"Siempre iba con sus grandes
gafas, su fular y su pamela. Temía que la reconociesen. Un día en la playa miró al mar y
al sentir la brisa y el sol decidió quitárselo. Todos se sorprendieron al ver
quién era aunque la mayor sorprendida fue ella."
Nazaret Martín Anaya
En estos pocos meses he conocido que solo sabemos del cuerpo
humano una ínfima parte. He leído a científicos cuyos experimentos se quieren
esconder a la sociedad por la revolución social de lo que implicaría sacarlos a
la luz como: la capacidad de modificar
el ADN con las palabras descubierto por Peter
Garaiev, la existencia de una cámara
especial GDV (Gas Discharge Visualization), capaz de visualizar e
interactuar con el aura de un ser vivo para prevenir enfermedades diseñado por
el catedrático Konstantin Korotkov, Nassim Haramein con su teoría fractal del universo y la física
cuántica, Gregg Braden y la matriz divina que no es si no un campo
universal de energía que conecta todo en la creación, incluyéndonos, como parte
de la misma a nosotros SERES humanos.
Y de medicina son incontables las barreras que he tenido que
romper y tengo aún. Yo siempre he sido muy analista como he comentado, y por
eso me he preguntado en casi todas las ocasiones el cómo y el porqué de la enfermedad en ese paciente y en ese
momento. Creo que por eso me hice infectóloga: los microorganismos explicaban a
la perfección el cómo de la enfermedad y solo me faltaba completar el puzle con
el porqué. Algo era algo. Ahora hasta eso sé que es erróneo. Pero cuando te lo
preguntas tú como profesional, lo buscas en libros o artículos de revistas
prestigiosas (por cierto, todas las revistas científicas que son cientos, están
controladas por 5 grandes editoriales donde solo aceptan los artículos que les
interesa económicamente) la respuesta casi en todas las ocasiones es PORQUE SÍ,
un poco de fisiopatología, patatín, patatán… pero nada del origen.
¿Por qué a una célula
humana sana se le va la pinza un día y se hace cancerígena hasta el punto de
proliferar y en ocasiones ser verdugo de pacientes? ¿Sabéis que todos tenemos
células cancerígenas en nuestro cuerpo de forma constante? ¿Por qué uno lo desarrollan
y otros no? ¿Por qué dos pacientes de la misma edad, con el mismo tipo de
cáncer, el mismo estadío (forma de clasificar las posibilidades de
“supervivencia” y la terapia) y el mismo tratamiento uno se muere y el otro se
cura?...
Yo no lo sé. Pero soy humilde para reconocerlo (más
últimamente) y para no ser tan prepotente como para desprestigiar o excluir
otros tipos de medicina diferente a la occidental que, por cierto, es la más
moderna y; por tanto, la que menos experiencia tiene con los pacientes.
Claro, esto hace unos meses lo veía impensable. Mi medicina
era la mejor y era la que estaba en lo cierto y la que tenía el tratamiento
adecuado y el diagnóstico certero. Lo que pensara el paciente, lo que viviese o
lo que necesitase me daba igual. “Yo soy
tu diosa porque YO te curo. Tu estás bajo mi responsabilidad y te dejas hacer
lo que yo considero lo mejor para ti, sin preguntarte claro.”
Que gran mentira. Así no va el juego señores.
Y mientras se desmontaba todo este círculo vicioso y absurdo,
iba conociendo un universo de nuevas terapias (para mí solamente porque son
igual o mas viejas que la propia humanidad como quien dice), nuevas formas de
comprensión, nuevos terapeutas. Así fue como conocí a Alberto Martí Bosch y su teoría de la acidez tumoral y el cáncer, a
Josep Pamies y la dulce revolución delas plantas, a Itziar Orube, Javier
Herráez y la Nueva Medicina Germánica
del Dr. Hamer, la kinesiología,
el reiki, la medicina tradicional china, estudios del Dr. Kremer, del Dr. Bru…
A la vez que conocía a todos estos nuevos instructores en mi
vida, los ojos se me abrían como platos al tener que reconocer que existía y
existe una mafia detrás de los laboratorios farmacéuticos. Jamás, y recalco, jamás, se me podría pasar por la mente
que realmente un laboratorio pudiese no solo sabotear otras formas de sanación
que cambien un producto más natural o barato por los suyos, o incluso la no
necesidad de usar NADA. Menos aún que ellos mismos estuviesen implicados en
enfermar a la población para que después se les pueda vender sus productos. E
incluso peor, asesinar a médicos o
sanadores que se salían un poco de la raya con demasiados adeptos como el caso
del Dr. Gaynor, un oncólogo de gran
reputación en Estados Unidos que descubrió que los sonidos podían curar el
cáncer. Escribió algunos libros, uno de los más famosos se titula “Sonidos que curan”. Misteriosamente se
lo encontraron muerto en casa hace pocos meses tras haber salido vivo
milagrosamente de un accidente de tráfico por un fallo en su coche semanas
previas ¿Eso en qué sana cabeza cabe? Pues así es.
La salud para muchas o
la mayoría de las empresas no es mas que un negocio. Por eso son empresas,
evidentemente. Reconocer que ni en esto estaba en lo cierto, que mis aliados
eran más unos enemigos, fue tarea ardua. Otro gran muro mental se caía.
Y por último, a la vez que se me desmontaba el mundo laboral,
comencé a volver a mí. Se abrió la espiritualidad. De nuevo con los ojos
cerrados y hundida siguiendo a Nazaret nos sumimos un puente de diciembre en
Zaragoza para hacer un curso de autosanación. Mi escepticismo estaba a la par
de mi negatividad, pero como ya no tenía nada que perder y ella quería ir, me
lié la manta a la cabeza, por lo menos descansaba de hospitales, pensé. Y ahí
fue donde comenzó el cambio realmente. El antes y el después. Donde conocí a
Ana Nájera, a Virginia Blanes, Xavier Pedro, Sergio Fernández, Raimon Samsó,
Carlos Delfino, Jose María Doria, Emilio Carrillo, Suzanne Powell y muchos
otros más…
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