata o ladrón es amor y nos enseñan desde su ser y a su manera. ¡Que grande y qué pequeña me sentía a la
vez! ¡Qué llena y vacía! Formando parte del todo y sintiendo que todo tenía
sentido y que debía de ser así. ¡Qué
emoción sentirlo! ¡Cómo no iba a ser! El
“resucitao”, porque será a lo que nos lleva la vida, a la resurrección y la
vuelta a nacer. Porque era lo que estábamos viviendo.
Casi media vida me ha costado aprender que lo que tanto
repudiaba, porque era totalmente diferente al concepto de religión que tenía,
no era si no lo mismo. Por fin hacía las paces con el ritual cultural en que se
había convertido la Semana Santa y con el sentido profundo de la religión, que
no era más que dos actos diferentes pero iguales de ser amor. Un regalo que no
esperaba y por el que daba gracias, pues se cerraba una herida profunda y
olvidada que me impedía gozar con el esplendor de la devoción y el amor de las
personas que viven de esa forma la Semana Santa.
Esa misma tarde, aún sumida en el nirvana que me había
producido la comunión de mi nuevo Jesús con el de los tronos, conocí a Aurus,
mi dragón guardián, de un precioso color rojo anaranjado y dorado que se
presentó en una meditación.
Realmente se puede demostrar que todos llevamos un poco de
Jesús de Nazaret físicamente en nosotros. Científicos han calculado que en una
sola inspiración absorbemos 10 elevado a 22 átomos del universo en nuestro
cuerpo. Es una materia prima que absorbemos de la naturaleza y que acaban
formando células del corazón, del pulmón, del hígado, cerebro… Al espirar salen
10 elevado a 22 átomos que provienen de las células de nuestro organismo
(riñón, corazón, cerebro…), así que compartimos nuestros órganos con los demás
todo el tiempo.
Walt Whitman dijo:
“cada átomo que me pertenece, también os
pertenece y viceversa”. En base a cálculos matemáticos a través de
radioisótopos se ha demostrado que al menos cada uno de nosotros puede tener
sobre un millón de átomos que antes estuvieron en el cuerpo de Jesús, de Buda,
Gandhi o Hitler. Durante las últimas 3 semanas, mil millones de átomos, 10
elevado a 15, han circulado por nuestro cuerpo habiendo transitado previamente
por el cuerpo de cada una de las especies de nuestro planeta.
VERDADES VERDADES COMO PUÑOS
ResponderEliminarBUENAS TARDES
ResponderEliminarme encanta...
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