"Las palabras nunca alcanzan cuando lo que hay que decir desborda el alma"
Julio Cortázar
Dice un proverbio árabe que hay que tener cuidado cuando se
habla, pues con las palabras se teje un mundo a nuestro alrededor cargadas de
magia y poder. Con las palabras se
pueden crear universos, guaridas protectoras del ruido ensordecedor de fuera...
Se puede navegar por mares dulces, cruzar países de algodón, surcar cielos
violeta y acariciar el sol y la luna desde el sofá. La palabra adquiere forma y
juega a moldearse con las emociones. Crea nuevos horizontes, donde sentirte
seguro y recordarte que aquellos mundos son parte de tu piel y se construyeron
para que fuesen tu sostén, para que por fin puedas terminar con la división del
“aquí” y el “allí”, pues todo será uno.
Las palabras se pueden decir con una mirada y ver reflejada
las galaxias, constelaciones, estrellas rojas y azules, y tu esencia
fundiéndose con lo que eres, con la luz que por fin has visto en tu alma. La
voz no se la lleva el viento, se quedan suspendidas en el espacio que te rodea.
Un día podrás notar que estás más triste, enfadado, perezoso o eufórico, alegre
y con ganas de bailar y cantar sin motivos externos aparentes. Acuérdate
entonces de las palabras que hace poco dejaste allí colgadas y quizá descubras
que estás recogiendo lo que sembraste en tu atmósfera. La palabra, a veces
limitada, otras excedida, plasmada en un papel me encuentra con ella, danzando
entre mariposas azules y túneles de plata y oro, donde la eternidad descansa,
donde su corazón es libre.
El último día de febrero mi hermano volvío de Brasil, donde
había moldeado con ternura su nueva familia. Tras unos años maravillosos en
aquel país, ahora ambos vivirían aquí, entre nosotros. Para mí su regreso fue
un hálito fresco donde descansar, un nuevo cobijo, un fuerte pilar donde
sostenerme. Después de años separados, viviendo experiencias similares en diferentes
puntos del planeta, el lazo que muchas veces creíamos pequeño y frágil, se
había tornado grueso y resistente. Y él y su pareja, venían a renovarnos con el
mensaje del amor a través de la salud, venían con la esperanza de quien ha
convivido con el milagro a diario, con lo invisible, con lo inexplicable.
Aquella familia brasileña significaban para Nazaret y para mí, la calidez de un
reencuentro que nunca terminaría, las enseñanzas de amor de grandes maestros
brasileños con los que creamos un vínculo pocos años atrás.
Nazaret seguía convirtiéndose en la maestra de luz que era a
través de los cuentos que mariposeaban por su cabeza y que hacían despertarla
algunas noches bajo la inspiración de las musas. Su luciérnaga brillaba con
fulgor y con la libertad de unas alas indestructibles. Por la noche viajaba a
otros mundos, a otras dimensiones. Por el día la acompañaba en su proceso de
sanación iluminándola cada día con más brillo, con más fuerza, con más amor. Su
alma parecía no caber en su cuerpo y se expandía inundando de su esencia, pura
luz, a quien se acercaba. Mirarnos fijamente a los ojos era una experiencia
sublime que me conducía al más profundo éxtasis. Nunca lo habíamos experimentado con el fin de buscar quién habitaba detrás de aquellas pupilas. Allí podía
percibir su alma, aquel ser tan extraordinario que superaba con creces lo
físico que podía ver y tocar.
Su enfermedad era un regalo. Podíamos experimentarlo como
nuestra propia crucifixión. Ella física, ambas del alma. Pero no como la que se
describió en Jesús de Nazaret sino como un proceso que trasciende lo real para
continuar la evolución que buscábamos aunque no lo supiéramos. Llegó a mi vida
en un momento en que pensaba que lo tenía todo bajo control, sin ser cierto. ¡De qué forma su valentía y su fuerza me
enseñaron el camino! Fueron sus palabras de amor incondicional las que
tiraban constantemente de mí hacia la superficie, su actitud ante aquello que
consideraba una bendición. Su amor se había convertido tan fuerte como un
roble, tan profundo y azul como el océano y tan poderoso como las mareas.
Con la pluma como fiel compañera, había encontrado un nuevo
poder, el de la palabra. Y de ella se valía para decretar todo lo positivo que
manifestaba cada día en su vida y para crear un mundo paralelo donde las
palabras se convirtiesen en emociones positivas.
Hay estudios en Harvard que han demostrado que nuestras
palabras abren espacios emocionales. Y que al enseñar a un grupo de personas palabras
negativas como pozo, oscuridad, decadencia… y tomar muestras de sangre y saliva
para medir a través de una técnica conocida como radioinmunoensayo el nivel de
nuestra hormona de estrés, el cortisol, aumentaba significativamente. Cuando
las palabras negativas se sustituían por palabras positivas disminuía
drásticamente. En esta universidad se ha demostrado que entre el 60% y el 90%
de las consultas a los médicos de atención primaria del mundo occidentalizado
se deben a emociones tóxicas, resentimiento, ira, rabia, frustración… Estas
personas con las emociones descritas, si permanecen de forma contínua en estados
emocionales negativos, segregan un aumento del cortisol, que se acopla a los
glóbulos blancos, linfocitos, neutrófilos y no les deja funcionar, por lo que
sus capacidades antibacterianas, antitumorales entre otras funciones
importantes, desaparecen.
Esta nueva ciencia se denomina Psiconeuroinmunobiología o
Psiconeuroinmunoendocrinología (PNIE), muy relacionada con otra que
despunta en esta disciplina como es la epigenética,
capaz de demostrar que el estado emocional de la persona afecta al material
genético a través de la movilización de hormonas y moléculas de la emoción
expresados en la célula que hacen que unos genes se queden dormidos y otros
despierten. Así que, como diría Ortega y Gasset “no estamos hechos del todo sino que nos vamos haciendo”. Nuestro
ADN se va reprogramando por las palabras y la frecuencia. Por eso, la palabra
tiene tanto poder. ¡Cómo algo tan fácil
puede convertirse en algo tan beneficioso o perjudicial! Y cómo aprender a
usar de forma adecuada la palabra, el verbo. ¡Qué importante es! Explica el Dr. Mario Alonso Puig que ya hay estudios científicos que han demostrado que un simple minuto de
nuestra mente llena de pensamientos negativos deja al sistema inmune, encargado
de nuestra defensa, en una situación delicada durante 6 horas.
Cuando nuestro cerebro da un significado a
algo, nosotros lo vivimos como una realidad absoluta, sin ser conscientes de
que no es más que una interpretación de la realidad. No vemos el mundo que es,
vemos el mundo que somos. Cada persona tiene su manera de interpretar la
realidad, porque somos seres únicos, por eso, cada persona tiene sus creencias
y existen tantos mundos como personas, sin existir ninguno igual. Solemos
confundir nuestros puntos de vista con la verdad, pues la percepción va más
allá de la razón.
La palabra es una forma de energía vital y se
ha podido fotografiar mediante PET (Tomografía de Emisión de Positrones)
cambios en la estructura cerebral de personas que decidieron hablarse a sí
mismas de forma más positiva. Muchas veces no somos conscientes del impacto que
puede tener en nosotros una conversación. Según estudios de Albert Merhabian, de la Universidad de
California, el 93% del impacto de una comunicación se queda a nivel
subconsciente. El poder de la palabra seguirá sorprendiéndonos cuando se
descubran nuevos hallazgos. Mientras tanto, es importante aprender a cultivar
la palabra y su forma no verbalizada, el pensamiento, para crear el mundo en el
que nos gustaría vivir. Nazaret estaba plasmando todo lo que yo conocí
científicamente a través de sus lúcidos cuentos, un regalo que perdurará a
través del tiempo, y quién sabe, quizá los tenga algún día entre sus manos.
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