Hoy necesitamos volver a una nueva concepción de la
persona, a reflexionar con profundidad sobre la pregunta ¿quién es el hombre?
Es también época de explorar, y atrevernos a hacer lo que
antes nunca habíamos hecho y de ir a lugares donde tampoco antes hemos estado.
Cuando uno no se arriesga se sale con las manos vacías. Ha llegado la hora de
los valientes, de los que se atreven, de los que sustituyen el "es que" por el "hay que". El mundo dejará
atrás a aquellos que esperan que otros resuelvan lo que ellos mismos han de
resolver...
La existencia de este nuevo mundo interior, de esta nueva
forma de ser, se nos escapa aunque solo sea como mera posibilidad de una vida
nueva. Para nosotros, tan acostumbrados a mirar de la misma manera y bajo la
misma perspectiva, lo único que hay más allá de nuestro mundo conocido y
familiar es un espacio vacío y hueco. Y es en este espacio donde nuestras
mentes aturdidas no pueden ver la existencia de ninguna otra posibilidad que no
sea la de sentir un profundo miedo.
Existe un puente que conecta dos mundos radicalmente
distintos, aquel mundo en el que permanecemos dormidos, y aquel en el que se
nos invita a despertar. Para ello necesitamos del convencimiento que surge
cuando una idea hacer vibrar hasta la última neurona de nuestro dormido
corazón.
Cuando nuestro corazón es atraído por esa llamada, por ese
mensaje casi silente que nos invita a cruzar el umbral de la seguridad familiar,
es cuando también surge la inspiración y la acción comprometida y apasionada.
Cuando para nosotros solo lo que vemos es real y no existe
una verdad oculta en lo más profundo de las cosas, entonces abandonamos nuestro
sueño para volver otra vez al suelo. Es así como nos resignamos a vivir en este
mundo totalitario donde la paz aparente es solo una paz fingida y donde ni todo
el maquillaje del mundo puede ocultar el desasosiego que sentimos y el anhelo
por experimentar lo que está más allá de nuestros sentidos. Nunca el tener ha sido lo mismo que el ser.
En este nuevo espacio interior, el futuro deja de
convertirse en una simple proyección del pasado. Es al llegar a este punto
cuando nos damos perfecta cuenta de que nuestra biografía no tiene porqué ser
nuestro destino y por eso llegamos a conocer de verdad el valor de nuestra
libertad interior.
Es también en ese momento en el que reconocemos con
sorpresa y admiración al héroe que todos llevamos dentro, porque se atrevió a
traspasar un camino que no parecía que tuviera fácil retorno. Un héroe que ha
tenido que desafiar lo que el intelecto consideraba absurdo, ridículo,
extravagante e incluso peligroso. Todos esos reclamos no eran invitaciones a
volver a la comunidad, a la irresponsabilidad, al dulce encanto de la
pasividad.
Descubrimos a un ser humano que ha tenido que enfrentarse
a toda una multitud de fantasmas, fruto de la imaginación puesta al servicio
del miedo. El miedo procede de ese
mundo exclusivamente materialista que tiene que mantener como sea al espíritu
siempre oculto y cautivo.
Dentro de cada uno hay algo muy especial, algo más íntimo
incluso que uno mismo: un ser que es fuente de sabiduría, energía y
creatividad. Este ser se convierte en una fuerza que, cuando lo dejamos actuar,
nos muestra veredas insospechadas y nos ayuda a desplegar nuestro verdadero
potencial. Este ser conecta con fuerzas que desconciertan a nuestro intelecto y
que favorecen que se materialicen una serie de encuentros y de realidades
físicas que allanan un caminar, que está tantas veces lleno de obstáculos y
dificultades.
Nuestro intelecto puede ser muy eficiente a la hora de
descifrar enigmas, pero no a la hora de entender misterios. Como todos los
misterios, lo único que podemos hacer es ponernos en la situación más favorable
para que dicho misterio, se revele y se desvele. Por eso es tan importante la
fe, creer sin ver, creer solo desde la libertad de decidir hacerlo.
Existe la posibilidad de poner
en marcha desde nuestra libertad interior una nueva forma de ser y de estar en
el mundo. Descubrir que somos nosotros
los que podemos elegir como queremos vivir.
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