"Si hay música en tu alma, se escuchará en todo el universo"
Lao Tsé
La música es ese lugar donde todos coincidimos alguna vez
para convertir el arte de vivir en una obra de arte, para aliñar el sonido de
una noche de luna llena y velas. Cuando escuchas una melodía que te llega al
alma todas las puertas de tu ser se abren y miles de colores estallan a tu
alrededor...
Nazaret se había convertido en el instrumento de su propia música, y
tocaba al son de su baile con la vida. Era la compositora de sus notas musicales
y había venido a este mundo para iluminar almas, desterrar soledades y perdonar
los errores. Eterna, tanto como su sonrisa, compañera leal de esta y otras
vidas, en su voz se escondía un enorme sol capaz de abrigar a los más fríos
corazones.
Su música me protegía frente toda adversidad oyendo su corazón
repiquetear dentro de mis venas. Era el sonido del amor y el agradecimiento
hecho materia lo que volaba alrededor de ella. Y cuando todo era ruido, ella se
convertía en silencio para ascender tan alto que su música se convirtió en alma.
Tras cinco días de tratamiento antibiótico intravenoso, nos
dieron de alta de nuevo. Seguíamos tranquilas, cada vez con menos miedos, cada
vez más conectadas y cada vez más preparadas a ser lo que habíamos venido a ser.
La vida nos ponía pruebas para confiar y para saltar al vacío con los ojos
vendados. Nosotras cada vez las íbamos entendiendo más. Pero todavía quedarían
algunas otras para instruirnos completamente.
En cuanto Nazaret llegó a casa, retomó sus paseos entre el rumor
de las olas y el cobijo del cielo. Seguía cansada, así que la distancia que
andaba era menor que días antes del ingreso. Pero aún así, con tenacidad,
esfuerzo y constancia, consiguió romper su propia barrera y caminar un
kilómetro diario. Le encantaba salir a pasear. Era todo un reto vivido desde el
juego de las circunstancias que nos envolvían en cada momento. Y siempre bajaba
con ilusión y alegría. Cuando conseguía superar o llegar a la distancia más larga
que había caminado previamente se alababa. Cuando no llegaba, se animaba y se retaba con ella
misma para el día siguiente. Siempre desde el juego, siempre desde el respeto a
ella misma y siempre desde el amor.
En esos días encontró varios documentos, artículos y
referencias sobre la curación a través de los sonidos. En Estados Unidos se
estaba utilizando en algunos hospitales para el tratamiento del cáncer con
exitosos y sorprendentes resultados, con el Dr.
Gaynor como oncólogo abanderado de esta nueva terapia, que recabó
maravillosas respuestas a nivel profesional y desastrosas consecuencias a nivel personal, costándole su propia vida.
Nazaret se puso en contacto con una terapeuta que usaba
diferentes sonidos con sus diferentes frecuencias para la curación y, tras
ponerla un poco en antecedentes y contarle su historia clínica, le envió un USB
con sonidos sanadores relacionados con su patología y lo que consideraba
necesario armonizar, junto con las instrucciones para su uso.
De nuevo otro muro se derribaba en mi mente empírica, pero ya estaba más aleccionada a no desprestigiar lo nuevo. Nunca había escuchado que los sonidos, algo tan intangible, insulso e insignificante hasta ese momento en mi vida, pudiese curar lo más mínimo. Pero podía tener su lógica, ya que somos vibración, igual que los sonidos. Y además, a través de las vibraciones ya se trataban algunas patologías como las piedras de riñón, por lo que no era muy disparatado.
Creo que la experiencia con los sonidos me hizo ser
consciente de lo unidos que estamos todos y todo, conformando cada uno de
nosotros un hilo del gran tapiz tan complejo y colorido, que forma el universo.
Aunque solo seamos una hebra dentro de su inmensidad, formamos parte integral
del diseño y esto implica que afectamos con nuestros propósitos a la vida de
los demás. Si nuestra hebra tiene otra textura diferente al resto, o ha tenido
que anudarse porque se ha roto o el color se está desvaneciendo debido a
nuestros pensamientos, emociones y acciones, afectará sin duda al gran tapiz de
la vida. Muchas veces nos quedamos enredados en las menudencias, queriendo
buscar explicación a todo. Podemos darle la vuelta al tapiz, mirar cómo se
cruzaron los hilos de forma meticulosa hasta alcanzar con exactitud el
itinerario de cada hilo, pero así nunca disfrutarás de la bella imagen que
crearon. Sólo cambiando la perspectiva de querer tener todas las respuestas
podrás maravillarte de cuadro completo. Y ese trabajo posiblemente sea uno para toda mi vida.
No era por casualidad que Nazaret fuese profesora de música,
ni que fuesen notas musicales lo que emanaba del pentagrama de su corazón. Se
estaba preparando para poder disfrutar después de la comprensión final del
puzzle, y poder observarlo al completo.
No es que ella interpretase la música. Ella era la música que
se interpretaba a sí misma. El sonido forma parte de la luz porque ambos
transportan información. Ella, de forma inconsciente, sabía que cuando
permitimos que el sonido se mueva a través de nosotros, éste abre una puerta y
permite que fluya hacia nuestro cuerpo y que se produzca una realineación
molecular de la información. Aquella gente con la que había hablado, aquellos
que le habían enviado su “carta de
sonidos” adecuada a su vibración, conocían la importante herramienta de
transformación que es el sonido. Puede penetrar en cualquier sustancia, mover
moléculas y reordenar realidades. Puede quedarse almacenado en nuestros huesos,
para que, siempre que queramos, podamos acudir a la información ya que se ha
integrado con nuestro ser.
En el antiguo Egipto, el símbolo que representaba la vida
era, en realidad, un modulador de frecuencias. Miles de años antes de Cristo,
ya conocían su importancia. Cuando se emiten sonidos en grupo, permitimos que
distintas melodías y energías utilicen nuestros cuerpos físicos, a modo de
transistores, como oportunidad para representarse a sí mismas en el planeta
como la fuerza de vida que son.
Nazaret se había aceptado plenamente. Esta última piedra en
el camino no había mermado todo lo que sentía desde que despertó meses atrás en
la UCI. Para ella no había enfermedad en su cuerpo, sólo reajustes de todas las
batallas ganadas. Pero a la vez, había integrado que si moría ese mismo día, lo
aceptaría con gratitud, pues se sentía la más afortunada por continuar
disfrutando de respirar, de ver, de tocar, de sentir, de percibir, de saborear,
de escribir, de escuchar.... Y, mientras siguiera en la Tierra, continuaría
llena de gozo y entusiasmo. Identificada no sólo con su cuerpo, sino con todo
lo que conforma el mundo: otras personas, la lluvia, el barro, un pájaro, las
olas, el viento… era todo y nada a la vez. Cuanto mayor era su disfrute y mayor
su entusiasmo, más expandía su conciencia y más amor era capaz de sentir y
transmitir. Había accedido a la creatividad y al espíritu después de haber
trabajado con ella misma para superar los obstáculos que le estaba presentando
la vida. Y el resultado de aquella nueva melodía lo plasmaría pocas semanas después.
Para poder experimentar lo que Nazaret había introspeccionado
como suyo ya, solo era necesario tener la conciencia despierta. El amor es el
motor que es capaz de llevarte a un nivel de vibración mucho más alto, lo que
implica más expansión de conciencia, en un ciclo precioso, emocionante e
intrigante sin fin. Era la mejor forma de llegar a la cumbre, sentir por ti
mismo, descubrir los entresijos tapados por el polvo de los años sobre los
años. Porque cuando uno experimenta por sí mismo, ya no tiene que creer a
ciegas lo que otro dice. Y los “maestros” se quedan al margen, reservados para
momentos puntuales donde se necesite consejo, para convertirte tú en tu propio
maestro a través de tu mejor guía espiritual: tu corazón.
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